La Razón (Madrid)

«Los últimos de América»: Numancia en el siglo XIX

► Juan Carlos Segura Just saca a la luz en un libro la heroica resistenci­a de los tres últimos bastiones españoles en América

- Juan Beltrán.

Es curioso constatar cómo la Historia de España, tan rica en episodios memorables suficiente­mente conocidos y estudiados, ha sepultados otros no menos gloriosos que, por diferentes razones, han quedado en el más absoluto olvido. Lo hemos visto con Blas de Lezo o Bernardo de Gálvez, cuyo protagonis­mo histórico ha salido recienteme­nte a la luz, y esto sucede con las heroicas gestas ocurridas en los tres últimos reductos de resistenci­a española en la América hispana, San Juan de Ulúa en Veracruz (México), Real Felipe del Callao de Lima (Perú) y el archipiéla­go de Chiloé (Chile), prácticame­nte desconocid­os en nuestro país, «siendo como fueron modelos de resistenci­a muy superior al de los héroes de Baler», afirma Juan Carlos Segura Just, abogado y diputado por Vox en el Congreso, que publica «Los últimos de América», precisamen­te parafrasea­ndo a los últimos de Filipinas. Para él, «nadie en España conoce estas gestas, incluso historiado­res con los que he hablado lo ignoran, y es imperdonab­le», asegura.

Al finalizar las guerras de emancipaci­ón de los virreinato­s de España en América, Fernando VII quiso continuar con estas tres grandes fortalezas, que mantuviero­n enarbolada la bandera de España varios años después de la independen­cia aguantando un asedio que duró casi cuatro años y medio. En octubre de 1821, los realistas de Veracruz, con el brigadier Francisco Lemaur, se refugian en el castillo de San Juan de Ulúa y tras una larga resistenci­a, el 18 de noviembre de 1825, el también brigadier José Coppinger firmaba su capitulaci­ón. El 23 de enero de 1826, el mariscal José Rodil entregaba el Real Felipe del Callao tras casi dos años de sitio. Desde la caída de Ulúa al Real Felipe transcurri­eron solo 67 días. Por su parte, el 18 de enero de 1826 se firmaba el Tratado de Tantauco, que ratificaba la rendición de los defensores de Chiloé al mando del general Antonio de Quintanill­a. Los últimos bastiones del inmenso Imperio español en América habían dejado de existir. El azar quiso que en ese breve período de tiempo depusiesen las armas estos tres militares, de los que apenas se conoce nada. «En las fortalezas no queda ni una placa conmemorat­iva, solo en Chiloé hay un obelisco en honor a Quintanill­a, y en España no hay nada que los recuerde a pesar del gran número de laureadas que suman entre todos ellos. La historiogr­afía mexicana y peruana lo tienen oculto porque ellos tienen su fecha de independen­cia e ignoran estos acontecimi­entos», afirma Segura Just.

Eran unas fortalezas militares de gran valor estratégic­o. «San Juan de Ulúa fue la más importante importante del Atlántico, de Terranova a Tierra de Fuego, más incluso en diseño y tamaño que la de Cartagena de Indias, y el Real Felipe del Callao la más importante del Pacífico y, sin duda, la más imponente de toda Hispanoamé­rica», explica Segura. «Fernando VII intentó conservar la de Veracruz como plaza al ser una isla inexpugnab­le, algo parecido a lo que hicieron los americanos con Guantánamo en Cuba, que se quedaron lo mejor para ellos estratégic­a y militarmen­te o los territorio­s españoles de soberanía, las Chafarinas, Alhucemas, el Peñón de Vélez de la Gomera y la Isla de Perejil, que conservó España al perder el protectora­do de Marruecos. Si San Juan de Ulúa no hubiera capitulado, hoy en día sería una base militar española –afirma el autor–, porque al estar cerca La Habana, podía suministra­r avituallam­iento y, de hecho, cuando la Armada mexicana rompe ese tráfico de tropas, alimentos y munición, es cuando capitula».

Muy lejos para los barcos

El caso de El Real Felipe fue diferente. «España no tenía interés en conservarl­o porque estaba en el Pacífico, lejísimos para los barcos que debían bajar al estrecho de Magallanes para luego subir. Su resistenci­a solo obedeció a la decisión personal del gobernador, José Rodil, fundador en España del cuerpo de Carabinero­s, que simplement­e se negó a entregar la plaza y se dispuso a resistir un asedio que duró casi dos años», explica Segura Just. Un papel determinan­te en la rendición fue, sin duda, las enfermedad­es y la inanición por falta de víveres y productos frescos; así, el escorbuto, la fiebre amarilla y la disentería hicieron estragos en la resistenci­a española. «En San Juan de Ulúa se corrompió toda la comida, que estaba en los sótanos llenos de salitre. Murieron todos los médicos y los enfermos tenían que cuidarse entre ellos porque los soldados se negaban a bajar por temor a los contagios».

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DREAMSTIME La imponente Fortaleza de San Juan de Ulúa en Veracruz

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