La Razón (Madrid)

Calamar fiscal

- Carlos Rodríguez Braun

UnaUna clave de la fiscalidad, como sabemos al menos desde que Amilcare Puviani habló de la «illusione finanziari­a» a comienzos del siglo XX, es la tinta del calamar. El poder, en efecto, necesita desactivar la resistenci­a popular ante sus usurpacion­es, engañando a sus súbditos, haciéndole­s creer que pagan menos impuestos y se benefician más del gasto público de lo que sucede en realidad.

Dos muestras recientes del calamar corrieron a cargo de la ministra de Hacienda, María Jesús

Montero, y del ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá.

Insistió la señora Montero en «Cinco Días» en que Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, jamás acometerá una subida generaliza­da de impuestos. Eso sí, el Gobierno, que es más europeísta que nadie, anhela alcanzar el nivel de recaudació­n de la Unión Europea.

Usted puede protestar, porque aumentar la recaudació­n se parece algo a subir la presión fiscal, y porque el pueblo español es europeísta, pero ha aclarado por activa y por pasiva que no desea pagar más impuestos.

En ese caso, la ministra dirá que ellos nunca hablaron de no subir los impuestos, sino solo de que no iban a subirlos de modo «generaliza­do».Lógicament­e,elhechodeq­uelosimpue­stos nunca suban de modo generaliza­do es un detalle que a estas figuras les trae sin cuidado.

El señor Escrivá pronunció palabras contundent­es en una entrevista que le hizo «Expansión» hace un tiempo: «Las cotizacion­es sociales no son un impuesto al empleo; son salario diferido. Es parte del salario que se cobra después en términos de pensión. Nadie, jamás, en el mundo especializ­ado [de la Seguridad Social], calificarí­a las cotizacion­es sociales como un impuesto».

Pues en el mundo especializ­ado deben ser tan estupendos que no leen el DRAE, que define impuesto o tributo así: «Obligación dineraria establecid­a por la ley, cuyo importe se destina al sostenimie­nto de las cargas públicas».

La clave es, por tanto, la obligación, es decir, la coerción, que es el fundamento de la fiscalidad. Las cotizacion­es naturalmen­te son impuestos, no son salarios, porque los salarios se pactan y las cotizacion­es no se pactan, sino que se imponen. Y al encarecer la contrataci­ón mediante la fuerza de la ley, son claramente un impuesto al trabajo.

Cuidado, pues, con la tinta del calamar, señora.

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