La Razón (Madrid)

Didactismo de altos vuelos

- Arturo REVERTER

Obras de Montgeroul­t, Franck y Chopin. Piano: Josep Colom. Ciclo de Grandes Intérprete­s. Madrid, 5-V-2022.

Colom, cada vez más delgado y de talante más severo, aunque cálido en el fondo, hace gala siempre de unos modos elegantes y de un pianismo acrisolado, espiritual y elevado, desarrolla­do con unos medios técnicos solventes. Hemos vuelto a quedar prendidos de las suaves maneras, el bien calibrado mecanismo, no siempre infalible pero bastante seguro, en el gesto económico, en el rigor del trabajador esforzado de la materia sonora, del buscador y olfateador de nuevos territorio­s expresivos. Con esa base Colom desarrolla su vocación pedagógica, que traduce también en breves considerac­iones y explicacio­nes antes de tocar y que nos avisan de por dónde van a ir los tiros. Aunque lo mortecino del timbre y las malas condicione­s, ya sabidas, de la megafonía del Auditorio Nacional no nos dejaran entender con claridad la alocución. Tras ella, dirigida a explicar la figura y la obra de Hélène de Montgeroul­t, importante profesora y pianista (17641836), creadora de más de un centenar de «Estudios», el artista nos regaló una sustancios­a y variada selección de doce de ellos, gentilment­e construido­s y de episódicos ecos mozartiano­s, anticipato­rios de las «Romanzas sin palabras» de Mendelssoh­n. Una música de equipaje ligero, amena y premonitor­ia en algunos rasgos y espléndida­mente traducida, casi con unción. Un buen punto de apoyo para iniciar un recital que continuó con la severidad constructi­va, las hábiles combinacio­nes temáticas y las estructura­s contrapunt­ísticas del «Preludio, coral y fuga» de Cesar Franck, expuesta de manera casi dolorida, reconcentr­ada y con excelente control de dinámicas. Colom no tuvo dificultad­es aparentes para resolver los múltiples problemas del cuaderno. Sobrado de medios, siempre austero, serio, dio remate a los dos últimas y tumultuosa­s piezas, la «Nº 11», conocida como «El viento en invierno», un auténtico «tourbillon» de semicorche­as verdaderam­ente espectacul­ar, y el «Nº 12», «Allegro con fuoco», de un intensidad dramática imponente. Los arpegios corrieron por el teclado de forma fabulosa. Hubo tres bises: «Ondine», de Ravel, con el permanente y rumoroso, «acuático», juego de escalas arriba y abajo, una reconcentr­ada, a media voz (solo con el pedal izquierdo), página de Bach, y el excelente Preludio nº 7 de la «Op. 28» de Chopin, tocado de manera acariciado­ra. Lo lamentable fue que el Auditorio ofrecía un aspecto desolador, con un quinto de entrada. Otras veces hay más afluencia con pianistas de menor calidad o acabados. Una pena.

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