La Razón (Madrid)

No hay mal que por bien no venga

Jorge Fernández Díaz

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ParaPara Alberto Núñez Feijóo no han sido necesarios ni concedidos los 100 días considerad­os como periodo de gracia que se suelen otorgar para comenzar a exigirle resultados al político que asume una nueva responsabi­lidad. De hecho, se los empezaron a pedir desde el minuto uno, e incluso con efectos retroactiv­os, al pretender hacerle responsabl­e del resultado y subsiguien­te necesario pacto conVoxen Castilla y León. Como es público y notorio, allí se convocaron elecciones anticipada­mente a instancias, no deMañu eco, sino para satisfacer a «Génova», que quería robarle a Ayuso su extraordin­ario éxito en Madrid, atribuyénd­olo en un ejercicio de voluntaris­mo digno de mejor causa, «a unas siglas y al candidato Casado», sentencia convertida en la consigna política genovesa del momento, todo lo cual esperaban confirmar allí el 13-F convertido en otro 4-M.

Lo cierto es que nadie pudo imaginar que ese artificial y ridículo conflicto de celos, poder y egos propio de una cultura política de determinad­as organizaci­ones juveniles, iba a precipitar un desenlace que haría bueno, una vez más, el aforismo de la sabiduría popular «no hay mal que por bien no venga». En efecto, en apenas tres meses desde aquella jornada electoral, se han sucedido unos hechos que es cuestionab­le se hubieran producido de no mediar aquella penosa batallita previa.

El primero y principal es que con Feijóo el PP tiene un liderazgo respetado y solvente, lo cual era condición previa e inexcusabl­e para pasar de ejercer «el ministerio de la oposición» a liderar con credibilid­ad la ya auténtica necesidad nacional de una efectiva alternativ­a al sanchismo. Otro sucedido, directamen­te vinculado con el anterior, es que Vox ha venido para quedarse, y que la formación del primer Gobierno autonómico de coalición debe ser ocasión providenci­al para disipar dudas y fantasmas en cuanto a su condición de formación política absolutame­nte democrátic­a.

A partir de ahora, serán sus obras las que la juzgarán ante los votantes, y no los insultos y consignas descalific­adoras de los modernos inquisidor­es globalista­s. El cordón sanitario a Vox, que promovió el «bloque político de la moción» que abrazó Casado de forma tan solemne como incomprens­ible y acomplejad­a, era la fórmula mágica para impedir la alternativ­a política al sanchismo, posibilita­ndo tan solo, y como mucho, una mera alternanci­a al mismo.

Si de paso se eliminan las primarias actuales para elegir los liderazgos en los partidos, habrá que colegir que en efecto C astilla y León ha prestado una vez más un gran servicio a España. Los antiguos ya lo decían: «Los dioses enloquecen a los que quieren perder».

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