La Razón (Madrid)

Asesinos silencioso­s

- Fernando Sánchez-Dragó

AsíAsí –asesino silencioso– es como llaman los médicos a la hipertensi­ón arterial. La metáfora nació en EE UU y desde allí se propagó. Pero no es ése el único asesino que a la chita callando mina nuestra salud. Hay otros, igual de dañinos. Por eso he puesto el título en plural. Citaré sólo dos, estrechame­nte relacionad­os entre sí: la diabetes y el sobrepeso, rayano o no en la obesidad. Si usted pesa más de la cuenta, es casi seguro que los índices de azúcar de su sangre superarán los niveles de la normalidad y lo expondrán a todos los riesgos que la diabetes o la prediabete­s entrañan.

La OMS, que no es infalible, y la práctica totalidad de las institucio­nes sanitarias, que tampoco lo son, pero algo tendrá el agua cuando la bendicen, sostienen que en Europa y en EE UU más del 50% de sus habitantes padecen sobrepeso. Yo creo que se quedan cortos.

Escribo esta columna sentado en la terraza de un café del centro de Madrid. De vez en cuando alzo los ojos y veo pasar a peatones provistos de gruesas nalgas y barrigas con aspecto de globo terráqueo. Las mujeres se llevan la palma en esa competició­n de kilos superfluos, pero los varones no desmerecen. Adivino un mundo, ya cercano, en el que todos sus habitantes estén gordos y padezcan diabetes. Será como vivir en el interior de una pesadilla.

¿Cabe prevenir un futuro tan lúgubre? Lo que se dice caber, cabría, pero será difícil, porque tendríamos que reducir drásticame­nte el consumo de los llamados «venenos blancos» que hoy constituye­n el grueso de nuestra nutrición. A saber: el arroz no integral, la harina refinada, la leche y sus derivados, el azúcar y la sal.

¿Están dispuestos a no comer pan, ni bollería, ni dulces, ni quesos, ni espaguetis, ni paellas, ni tantas otras cosas que tan ricas están? ¿Serán capaces de prescindir del salero, de no echar una o dos cucharadit­as de azúcar al café, de combinar éste con leche de avena y no de vaca, y de no coronar sus almuerzos con un heladito, un trozo de tarta o unas natillas?

Lo dudo. Y yo, en todo caso, no soy quién para amargarles la vida. Así que sigan engordando sin salud y con diabetes. De algo, dice la gente, hay que morir.

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