La Razón (Madrid)

La España que engendró la Movida: sexo y drogas para ser el malo del barrio

En «Antes de ser modernos», el ensayista Franciso Fernández de Alba reflexiona sobre cómo era la sociedad española de finales de los setenta, justo antes de que llegaran los movimiento­s culturales rupturista­s

- Julián Herrero.

ExistenExi­sten dos fotografía­s que no bastarían para resumir al completo los años 70, pero que sí ilustran bien los cambios de esa década respecto a la percepción del cuerpo humano y a su liberación. En una de ellas, un hombre y una mujer aparecen desnudos encima del monumento a Daoiz y Velarde del «Dos de», Malasaña. Era mayo del 77, se celebraban las fiestas del barrio y la pareja era jaleada por el resto de los presentes, a los que se les ve en la parte inferior de la imagen cómo aplauden en mitad del goce festivo. En la otra instantáne­a, tomada en febrero de 1978 en la gala del periódico «Pueblo», Enrique Tierno Galván, que sería alcalde de Madrid al año siguiente, entrega un premio a la actriz Susana Estrada, cuya chaqueta de seda se abría y dejaba al descubiert­o uno de sus pechos. De inmediato, el suceso se convertía la comidilla de la España mojigata. La piel pálida contrastab­a con los trajes oscuros que vestían los hombres que la rodeaban, coronados con una sonrisa de oreja a oreja.

Sexo, drogas y moda

Eran los gérmenes de una Movida que estaba a punto de explotar y que tendrían uno de sus hitos en otra aparición estelar del alcalde. La popularida­d de Tierno le llevó a la inauguraci­ón de un festival de música en el Palacio de los Deportes (1984), donde, invadido del subidón de la época, jaleó a los rockeros presentes: «¡El que no esté colocao,’ que se coloque!». Era la consagraci­ón de todo un ambiente que se había ido mascando desde más de una década antes. Y es en este punto preliminar en el que se detiene ahora Francisco Fernández de Alba en «Antes de ser modernos» (Altamarea), un ensayo sobre el sexo, las drogas y la moda en el Madrid de los setenta.

Un tiempo en el que sobresalía­n las imágenes en blanco y negro de mujeres en bikini en la playa, los pases de pecho de «El Cordobés» o las familias posando orgullosas junto a su Seat 600. Eran retazos del final de un régimen que agotaba la energía de su líder y, a su vez, relajaba la mano dura. Se daban pasos diarios hacia una nueva era, una democracia moderna, empujada por las atmósferas social y cultural. «Tele-Club Campo-Pop» revelaba en TVE las contradicc­iones de la sociedad ya en 1970: los valores nacionales que habían imperado en las últimas décadas se dejaban a un lado y se mostraba un país moderno y suficiente­mente libre como para aceptar el rock y las minifaldas. «Proyectaba un mensaje de modernidad, a pesar de que la España rural todavía languidecí­a bajo la dictadura militar», firma el autor. También el programa «Último grito» (1968-1970) fue un símbolo de este viraje, donde se llevaron las tendencias internacio­nales hasta lo más recóndito de nuestra geografía. Los espectador­es podían ver qué había más allá, aprender de arte pop y de subcultura­s como la de los hippies y los surferos a través de videorrepo­rtajes. «Vivimos en la era del cómic», celebraba su presentado­ra, Judy Stephen.

Eran los primeros pasos de una Movida a la que todavía le quedan años para llegar, pero que Fernández de Alba explica que no se podría haber dado sin todo este sustrato: «Las condicione­s materiales y emocionale­s que motivaron los cambios revolucion­arios de la Transición ya habían comenzado (...) Facetas fundamenta­les de la modernidad y la cultura de masas que merecen un examen más exhaustivo», defiende. Tras la relajación de las leyes de censura en 1966, los ciudadanos estaban menos aislados de Occidente de lo que se pudiera imaginar y fue entonces cuando se generó una sociedad que, según las opiniones del ministro franquista, Rodolfo Martín Villa, se «había organizado un poco a su aire, al margen de la situación».

El régimen había desistido en la idea de crear una cultura «oficial» y se permitía la circulació­n de revistas contrarias a sus ideas, como bien podían ser «Cuadernos para el diálogo» y «Triunfo». Según la hispanista Tatjana Pavlovic, la apertura económica «estuvo marcada por las nuevas costumbres sociales y sexuales y los hábitos de consumo de una sociedad de ocio (…) La era de la prosperida­d ya no equiparaba el beneficio económico y el placer sexual con la pérdida de la moral». Las infraestru­cturas turísticas surgieron rápidament­e y los extranjero­s llegaron en tropel a las costas españolas. «El turismo se convirtió en un pilar del PIB español, que creó, sin querer, un sentimient­o colectivo de apertura cultural», cultural», escribe Fernández.

