¿Vivimos en un universo imposible?
► A veces escuchamos que era muy remoto que nuestro universo fuera propicio para la vida, pero no sabemos si es cierto
LeibnizLeibniz dijo aquello de que «vivimos en el mejor de los mundos posibles» y Voltaire no dudó en ridiculizarle en su famosa obra «Cándido o el optimismo». Esa idea leibniziana ha sobrevivido hasta nuestros días y algunas de sus formulaciones han decidido vestirse de ciencia, como es el caso del principio antrópico o del ajuste fino. Si bien no tienen las mismas implicaciones ni motivaciones que la frase de Leibniz, en todas ellas resuena una misma idea, un aroma común donde todo parece dirigido hacia un fin concreto, lo que se llama teleología (no confundir con teología). Una aproximación que la ciencia hace ya mucho tiempo que rechazó.
El principio antrópico débil, por ejemplo, dice que lo que podamos observar a nuestro alrededor tiene que ser consecuencia de unas condiciones que permitan nuestra existencia. Hasta aquí no hay ningún problema, de hecho, es casi una tautología, una verdad de Perogrullo que nada nuevo aporta. Si mañana mi pez sigue vivo, asumiré que la pecera habrá de tener agua, una acidez y una salinidad aceptables, pero nada nos dice sobre lo probable que pueda ser que existan peceras incompatibles con la vida de nuestro pez. No obstante, el verdadero problema llega cuando planteamos su versión fuerte.
«Tan fuerte la cosa»
Ahora bien, el principio antrópico fuerte es harina de otro costal. Sus defensores, por lo general, lo enuncian más o menos como sigue: las propiedades de nuestro universo han de ser tales que permitan la existencia de vida inteligente como la nuestra. Mientras que el débil dice que, ya que estamos aquí, podemos asumir que las propiedades del universo tienen que ser favorables para nuestra existencia, el fuerte dice que hay una suerte de ley natural por la cual las propiedades del universo han de ser favorables a la vida inteligente. Así lo enunciaron intelectuales como Tipler, Barrow y Carter hacia el último cuarto del siglo pasado. Esto equivale a decir que, si mi pez mañana sigue vivo, podré asumir que cualquier pecera tendrá, necesariamente, las condiciones adecuadas para su supervivencia.
En su planteamiento, la diferencia puede parecer sutil, pero, como vemos, sus implicaciones son absolutamente contrarias y la intuición nos dice (con buen tino) que esta versión fuerte no puede ser correcta.
Como decíamos, esta idea de que el universo esté enfocado a un fin y, encima, que ese fin sea la aparición del ser humano, es un planteamiento teleológico absolutamente rechazado por la ciencia moderna. Ahora bien, hay
una formulación diferente de ese principio antrópico que sí ha ganado especial fuerza durante las últimas décadas. Solemos referirnos a ella como el «ajuste fino». Puede que la hayamos escuchado de la pluma de grandes físicos que pasaban sus ratos muertos escribiendo divulgación, como Hawking y Weinberg y dice algo así como que «las constantes de nuestro universo parecen ser exactamente las adecuadas para posibilitar nuestra existencia y, si cambiaran lo más mínimo, la vida sería imposible». Como vemos, se parece a los anteriores, pero sus consecuencias son diferentes. En este caso, si seguimos con el ejemplo de nuestro pez, podríamos decir que la pecera tiene una salinidad, una temperatura y una acidez tan precisas que nos hace pensar que está diseñada para un fin: mantener con vida a nuestro pez, o en nuestro caso, que surja la vida inteligente.
Si decidimos profundizar en el problema del ajuste fino, posiblemente encontremos una aparente unanimidad en lo que los físicos tienen que decir. Todos parecen más o menos de acuerdo en que las constantes parecen extrañamente ajustadas para propiciar un universo como el nuestro. Para ser más precisos, el argumento suele empezar con las constantes. En el universo podemos encontrar algunos valores que no cambian. Por ejemplo, yo puedo ir más o menos rápido, puedo cambiar mi velocidad, pero la velocidad de la luz en el universo es siempre igual, es una constante. Eso mismo sucede con la constante de la gravitación universal, la constante de Planck o la constante de la permeabilidad eléctrica del vacío. Todas ellas modelan la naturaleza de nuestro universo, sus propiedades y lo que puede llegar a dar.
