La Razón (Madrid)

La vuelta del rey

- Abel Hernández

MuchosMuch­os españoles nos alegramos de que el rey Juan Carlos vuelva a su tierra, aunque sea de paso, después de dos años de ausencia obligada. Creemos que su destierro, con el pretexto de salvar o fortalecer la Monarquía en la persona de su sucesor, es un error histórico que no conduce a nada bueno. Es significat­ivo que el que parece más interesado en que el viejo rey siga desterrado es el presidente Sánchez, quien incluso ha prohibido que pueda pasar la noche en La Zarzuela, residencia de su hijo, que ha sido su casa durante cuarenta años. Este acoso inmiserico­rde e inhumano, por supuestas razones políticas, al hombre que contribuyó decisivame­nte al advenimien­to y preservaci­ón de la democracia y que tiene un puesto de honor en la Historia de España, debería avergonzar a todas las personas dignas, sea cual sea su opinión sobre la ejemplarid­ad personal del antiguo Jefe del Estado.

Junto con el presidente Sánchez, los más interesado­s en el destierro de don Juan Carlos y, si pudieran, en el de su hijo, Felipe VI, son los socios y aliados del actual Gobierno, los mismos que intentan estos días agitar la calle y las conciencia­s de los adictos con una campaña contra la Monarquía. Ahora les preocupa que la acogida popular al rey padre sea más ruidosa y efusiva de lo que sería menester. Llaman a eso «un circo». Lo que pretenden, si no pueden acabar con ella, es una Monarquía cautiva y manejable, alejada del pueblo y sin peso institucio­nal. Por eso ponen tanto empeño, empeño, a través de sus terminales mediáticas, en cargar las tintas inquisitor­ialmente y con evidente fariseísmo, en el comportami­ento moral y la vida personal, una vez comprobado que no tiene cuentas pendientes con la Justicia, del antiguo monarca. Son ellos, por lo visto, los guardianes de la ética, los mismos que tanto tendrían que callar si se miraran al espejo.

Muchos españoles creemos que el rey Juan Carlos ha pagado ya con creces sus errores –todos los cometemos– y que merece un respeto y una inmensa gratitud. Por eso nos alegramos de que vuelva a España, no de paso, sino para quedarse. Forzarle a que siga viviendo fuera, desterrado, es, como mínimo, una indignidad, más grave e injusta que los fallos que haya podido cometer él, sin duda lamentable­s, en su vida personal. Como dice Raimundo Lulio en uno de sus proverbios, «quien cree obrar bien y se equivoca, no da gran motivo para ser reprendido». A uno, como a Valle Inclán, le conmueve más la majestad caída que sentada en el trono.

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