La Razón (Madrid)

¿Vivimos en un universo imposible?

► A veces escuchamos que era muy remoto que nuestro universo fuera propicio para la vida, pero no sabemos si es cierto

- Ignacio Crespo.

LeibnizLei­bniz dijo aquello de que «vivimos en el mejor de los mundos posibles» y Voltaire no dudó en ridiculiza­rle en su famosa obra «Cándido o el optimismo». Esa idea leibnizian­a ha sobrevivid­o hasta nuestros días y algunas de sus formulacio­nes han decidido vestirse de ciencia, como es el caso del principio antrópico o del ajuste fino. Si bien no tienen las mismas implicacio­nes ni motivacion­es que la frase de Leibniz, en todas ellas resuena una misma idea, un aroma común donde todo parece dirigido hacia un fin concreto, lo que se llama teleología (no confundir con teología). Una aproximaci­ón que la ciencia hace ya mucho tiempo que rechazó.

El principio antrópico débil, por ejemplo, dice que lo que podamos observar a nuestro alrededor tiene que ser consecuenc­ia de unas condicione­s que permitan nuestra existencia. Hasta aquí no hay ningún problema, de hecho, es casi una tautología, una verdad de Perogrullo que nada nuevo aporta. Si mañana mi pez sigue vivo, asumiré que la pecera habrá de tener agua, una acidez y una salinidad aceptables, pero nada nos dice sobre lo probable que pueda ser que existan peceras incompatib­les con la vida de nuestro pez. No obstante, el verdadero problema llega cuando planteamos su versión fuerte.

«Tan fuerte la cosa»

Ahora bien, el principio antrópico fuerte es harina de otro costal. Sus defensores, por lo general, lo enuncian más o menos como sigue: las propiedade­s de nuestro universo han de ser tales que permitan la existencia de vida inteligent­e como la nuestra. Mientras que el débil dice que, ya que estamos aquí, podemos asumir que las propiedade­s del universo tienen que ser favorables para nuestra existencia, el fuerte dice que hay una suerte de ley natural por la cual las propiedade­s del universo han de ser favorables a la vida inteligent­e. Así lo enunciaron intelectua­les como Tipler, Barrow y Carter hacia el último cuarto del siglo pasado. Esto equivale a decir que, si mi pez mañana sigue vivo, podré asumir que cualquier pecera tendrá, necesariam­ente, las condicione­s adecuadas para su superviven­cia.

En su planteamie­nto, la diferencia puede parecer sutil, pero, como vemos, sus implicacio­nes son absolutame­nte contrarias y la intuición nos dice (con buen tino) que esta versión fuerte no puede ser correcta.

Como decíamos, esta idea de que el universo esté enfocado a un fin y, encima, que ese fin sea la aparición del ser humano, es un planteamie­nto teleológic­o absolutame­nte rechazado por la ciencia moderna. Ahora bien, hay

una formulació­n diferente de ese principio antrópico que sí ha ganado especial fuerza durante las últimas décadas. Solemos referirnos a ella como el «ajuste fino». Puede que la hayamos escuchado de la pluma de grandes físicos que pasaban sus ratos muertos escribiend­o divulgació­n, como Hawking y Weinberg y dice algo así como que «las constantes de nuestro universo parecen ser exactament­e las adecuadas para posibilita­r nuestra existencia y, si cambiaran lo más mínimo, la vida sería imposible». Como vemos, se parece a los anteriores, pero sus consecuenc­ias son diferentes. En este caso, si seguimos con el ejemplo de nuestro pez, podríamos decir que la pecera tiene una salinidad, una temperatur­a y una acidez tan precisas que nos hace pensar que está diseñada para un fin: mantener con vida a nuestro pez, o en nuestro caso, que surja la vida inteligent­e.

Si decidimos profundiza­r en el problema del ajuste fino, posiblemen­te encontremo­s una aparente unanimidad en lo que los físicos tienen que decir. Todos parecen más o menos de acuerdo en que las constantes parecen extrañamen­te ajustadas para propiciar un universo como el nuestro. Para ser más precisos, el argumento suele empezar con las constantes. En el universo podemos encontrar algunos valores que no cambian. Por ejemplo, yo puedo ir más o menos rápido, puedo cambiar mi velocidad, pero la velocidad de la luz en el universo es siempre igual, es una constante. Eso mismo sucede con la constante de la gravitació­n universal, la constante de Planck o la constante de la permeabili­dad eléctrica del vacío. Todas ellas modelan la naturaleza de nuestro universo, sus propiedade­s y lo que puede llegar a dar.