Pues bien, quienes defienden el argumento dicen que, si cambiamos ligerísimamente una de esas constantes, obtendremos un universo incompatible con la vida. Por ejemplo, con una constante de la gravitación universal ligeramente mayor, las estrellas desaparecerían antes de que pudieran dar lugar a la riqueza de elementos químicos necesaria para la vida y, si fuera apenas un poco menor, no llegarían a formarse esas estrellas y tampoco tendríamos la pluralidad de elementos químicos que da forma al cosmos.
Podríamos decir que el principio antrópico débil nos salva de este problema, ya que, por improbable que parezca, solo podemos preguntarnos «a qué se debe este ajuste fino» si nosotros existimos y (según el argumento anterior) nosotros solo podemos existir si hay un ajuste fino. Es como lanzar una moneda al aire diez veces y preguntarse cómo de improbable es que haya salido esa precisa combinación de caras y cruces en ese mismo orden. Hay menos de una posibilidad entre mil y, sin embargo, cada vez que lancemos la moneda 10 veces habremos obtenido una configuración «improbable» entre las mil y pico posibles. Sin embargo, hay un argumento incluso más poderoso: y es que directamente no parece haber tal ajuste fino.
El mundo más mediocre
Pero para entender mejor parte del problema tenemos que dar cuenta de la «propagación de citaciones» por la que un autor cita en su artículo científico una fuente para justificar una afirmación (como que todo parece finamente ajustado), pero en realidad esa fuente no es la original que demuestra tal afirmación, sino otra que cita a su vez un tercer estudio que, tal vez, cita un cuarto y así de manera sucesiva, como un teléfono estropeado. Más veces de las que en realidad nos gustaría, no hay nada al final de esa cadena, solo una suposición progresivamente exagerada. Eso pasa con buena parte de los argumentos del ajuste fino, aunque no con todos.
Unos pocos estudiosos han hecho los cálculos que han creído oportunos y han llegado a conclusiones similares a las que popularmente se afirman. Han probado a variar aleatoriamente una constante, como la universal de gravitación que comentábamos antes, y el rango de valores en los que se podían formar estructuras astrofísicas como las estrellas parecía bastante bajo. A esto se agarran los defensores más informados del ajuste fino, pero hay un gran problema: solo están variando una constante. Ya que queremos imaginar otros mundos posibles, parece lógico variarlas todas de forma aleatoria. Si queremos imaginar otras caras, obtendremos una muestra más representativa de la sociedad si no solo variamos la nariz, sino todos sus rasgos.
Pues bien, cuando hacemos esto, sucede algo sorprendente. Cuantas más constantes variemos de forma aleatoria, más probable parece que surja un universo parecido al nuestro. Esta aparente paradoja es, en realidad, una propiedad bastante conocida de los sistemas complejos y que surge siempre que hay muchas características que pueden variar juntas y compensarse entre sí, ya sea el intento de simular en un ordenador un tejido de células cancerosas o una marabunta de personas cruzando una ciudad.
Porque, si estamos argumentando con la ciencia en la mano, no podemos conformarnos con cálculos de servilleta o con la intuición que alguien pueda tener sobre cómo funciona el inconmensurable y complejísimo universo. Hace falta esa misma ciencia que hemos invocado y solo así comprenderemos que, en realidad, el ajuste fino es un vestigio de tiempos donde nos considerábamos especiales. Nos pensábamos como el centro del universo, y creíamos que en el cosmos había pasado por sus 13.800 millones de años solo para culminar en nosotros. El ajuste fino es la reminiscencia de un ego histórico, no un argumento científico.
Las constantes del universo son las adecuadas para la vida, si se alteraran, no sería posible