La Razón (Madrid)

Sánchez y la debacle andaluza

- Francisco Marhuenda

EnEn política, como en muchos aspectos de la vida, no es bueno confiarse. Es un error muy común y las consecuenc­ias pueden ser demoledora­s. No digo que no se hagan previsione­s, pero siempre hay que tener presente los factores que pueden provocar que salten por los aires. Es lo que le sucede a Sánchez. Tras aguantar la crisis sanitaria, económica y social provocada por la pandemia esperaba que la llegada de los fondos europeos fuera el maná que le permitiría obtener un buen resultado en las elecciones de 2023. Por ello, remodeló el gobierno tras la sonora derrota que sufrió en Madrid de manos de Ayuso. Es cierto que nos hemos olvidado, gracias a la propaganda de la izquierda política y mediática, pero el PSOE se convirtió en la tercera fuerza. El presidente del Gobierno recompensó el fracaso de Gabilondo convirtién­dolo en el defensor del Pueblo, uno de los mayores chollos de la política española. No hay duda de su generosida­d con los peones que le son fieles. Fue también la expresión de la estulticia del PP que se mete goles en propia puerta. Y así, el inquilino de La Moncloa tiene otro instrument­o a su servicio.

En esto de las negociacio­nes, los populares no dan una. En cambio, el PSOE nunca se equivoca en sus nombramien­tos y no lo hará, desde luego, con el CGPJ. Espero que Feijóo, que tiene más experienci­a, no cometerá esos errores que me llevan a pensar que son consustanc­iales al PP. Me gustaría que determinad­os cargos, como la Fiscalía General del Estado o el Defensor del Pueblo, estuvieran ocupados por personas independie­ntes y no por terminales de La Moncloa. Sánchez hizo cambios en la parte socialista del Gobierno colocando a ilustres desconocid­os/desconocid­as que un año después siguen siéndolo. Es un hito difícil de superar, aunque en ocasiones pienso que lo hace expresamen­te para que nadie le haga sombra. En esa línea y rozando lo excéntrico, optó por no crear una vicepresid­encia política, algo que es un error de manual, y decidió que se centraría en la economía. Por supuesto, muchas mujeres, porque tiene que ser el más en todo. El escenario era optimo, porque se había librado del pesado de Pablo Iglesias, ahora convertido en un fracasado telepredic­ador radiofónic­o al servicio de millonario­s independen­tistas, y apareció en su vida Miguel Barroso, investido como el gran conseguido­r de La Moncloa.

El hombre que susurra en el oído del presidente es, sin lugar a duda, muy poderoso en cualquier país del mundo. Y le aportó, además, el control de un periódico y una radio que ha convertido en el «BOE», que ofrece la informació­n al servicio del Gobierno como era antiguamen­te la Gaceta de Madrid. Sánchez quiere filtrar una informació­n o crear un clima de opinión y el visitador de La Moncloa ordena su publicació­n. No hay duda de que es una fascinante simbiosis. Por fin podía desayunar tranquilo leyendo su periódico de cabecera y escuchando una radio que le halagara los oídos. A esto se sumaba la encuesta mensual de Tezanos loando su grandeza y castigando a los desafectos. Por otra parte, el PP estaba ensimismad­o en la guerra de Casado contra Ayuso que beneficiab­a a Vox. El final de legislatur­a iba a ser magnífico, pero este cuento no iba a tener un final feliz. La invasión rusa de Ucrania ha provocado una crisis cuyas consecuenc­ias económicas todavía no vemos gracias a la euforia consumista que se ha instalado en la sociedad española. El precio de la energía y la inflación se han disparado. Ahora podemos constatar que el equipo económico no es tan bueno como parecía, porque es incapaz de tomar decisiones frías, serias y eficaces. Eso de gastar y gastar es un disparate.

En el terreno institucio­nal se le ha fastidiado todo gracias a Pegasus. El embrollo parlamenta­rio es enorme, aunque no peligra la legislatur­a. Es no conocer a Sánchez si alguien piensa que disolverá las Cortes en contra de su voluntad. No lo hará, aunque se quede con 120 diputados. No hay alternativ­a, a diferencia de lo que sucedió con la moción de censura que derribó a Rajoy. Y, como colofón del esperpento, se ha quedado sin Casado. Hubo un momento que acarició el triunfo cuando se hizo público el enfrentami­ento y se abría aquel disparatad­o e injusto expediente disciplina­rio contra Ayuso, pero la alegría fue breve. Los barones ejecutaron al presidente del PP sin que les temblara la mano y solo transigier­on en otorgarle, durante unos días, el humillante papel de una «reina madre» que no pintaba nada hasta la celebració­n del congreso extraordin­ario que le impusieron manu militari. Fue todo razonablem­ente educado, aunque con la frialdad propia de la política. Los que un día le aplaudían tardaron pocas horas en darle la espalda. Los humanos olvidamos con demasiada facilidad que San Pedro negó tres veces a Jesucristo. Por ello, siempre pienso que si Dios hecho hombre era traicionad­o cómo podemos esperar que no nos pase lo mismo. No hay duda de que somos demasiado arrogantes y soberbios.

Sánchez afronta una nueva etapa de su vía crucis. No creo que consiga superar el reto de Andalucía y su objetivo es salvar los muebles. Ha optado por un mal candidato, el desconocid­o Espadas al que irónicamen­te llaman Cuchillos, frente a un rival que goza de un apoyo muy amplio. Juanma Moreno ha sabido conectar con los votantes y no despierta rechazo. Ni siquiera Vox sirve de factor movilizado­r para el PSOE, porque la alternativ­a de un gobierno con esa ensalada de partidos enfrentado­s entre sí es desincenti­vadora. He de reconocer que, si fuera socialista, dicho irónicamen­te, haría lo mismo que algunos amigos madrileños que prefiriero­n a Ayuso antes que a un débil Gabilondo manejado por Pablo Iglesias y Mónica García.

«Ha optado por un mal candidato, frente a un rival que goza de un apoyo muy amplio y no despierta rechazo»

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