Tapa de guiri vuelta y vuelta
► Los 40 grados y la ingesta masiva de alcohol convirtieron las horas previas a la final en un horror
Sevilla se convirtió en un gran «botellódromo» para los más de 100.000 aficionados escoceses y alemanes –proporción de 3 a 1 favorable a los británicos– que desembarcaron para la final de la Europa League del Sánchez-Pizjuán, con capacidad en sus gradas para menos de la mitad de los visitantes. La ley seca que el Ayuntamiento impone en fechas relevantes para la ciudad, en evitación de esas muchedumbres beodas que todo lo destruyen como una marabunta de termitas, devino en una permisividad de las autoridades altamente irresponsable, rayana en lo delictivo. Y el espectáculo, en consecuencia, resultó grotesco tirando a horrible.
Se hacían bromas en la víspera sobre la presencia de tanto protestante en tan católica ciudad y la realidad, como suele ser habitual, superó con creces la ensoñación del cronista. En la plaza de San Francisco, fachada trasera del hermoso edificio plateresco que alberga al Ayuntamiento, no hay sombra posible, pues ocupa un antiguo claustro conventual ganado para la ciudad. Aquí se hacían los autos de Fe durante la Inquisición y aquí quemó el brazo secular a los herejes descubierto en el monasterio de San Isidoro del Campo, en la vecina Santiponce. Justo en las mismas piedras hirvientes sobre las que ayer se tostaban sus hermanos luteranos y anglicanos mientras trasegaban toda la cerveza que eran capaz de almacenar los establecimientos de varios kilómetros a la redonda.
Las borracheras, recocido el cerebro con alcohol templado a los cuarenta y muchos grados que hacía al sol –38 a la sombra, se alcanzaron oficialmente–, fueron numerosas, pero pocos los incidentes, a pesar de que ambas aficiones se mezclaron con naturalidad. Una pelea a sillazos junto al Puente de los Bomberos, cinco ultras del Eintracht detenidos porque buscaban gresca en los alrededores de La Maestranza... poca cosa y bien controlada por la Policía. Desde el punto de vista de la urbanidad y la estética, por el contrario, Sevilla vivió sus peores horas.
Un paseante observador, por ejemplo, pudo caer en la cuenta de que los hinchas escoceses, en una inmensa mayoría perfectamente descamisados, se pueden dividir en dos grupos: los que tienen la espalda repleta de granos purulentos y los que la lucen cubierta de poblada pelambrera. Rosados sus torsos por la exposición solar, podrían haber sido servidos vuelta y vuelta en un restaurante antropofágico. En el apartado escatológico, como es normal, el paso de las horas hizo estragos. Continuaba la gran micción del martes por la noche, por supuesto, pero reforzada por las muchas toneladas de vómito que iban dejando en los rincones y en los arriates de los árboles.
Sevilla, para no variar, se dividió en dos mitades irreconciliables para simpatizar cada una con un contendiente. El bético eligió al Eintracht, su verdugo en los octavos de final de la competición, y el sevillista se decantó por los Rangers por pura eliminación cromática, pues comparte con los unionistas de Glasgow su aversión por el verdiblanco que caracteriza al Celtic, vecino tan poco apreciado en Ibrox Park como el Betis en la sede de la final de la Europa League, competición que volverá a jugar la próxima temporada.
El bético simpatizó con el Eintracht y el sevillista se decantó por el Rangers por su aversión al verde