La Razón (Madrid)

San Isidro regresa a su Pradera dos años después

- Marina Cartagena.

«¡Siempre llueve en San Isidro!», exclama un señor a las diez de la mañana cuando todavía están arrancando las fiestas más populares de la idiosincra­sia madrileña. Pero lo grita esbozando una sonrisa, quizá por aquello que siempre se ha dicho de que es una señal de suerte y buenos augurios. Y así resultó ser: enseguida se abrió paso a un soleado día de San Isidro que no es uno más, sino que es especial por considerar­se Año Santo (concedido por la Santa Sede con motivo del 400 aniversari­o de su canonizaci­ón).

En la extensa pradera ubicada en distrito de Carabanche­l hay talleres para niños, numerosos puestos de comida, pistas de baile e incluso instalacio­nes para hacer deporte. Hay espacio para todos. No es de extrañar, pues una de las virtudes que mejor representa los valores de la ciudad es su carácter de acogida. Así lo ratifica el padre de una familia en la que van los cuatro, el matrimonio y los niños, vestidos de chulapos: «Soy de Canarias. Me encanta vestirme de todo siempre, sobre todo de algo tan especial. En la isla es muy típica la cultura de disfrazars­e y se pasa muy bien. Los madrileños son muy acogedores y yo, tras 20 años viviendo en Madrid, me siento uno más». Su mujer cuenta que parte de culpa la tienen los niños, quienes viven con mucha ilusión estas fiestas.

Mientras suena «Madrid», de Agustín Lara, va llegando más y más gente. Quien no va de chulapo lleva algún distintivo; ellos, la parpusa (gorra); ellas, el clavel rojo o blanco y el mantón de manila. Se mezclan olores de feria, el algodón de azúcar para los más internacio­nales y las rosquillas para los que son fieles a la tradición.

Es difícil no caer en la tentación ya que las hay para todos los gustos: la rosquilla «tonta», sin relleno con un ligero sabor a anís; la «lista», repleta de sabores de todo tipo (naranja, chocolate, fresa, limón y un largo etc); la de San Isidro, cubierta de azúcar. Y, ojo, que también las hay sin para aquellos que busquen la opción más saludable.

Por supuesto, también hay espacio para lo salado: desde carne o embutido a la brasa y arroz con diferentes condimento­s, hasta bocadillo de calamares para los más castizos. Sin embargo, una de las veteranas que regenta uno de los puestos más antiguos de la pradera de San Isidro, ha explicado a LA RAZÓN que no existe diferencia entre gallinejas y entresijos: «Ambos comparten sabor y textura, el entresijo es una parte más de la gallineja. Lo importante es que están muy sabrosos al cocinarse al momento».

También acompañan puestos de mojitos y sangrías para atenuar el calor. Y, aunque de esto no haya en ninguna carta pese a ser un plato típico de la capital, de fondo se escucha lo que tanto le gustaba a Manolo Escobar por ser gloria pura, el «cocidito madrileño». Se oye además «Por las calles de Madrid», de Mocedades, y a Diana Márquez cantando «Por las calles de Toledo». Lo bailan los más mayores y los que no lo son tanto. Así es San Isidro, una verbena donde conviven la tradición que no debe perderse, esa en la que los abuelos enseñan a sus nietos a bailar chotis con emoción, y las nuevas generacion­es que reciben con orgullo la herencia de una festividad con siglos de historia.

Un grupo de adolescent­es, sentados en corro, cuentan que recuerdan San Isidro desde que tienen uso de razón. Reconocen que solían vestirse cuando eran más pequeños y ahora van más en busca de conciertos: «Vamos a lo que nos apetezca, nos gusta disfrutar de la música tradiciona­l y por la noche aquí, a la Plaza Mayor o a las Vistillas», cuentan.

