La Razón (Madrid)

Teresa Berganza, toda la gracia del canto más puro

► Inclasific­able por su variedad de registros, la intérprete destacó por su apego a los valores del canto y su versatilid­ad lírica

- Arturo Reverter.

Teresa Berganza ha sido un nombre indiscutib­le en el panorama del moderno canto español. Había en ella no poca de la gracia, de la soltura y del salero que adornaban a las grandes tonadiller­as del siglo XVIII. Aunque trasladado­s, mediante el intelecto, a las más tranquilas tranquilas y refinadas regiones a las que llegan las esencias belcantist­as más puras. Porque desempeñó su labor en una carrera que se resistió a abandonar, tal era su vocación, con el decidido propósito de servir, a veces con auténtico apasionami­ento, el canto más riguroso: el destilado a través de siglos de una tradición. Y que, de alguna manera, introdujo en ella, tierna jovencita, allá por el comienzo de los años cincuenta, la profesora Lola Rodríguez de Aragón.

Pero la vocación, la ilusión, la afición, al apego a una de las artes más hermosas cual es el del canto, no resiste el envejecimi­ento. Las cuerdas vocales y la musculatur­a pierden elasticida­d, el apoyo se resiente, el fiato se pierde. Y llega un momento en el que hay que colgar los hábitos. Pero dejando atrás una carrera extraordin­aria, que se desarrolló en los mejores teatros y festivales del mundo y se recogió en varias inolvidabl­es grabacione­s, todas ejemplares.

Como lo son las que algo más tarde realizó para los grandes estudios de grabación, Decca y DG sobre todo, y que han quedado como ejemplo de buen cantar, de buen decir, de buen frasear. Para ello hacía gala de una técnica muy probada que nacía de un manejo casi perfecto del aire y por tanto de un apoyo diafragmát­ico de excepción, lo que favorecía, como es lógico, el fiato, la frase larga, los reguladore­s y los efectos expresivos más diversos amoldados a una voz. Siempre se ha discutido acerca de su registro vocal: ¿soprano o mezzosopra­no? No cabe duda de que Berganza poseía un timbre más bien claro, de corte lírico, aunque en un instrument­o si bien no voluminoso, sí dotado de cierta anchura y muy extenso, capaz de emitir con carácter y apreciable robustez graves y agudos.

Una voz sin etiquetas

Aunque los alemanes describier­on en ocasiones como «Alto-sopran», es decir, contralto-soprano, parece que, en efecto, su cualidad vocal es la de una mezzosopra­no lírica de coloratura. De ahí sus maravillos­as prestacion­es en algunas parte rossiniana­s, aquéllas en las que asimismo había destacado una ilustre antecesora española, Conchita Supervía, pero acompañado de un metal más penetrante, de un vibrato mucho más ostensible y de una expresión más desgarrada. En papeles destinados en principio a voces de contralto-coloratura –voz hoy inexistent­e-, como Rossina, Isabella o Angelina, Berganza no tuvo durante años parigual; hasta la llegada de Marilyn Horne –de espectro sonoro más consistent­e y muy distinto– o Cecilia Bartoli –de tinte bastante más oscuro. La elegancia y precisión de las «fioriture» de la madrileña eran excepciona­les. Como lo fue su manera de encarnar a ciertos travestido­s famosos: Ruggero de «Alcina» o Cherubino de «Bodas», a los que otorgaba una frescura, una emoción y una efusión siniguales.

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Plácido Domingo y Teresa Berganza en la «Carmen» que dirigió Claudio Abbado en 1977, en Edimburgo

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