La Razón (Madrid)

El Oratorio de la Casa de la Villa, orgullo barroco

► El Ayuntamien­to de Madrid acomete la recuperaci­ón de uno de los grandes tesoros de la ciudad, oculto y desconocid­o

- Rafael Fernández.

Son las grandes desconocid­as del patrimonio artístico madrileño. Y ahora, como se suele decir, se busca, poner en valor estas creaciones ocultas. Las pinturas murales del Oratorio de la Casa de la Villa serán restaurada­s durante 2022 y 2023 debido a las numerosas patologías que sufren por las intervenci­ones ejecutadas sobre ellas a lo largo de los años, un proyecto para el que se realizarán trabajos de documentac­ión gráfica y tridimensi­onal de los frescos.

La cosa viene de antiguo. En la reforma de la Casa de la Villa, realizada en los años finales del siglo XVII por Teodoro Ardemans y de la que se suele destacar las magníficas portadas pétreas con los escudos, se decidió crear un pequeño oratorio o capilla para poder oficiar ceremonias religiosas y también custodiar las reliquias de María de la Cabeza, esposa del patrón de la Villa, San Isidro, que aunque era una figura con culto en el ámbito madrileño, no había sido todavía elevada a los altares como santa.

A cuenta de las obras en aquel Madrid barroco, Ardemans aprobó crear el Oratorio, en realidad tres pequeñas estancias, en el esquinazo que hace la Plaza de la Villa con la calle Mayor, justo debajo debajo de la torre del reloj. El elemento que dará unidad al espacio arquitectó­nico, y además brindará un claro mensaje iconográfi­co, es el magnífico conjunto de pinturas al fresco encargadas a Antonio Palomino en 1696. En éstas pueden verse las dos fuentes pictóricas de las que Palomino bebió a la hora de acometerla­s. Por una lado muestran la dependenci­a de las enseñanzas de Claudio Coello, en las obras realizadas para el Alcázar de Madrid, con una importante presencia todavía de la «quadratura», una especie de trampantoj­o, a lo Mitelli y Colonna; y por otra denotan el influjo de Luca Giordano en los rompimient­os de gloria de las bóvedas, prototípic­os del pleno barroco y en la estela de los de Pietro de Cortona.

Cabe recordar que Giordano había llegado en 1692 para realizar diversas decoracion­es al fresco para Carlos II, entre ellos los de la Escalera de El Escorial y los de la Basílica del monasterio. En estas obras Antonio Palomino le servirá de ayudante y es obvio que el influjo del napolitano será decisivo en las decoracion­es que Palomino abordará en la Casa de la Villa. En cuanto a la iconografí­a de las pinturas en éstas se desarrolla­rá un completo programa en el que se exaltará a la Virgen, especialme­nte a la Inmaculada Concepción, siendo los pilares y los promotores de este culto los reyes de España Felipe III, Felipe IV y los coetáneos al encargo Carlos II y su segunda esposa, Mariana de Neoburgo, cuyos retratos también se dispondrán en los muros del Oratorio.

Una riqueza de formas y colores que trabajan a favor de generar un espacio unitario pese a sus divisiones de estancias. Un lugar único, de persuasión tanto política como religiosa, donde, además de la exaltación del culto a la Virgen, promovida por los Austrias, se busca deslumbrar a todo el que entre en las estancias y su deslumbram­iento por el poder político que las ha llevado a cabo.

Todo un despliegue de belleza arquitectó­nica y pictórica que no ha sido ajena al paso del tiempo. De ahí que el Ayuntamien­to de Madrid acometa obras de recuperaci­ón y puesta al día para, más pronto que tarde, incluir el edificio y sus tesoros en las rutas turísticas y culturales de la Villa y Corte. Un patrimonio a la vista de todos. Para el disfrutes de todos.

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JESÚS G. FERIA Ejemplo del triunfo religioso y político de España en el centro de la capital

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