Lo importante de las gallinejas es que, como los entresijos, están muy sabrosas al cocinarse en el momento»

Comercios artesanos

«Desde hace meses, la gente tenía hechos los pedidos parar los trajes. Había ganas de salir a la calle»

Las goyescas presentan un vestuario muy diferente a las chulapas, pero ambas son castizas»

Tradicione­s familiares

Menos común, pero también propio de San Isidro, es el traje de goyesca. En este caso, una mujer acompañada por su familia ha aclarado a LA RAZÓN las caracterís­ticas de este vestuario: «El traje que llevo es de goyesca, distinto al de chulapa. Ambas son las formas castizas de vestirse en estas fechas tan especiales. Se llama goyesco porque se remonta a la época de Goya. El tocado de hombres y mujeres es muy caracterís­tico. El de chulapo es más ceñido y va acompañado del pañuelo y el clavel en la cabeza. Aquí, como veis, no hay ornamentac­ión de tipo floral. Digamos que, a lo mejor, el goyesco era más elegante. Del mismo modo, el chulapo tenía el chotis y el goyesco tiene otro tipo de baile, quizá más parecido a la jota. Que no me regañen los aragoneses», explica entre risas.

El folclore es una de las tradicione­s más arraigadas de San Isidro y el baile goyesco, o el que algunos llaman «baile vermut», siguen teniendo su protagonis­mo. Aun así, los puntos de venta de vestuario son principalm­ente de chulapos. Una de las vendedoras confiesa que la gente tiene muchas ganas de salir a la calle y desde hace meses tienen los pedidos hechos para que nadie se quede sin su traje. El color rojo es el más demandado.

Por la mañana de este día, muchos aprovechan para acudir a la ermita y continuar la tradición de bendecir el agua de San Isidro Labrador. Cuenta la leyenda que Vargas solicitó a Isidro beberla porque tenía sed y que éste dijo: «cuando Dios quería, agua había». De repente, ésta empezó a brotar. La historia, transmitid­a entre generacion­es, es la que lleva a que cientos de madrileños invoquen con agua al santo en busca de fortuna.

Toda una vida juntos y desde hace más de 15 años nos vestimos de chulapos y bailamos chotis»

Juani y Joaquín, dos chulapos

Con mucho ritmo y coordinaci­ón en la pista de baile se presentan Joaquín y Juani. Ambos «gatos», nombre que se les da a aquellos nacidos en Madrid y que cada vez son menos. Él de Lavapiés y ella de Vallecas. «Llevamos juntos desde que yo tenía quince años», dice con cierta nostalgia Juani.

Llevan celebrando San Isidro quince años, y desde entonces saben bailar chotis. «Somos de una asociación llamada ‘‘De Madrid al cielo’.’ Es la más antigua de Madrid. Hacemos muchas actividade­s, como teatros, y participam­os en eventos culturales. Pese a los años, ambos han sido fieles al traje de chulapos. Joaquín admite mientras ríe junto a su esposa que «el chotis es el único baile donde manda la mujer».

Joaquín se encarga de diferencia­r todas las partes que reúne su traje: el chaleco o «chupetín», los zapatos o «calcos», la gorra o «parpusa» y el pañuelo o «safo».

A continuaci­ón, él detalló a LA RAZÓN que desde muy pequeño aprendió de los pasos de su padre, a quien poco le faltó para llegar a Hollywood. «Tiene que ver con una película antigua, se llamaba ‘‘La revoltosa’,’ en la era del blanco y negro. En su reparto estaban, entre otros, Carmen Sevilla y Tony Leblanc, que hacía de Felipe. Los pies que se ven en la película bailando el chotis son de mi padre. Eran amigos y Tony Leblanc no sabía bailarlo, entonces llamó a mi padre para que le doblara los pies».

«El chotis y la mazurca son los bailes más comunes en San Isidro. También el pasodoble por tradición española», comenta el matrimonio. Poco después, suena «El pichi» de Celia Gámez y juntos retoman la marcha.

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REPORTAJE FOTOGRÁFIC­O: GONZALO PÉREZ Foto familiar en la Pradera de San Isidro: los madrileños vuelven a vestirse de chulapos
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