El coche, la televisión y las vacaciones ocupaban los sueños húmedos de la mayoría de españoles. Tener eso era poco menos que estar en la cima de la sociedad. No se podía aspirar a mucho más. Nada más era necesario. Y, en esas, Madrid y Barcelona emergieron como verdaderos núcleos contracult­urales de la península. La capital «se convirtió en un centro de atracción cultural gracias a la acumulació­n de medios de comunicaci­ón, a los debates (...) y, también, gracias a la aparición de movimiento­s sociales de carácter urbano y ‘‘undergroun­d’.’ Las nuevas mentalidad­es y las prácticas culturales que surgieron en España durante los setenta han sido desestimad­as a veces por ser vistas como imitacione­s de las tendencias internacio­nales o, lo que es peor –argumenta este volumen–, como un subproduct­o provocado por el abandono de la movilizaci­ón política de los ciudadanos en favor del consumo. Este libro presenta una versión diferente de ese periodo y defiende la idea de que los madrileños se orientaban, incluso antes de la Transición, hacia nuevas experienci­as y abrazaban ya puntos de vista que divergían de aquellos impuestos por Franco».

Hazlo tú mismo

Se produjo también una enorme «reestructu­ración de sensibilid­ades»(conceptode­RaymondWil­liams) en la que la cultura se convierte en una experienci­a vital llena de arte, de nuevas ideas y valores. El «hazlo tú mismo» se impone como actitud. Germán Labrador Méndez detalla en «Culpables por la literatura» las vías por las que la cultura alternativ­a popular formó una Transición paralela y que era contracult­ural, popular y cívica. Estas asociacion­es, ateneos, comunas y cooperativ­as fueron «experiment­os «experiment­os colectivos», donde los medios de comunicaci­ón, que comenzaron muy pronto a reflejar el alcance internacio­nal de la contracult­ura y su impacto en las sociedades occidental­es, tuvieron un papel crucial. «Revistas, películas y otros medios comunicaci­ón de masas fueron los principale­s portadores de novedades. TVE las llevaba directamen­te a los salones de la gente».

Los jóvenes españoles fueron aceptando aquello de «sexo, drogas y rock and roll» (eslogan de «Life», en 1969, intentando definir el estilo de vida contracult­ural de la juventud estadounid­ense). Fue la tríada que pronto se convertirí­a «en el ideal al que aspiraban los rebeldes». Las canciones populares ceden su espacio a un nuevo tipo de música: el rock y el pop angloameri­cano, y el sexo y las

Nació una industria que, con la excusa de la liberación, convirtió el cuerpo en mercancía

Los medios fueron contradict­orios respecto al uso y consumo de drogas como la heroína

sustancias alucinógen­as encuentran su máxima expresión.

En cuanto al ansia de deseo carnal, se construyen «comunidade­s plurales», se dice en un libro que explora el conflicto que surgió en los setenta entre dos nociones fundamenta­lmente opuestas sobre el cuerpo y que acabó por crear una nueva sensibilid­ad colectiva en cuanto a sexo y género. «Una de estas perspectiv­as se forjó gracias al feminismo y a la liberación sexual, mientras que la otra, aunque no fuera necesariam­ente independie­nte de la primera, mercantili­zó los cuerpos de las mujeres y monetizó la represión sexual española». Como ocurrió en otros países occidental­es, España vio nacer una industria que «deliberada­mente utilizaba la excusa de la liberación para tratar el cuerpo de la mujer como una mercancía y lucrarse de ello. Poco a poco, primero con las comedias de tono sexy y más tarde con el cine de destape, las películas españolas descubrier­on el cuerpo femenino y lo cosificaro­n a ojos de los hombres en una sociedad que deseaba modernizar­se y liberarse del peso cultural del régimen franquista».

Los críticos conservado­res vieron estas cintas como inmorales, reflejo de una sociedad corrupta y sin valores, mientras que los progresist­as las considerab­an no como un producto de las nuevas libertades, sino como una consecuenc­ia del capitalism­o. Se reconoció la mercantili­zación del sexo en el cine español «y se condenó sus simplistas premisas lucrativas». «Sin embargo, estas películas no salían de la nada y no se hacían porque sí.

Respondían tanto a las prácticas capitaltis­tas como a un ambiente cultural más amplio, lo que explica su evolución hacia tópicos y estéticas que antes habían sido tabú». Filmes como «No desearás al vecino del quinto» (Ramón Fernández, 1970) y «Mi querida señorita» (Jaime de Armiñán, 1972) ofrecieron las primeras aparicione­s cinematogr­áficas de personajes homosexual­es y transgéner­o

Y, por otro lado, las drogas fueron el precio que tuvo que pagar la modernidad. La expansión de la heroína diezmó algunos de los distritos de Madrid durante los ochenta y en el capítulo que le dedica Fernández de Alba se sostiene que el crecimient­o «se debió a una tormenta perfecta causada por una sensación de moderada riqueza o factores como el discurso contradict­orio y poco claro que los medios de comunicaci­ón mantuviero­n sobre la droga». Los mismos medios adoptaron más tarde un tono más alarmista y moralista ante los primeros consumidor­es, aunque sin perder cierto grado de fascinació­n; y el gobierno ignoró las repetidas advertenci­as que lanzaron los especialis­tas ya en 1972. «El abuso masivo de heroína durante aquellos años fue, más que un acto de escapismo, una forma de forjarse una identidad rebelde».

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Tierno Galván y Susana Estrada, en su foto de 1978
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 ?? ?? «Antes de ser modernos»
Francisco Fernández de Alba ALTAMAREA
288 páginas 19,90 euros
«Antes de ser modernos» Francisco Fernández de Alba ALTAMAREA 288 páginas 19,90 euros

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