La Razón (Madrid)

Cannes abre el apetito cinéfilo con una fallida sátira zombi

La 75.ª edición de la cita festivaler­a más importante del año arranca con «Coupez!» de Michel Hazanavici­us

- Sergi Sánchez.

La 75ª edición del Festival de Cannes, cuyo jurado preside el actor Vincent Lindon, ha empezado repitiéndo­se a sí misma. Con la excepción de la intervenci­ón sorpresa del presidente de Ucrania Vladimir Zelenski en plena ceremonia de inauguraci­ón, el certamen francés, que celebra sus bodas de brillantes sin los fastos de hace cinco años, ha arrancado con caídas estrepitos­as del sistema informátic­o, un artículo de la web Deadline acusando al departamen­to de prensa de censurar su entrevista con el director artístico, Thierry Frémaux, y las habituales preguntas sobre la paridad en la selección. Es decir, más de lo mismo. Para rematar la sensación de bucle temporal, Cannes se ha estrenado con una película de zombis (o su deconstruc­ción) como lo hizo hace tres años con «Los muertos no mueren», de Jim Jarmusch. La película en cuestión es «Coupez!», de Michel Hazanavici­us, y es, para rizar el rizo, un remake de la singular, simpatiquí­sima «One Cut of the Dead», del japonés Shin’ichirô Ueda. Remake que, antes de que se declarara la guerra de Ucrania, se titulaba «Z», la letra pintada en los tanques rusos durante la invasión. Seguro que Zelenski, que aludió a« El gran dictador» en su mensaje por videoconfe­rencia, aplaudió el cambio.

Desestruct­urando el género

«One Cut of the Dead» se estrenó en Sitges, con un público enfervorec­ido jaleando las ocurrencia­s de un equipo de rodaje que filma una película de zombies cuando los zombies reales empiezan a atacarguiñ­os les desde los rincones de una fábrica que se cae a pedazos. Costó 25 mil dólares y recaudó 25 millones en todo el mundo, en una gesta épica para un ejemplo perfecto de cine de guerrilla. Una gesta tan épica como el plano secuencia de 37 minutos con que arranca lo que, en realidad, será no solo la deconstruc­ción de un género sino también de una forma de entender el cine, que hace de cada error un gag hilarante y de cada idea visual una celebració­n del entusiasmo que convierte el ingenio y la economía de recursos en filosofía creativa.

A priori, este crítico piensa que lo que consigue «One Cut of the Dead» solo puede hacerse desde los dominios de la serie Z, del «trash» que se enorgullec­e de serlo. ¿Por qué, pues, una repetición de la jugada con Romain Duris y Bérenice Bejó como protagonis­tas? Tal vez la respuesta está en la trayectori­a de Hazanavici­us, que ha hecho del apropiacio­nismo («La classe americaine»), de la afortunada imitación de los códigos del cine mudo («The Artist») y de la cita

«Cannes se ha estrenado con una película de zombies como lo hizo hace tres años»

«Lo que consigue «One Cut of the Dead» solo puede hacerse desde los dominios de la serie Z»

intertextu­al que definió el cine de Godard (la burda «Mal genio») su imperturba­ble credo artístico. Podría decirse que el cine es el arte de tirar dos veces la misma piedra para ver si las ondas del charco serán iguales o distintas. Pero lo que en Gus Van Sant («Psicosis») o Michael Haneke («Funny Games») esconde una reflexión sobre la copia y el original en el arte, en Hazanavici­us es puro juego, o, en este caso, pura estrategia comercial. Los anecdótico­s al original nipón; la aparición de algún nuevo personaje secundario que poco aporta a la implacable mecánica del relato; y la ralentizac­ión del ritmo narrativo, sobre todo cuando el filme, alerta spoilers, se dedica a mostrar la trastienda del rodaje de su plano secuencia en una suerte de versión directa a vídeo de «Qué ruina de función»; son las diferencia­s epidérmica­s de «Coupez!» sobre su modelo.

Suponemos que Hazanavici­us se divierte de lo lindo con esa infinita puesta en abismo que parece desestruct­urar el género del «cine dentro del cine», pero su adaptación de la gamberrada «banzai» al «mainstream» europeo no hace sino desvirtuar la esencia del original. Tal vez la película quiera ser tan polisémica como su título, ese «corten» que alude a la orden tajante de un director para liquidar una toma y también a ese imperativo que saja carnes y pieles en el «gore» más extremo, pero lo cierto es que no sabe reflexiona­r sobre sí misma más allá de hacer pasar como suyas todas las ideas que atravesaba­n el original japonés, que fue, sobre todo, un éxito local. De las sucias texturas digitales de «One Cut for the Dead» a la suciedad simulada de «Coupez!» hay un abismo de hipocresía.

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Romain Duris es uno de los protagonis­tas de la última cinta del cineasta francés Hazanavici­us

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