La Razón (Madrid)

La sirena que no sabía nadar

- Cristina López Schlichtin­g

LaLa primera mujer que se lanzó a la pesca de altura, en los procelosos confines del Gran Sol y los caladeros de Marruecos, donde los hombres se bañan desnudos en las piscinas del barco, esa mujer no sabía nadar: «Pasé las pruebas porque tenía una pierna enyesada». Las damas no sólo navegan contra corriente, a veces tienen que volar. Cuando el palangrero Bolaquento fondeó en Agadir, Gloria Lijó notó mucha bulla en tierra, una multitud «como si hubiese fiesta o una revolución». Al tocar muelle sólo avistaron hombres, una cita masculina, el resultado de un boca a boca excitante: «En el barco español viene una mujer, una marinera». ¡Se habían juntado para presenciar lo nunca visto! Tenía 47 años.

Detrás de una señora tan arrojada siempre hay niños que se quedan años con la abuela, rompiendo el corazón de la que se marcha llorando. A su hija mayor la dejó con siete y regresó a su lado con catorce. Y siempre, siempre hay una desgracia. Gloria y su marido habían ahorrado trabajando duro, pidieron crédito y compraron dos barcos de madera, anticipo del que deseaban comprar en hierro. Una promesa de ventura que los llevó de nuevo a faenar sin tregua. Hasta que ambas embarcacio­nes se hundieron en cinco meses, uno de esos mordiscos del mar que te parten por medio. «Nos quedamos desnudos». El espíritu indómito de la mujer resistió, el del hombre se quebró. El marido de Gloria cayó gravemente enfermo, su mente afectada por tanta crueldad que no lo era, que sólo era el extraño destino, pero que se llevó su cordura. «Me avergonzab­a que lo viesen así en Ribeira. Se ponen apocados y andan como bobos, la gente comenta», así que se lo llevó a una clínica privada y, echando cuentas, sólo le quedó la mar, la misma que los había desgraciad­o.

Gloria Lijó Cacharrón (Castilleir­as, A Coruña, 1944) es una mujer tenaz, que ha trabajado desde los siete años para ayudar a su madre viuda y que confiesa que, desde niña, «lloraba por no ser hombre, porque soy enamorada de la mar». Al fin, aprendió a nadar tan bien que fue campeona gallega de su nivel, con 59 años. Hoy tiene 77 y dos bisnietos y hace apenas tres años realizó su primer salto en paracaídas. Hay gente más grande que los saltos de la vida. Ahora pide ayuda para sobrevolar su tierra, la costa gallega, en helicópter­o. «¡Cuánto me gustaría verla desde el aire, esa mezcla del verde y del azul, como en los mapas!». Hay sirenas que no tienen bastante con el mar. Que, en efecto, necesitan volar.

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