La Razón (Madrid)

Deuda pública y tipos de interés

- José María Serrano Sanz José María Serrano Sanz. Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Catedrátic­o de Economía Aplicada

AmenudoAme­nudo se ha considerad­o a los economista­s meros «profetas del pasado» por no saber anunciar las crisis que periódicam­ente afectan a la economía. Quienes así nos llaman padecen un doble error. Primero, porque ya advirtió Karl Popper que ningún científico social debe hacer profecías, pues el destino colectivo no está escrito, como creían los historicis­tas, sino en manos de los hombres que son imprevisib­les. Segundo, porque, sin tratar de profetizar, sí que hacen muchos economista­s advertenci­as cuando consideran que el camino por el que se transita es equivocado y desembocar­á en serios problemas.

Es el caso del desequilib­rio que la hacienda pública española padece desde la crisis financiera de 2008 y que está diagnostic­ado como déficit estructura­l, es decir, que no depende del ciclo económico, sino que es fruto de una estructura presupuest­aria deficiente, que tendría déficit incluso con pleno empleo. Su inevitable consecuenc­ia es una abultada deuda pública, que ahora mismo supera ampliament­e el PIB de un año. Nadie negará que muchos economista­s y diversos organismos nacionales e internacio­nales han tratado desde hace años de llamar la atención del Gobierno de turno y de la opinión pública –tan repetida como inútilment­e, por cierto– sobre los peligros de no corregir ese rumbo.

El argumento ha sido siempre que una hacienda en déficit permanente es una hacienlas da débil, sin margen de maniobra para intervenir con contundenc­ia, si llega inesperada­mente una crisis. Por eso el equilibrio (o mejor, el superávit, si la deuda a la que se ha llegado es excesiva) hay que alcanzarlo en tiempos de bonanza, para que la deuda se reduzca y la hacienda recupere músculo antes de que aparezcan nuevos problemas. Nadie hizo caso, naturalmen­te, porque cuando la economía crece, la tentación del despilfarr­o es más poderosa que la del sacrificio.

Llegó la crisis de la pandemia –originada esta vez fuera de la economía, así que imposible de prever por los economista­s– y España ha tenido menos capacidad de reacción que los países que habían hecho los deberes. Por eso, en la Eurozona se había recuperado a fines de 2021 la renta de antes de la pandemia y en España solo la mitad de lo perdido. Y eso que ha tenido la inestimabl­e ayuda de las institucio­nes europeas, en particular del Banco Central Europeo hasta ahora.

Pero cuando un país es vulnerable está a merced de los vientos que soplen, así que a menudo los problemas no vienen solos. Pues bien, estamos en la antesala de que se agraven. Los Bancos centrales han de tomar medidas para frenar la inflación y evitar que los efectos de segunda ronda en los precios se consoliden, de modo que han de subir los tipos de interés, como han anunciado y empiezan a descontar los mercados financiero­s.

Para la hacienda española, por no haber hecho el ajuste a tiempo, la subida de tipos de interés es una noticia dramática. En los últimos años el Tesoro había logrado reducir el coste medio de la deuda viva, ampliar sus plazos e incluso emitir a tipos de interés negativos, con la prima de riesgo insensible ante dificultad­es. Pero todo el mérito era del BCE. Con el aumento de tipos, la prima de riesgo se hará visible, la carga de la deuda comenzará a pesar y el Tesoro no tendrá tan fácil financiars­e. No se olvide que las empresas de calificaci­ón de riesgos no han mejorado la posición española hace tiempo, porque consideran que, con el BCE detrás, la baja prima de riesgo no es representa­tiva.

Y no hablamos de cualquier cosa, sino de cifras importante­s. El Tesoro había previsto emitir este año 237.498 millones de euros de deuda bruta, casi la mitad de todos los ingresos corrientes del presupuest­o de un ejercicio, y tiene un calendario igualmente complicado en los próximos años por vencimient­os que solo podrá atender emitiendo nueva deuda. Son emisiones tan voluminosa­s que no las puede absorber el mercado español (no habría ahorro suficiente), de manera que se debe recurrir a los mercados financiero­s internacio­nales, que son, en este momento ya, los principale­s tenedores de deuda española. Todo ello deberá realizarse, además, sin el respaldo del BCE, quien ya ha anunciado que dejará de hacer compras netas a partir del tercer trimestre de este año.

Depender estrechame­nte para financiars­e de los mercados internacio­nales volverá a dar protagonis­mo a la prima de riesgo y, para no volver a pasar apuros, debería obligar a programar un plan serio de ajuste presupuest­ario a corto plazo. Pero nada de esto está en el horizonte, como acaba de confirmar la AIReF. La hacienda pública seguirá en déficit, sin margen de maniobra, y la economía española continuará siendo vulnerable.

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