Didactismo de altos vuelos
Obras de Montgeroult, Franck y Chopin. Piano: Josep Colom. Ciclo de Grandes Intérpretes. Madrid, 5-V-2022.
Colom, cada vez más delgado y de talante más severo, aunque cálido en el fondo, hace gala siempre de unos modos elegantes y de un pianismo acrisolado, espiritual y elevado, desarrollado con unos medios técnicos solventes. Hemos vuelto a quedar prendidos de las suaves maneras, el bien calibrado mecanismo, no siempre infalible pero bastante seguro, en el gesto económico, en el rigor del trabajador esforzado de la materia sonora, del buscador y olfateador de nuevos territorios expresivos. Con esa base Colom desarrolla su vocación pedagógica, que traduce también en breves consideraciones y explicaciones antes de tocar y que nos avisan de por dónde van a ir los tiros. Aunque lo mortecino del timbre y las malas condiciones, ya sabidas, de la megafonía del Auditorio Nacional no nos dejaran entender con claridad la alocución. Tras ella, dirigida a explicar la figura y la obra de Hélène de Montgeroult, importante profesora y pianista (17641836), creadora de más de un centenar de «Estudios», el artista nos regaló una sustanciosa y variada selección de doce de ellos, gentilmente construidos y de episódicos ecos mozartianos, anticipatorios de las «Romanzas sin palabras» de Mendelssohn. Una música de equipaje ligero, amena y premonitoria en algunos rasgos y espléndidamente traducida, casi con unción. Un buen punto de apoyo para iniciar un recital que continuó con la severidad constructiva, las hábiles combinaciones temáticas y las estructuras contrapuntísticas del «Preludio, coral y fuga» de Cesar Franck, expuesta de manera casi dolorida, reconcentrada y con excelente control de dinámicas. Colom no tuvo dificultades aparentes para resolver los múltiples problemas del cuaderno. Sobrado de medios, siempre austero, serio, dio remate a los dos últimas y tumultuosas piezas, la «Nº 11», conocida como «El viento en invierno», un auténtico «tourbillon» de semicorcheas verdaderamente espectacular, y el «Nº 12», «Allegro con fuoco», de un intensidad dramática imponente. Los arpegios corrieron por el teclado de forma fabulosa. Hubo tres bises: «Ondine», de Ravel, con el permanente y rumoroso, «acuático», juego de escalas arriba y abajo, una reconcentrada, a media voz (solo con el pedal izquierdo), página de Bach, y el excelente Preludio nº 7 de la «Op. 28» de Chopin, tocado de manera acariciadora. Lo lamentable fue que el Auditorio ofrecía un aspecto desolador, con un quinto de entrada. Otras veces hay más afluencia con pianistas de menor calidad o acabados. Una pena.