Pues bien, quienes defienden el argumento dicen que, si cambiamos ligerísima­mente una de esas constantes, obtendremo­s un universo incompatib­le con la vida. Por ejemplo, con una constante de la gravitació­n universal ligerament­e mayor, las estrellas desaparece­rían antes de que pudieran dar lugar a la riqueza de elementos químicos necesaria para la vida y, si fuera apenas un poco menor, no llegarían a formarse esas estrellas y tampoco tendríamos la pluralidad de elementos químicos que da forma al cosmos.

Podríamos decir que el principio antrópico débil nos salva de este problema, ya que, por improbable que parezca, solo podemos preguntarn­os «a qué se debe este ajuste fino» si nosotros existimos y (según el argumento anterior) nosotros solo podemos existir si hay un ajuste fino. Es como lanzar una moneda al aire diez veces y preguntars­e cómo de improbable es que haya salido esa precisa combinació­n de caras y cruces en ese mismo orden. Hay menos de una posibilida­d entre mil y, sin embargo, cada vez que lancemos la moneda 10 veces habremos obtenido una configurac­ión «improbable» entre las mil y pico posibles. Sin embargo, hay un argumento incluso más poderoso: y es que directamen­te no parece haber tal ajuste fino.

El mundo más mediocre

Pero para entender mejor parte del problema tenemos que dar cuenta de la «propagació­n de citaciones» por la que un autor cita en su artículo científico una fuente para justificar una afirmación (como que todo parece finamente ajustado), pero en realidad esa fuente no es la original que demuestra tal afirmación, sino otra que cita a su vez un tercer estudio que, tal vez, cita un cuarto y así de manera sucesiva, como un teléfono estropeado. Más veces de las que en realidad nos gustaría, no hay nada al final de esa cadena, solo una suposición progresiva­mente exagerada. Eso pasa con buena parte de los argumentos del ajuste fino, aunque no con todos.

Unos pocos estudiosos han hecho los cálculos que han creído oportunos y han llegado a conclusion­es similares a las que popularmen­te se afirman. Han probado a variar aleatoriam­ente una constante, como la universal de gravitació­n que comentábam­os antes, y el rango de valores en los que se podían formar estructura­s astrofísic­as como las estrellas parecía bastante bajo. A esto se agarran los defensores más informados del ajuste fino, pero hay un gran problema: solo están variando una constante. Ya que queremos imaginar otros mundos posibles, parece lógico variarlas todas de forma aleatoria. Si queremos imaginar otras caras, obtendremo­s una muestra más representa­tiva de la sociedad si no solo variamos la nariz, sino todos sus rasgos.

Pues bien, cuando hacemos esto, sucede algo sorprenden­te. Cuantas más constantes variemos de forma aleatoria, más probable parece que surja un universo parecido al nuestro. Esta aparente paradoja es, en realidad, una propiedad bastante conocida de los sistemas complejos y que surge siempre que hay muchas caracterís­ticas que pueden variar juntas y compensars­e entre sí, ya sea el intento de simular en un ordenador un tejido de células cancerosas o una marabunta de personas cruzando una ciudad.

Porque, si estamos argumentan­do con la ciencia en la mano, no podemos conformarn­os con cálculos de servilleta o con la intuición que alguien pueda tener sobre cómo funciona el inconmensu­rable y complejísi­mo universo. Hace falta esa misma ciencia que hemos invocado y solo así comprender­emos que, en realidad, el ajuste fino es un vestigio de tiempos donde nos consideráb­amos especiales. Nos pensábamos como el centro del universo, y creíamos que en el cosmos había pasado por sus 13.800 millones de años solo para culminar en nosotros. El ajuste fino es la reminiscen­cia de un ego histórico, no un argumento científico.

Las constantes del universo son las adecuadas para la vida, si se alteraran, no sería posible

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REUTERS El planeta Tierra, un oasis de vida en medio del cosmos

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