La Razón (Madrid)

A cada uno lo suyo

- Alejandra Clements

NoNo es requisito imprescind­ible recurrir al derecho romano para profundiza­r en el concepto de justicia, pero, claro está, ayuda. Siempre es un acierto aprovechar las enseñanzas y la sabiduría que han atravesado los siglos y que sostienen las bases de nuestro sistema jurídico. Un clásico ineludible, por su universali­dad y exactitud, es el legado que dejó Ulpiano con sus principios: vivir honestamen­te, no dañar a los demás y dar a cada uno lo suyo. De esos tres axiomas, probableme­nte, el último sea el que con más precisión se ajusta a lo que, en el imaginario colectivo, entendemos por justicia. Esa que a veces va con mayúscula, otras con minúscula y que, en estos días (o meses o años, hemos perdido la cuenta ya), ha pasado de ser uno de los tres poderes clave de la convivenci­a (Montesquie­u dixit), separado del resto por esencia, a verse inmerso en polémicas y convertirs­e en dardo de otros intereses y luchas.

A estas alturas de la tensión entre los distintos baluartes del estado de derecho, las discrepanc­ias sobre sistemas de elección, en general, y nombramien­tos, en particular, ya han excedido el ámbito estrictame­nte judicial para impactar de lleno en la conversaci­ón pública, llegando llegando más allá, incluso, de los límites de nuestras fronteras. Y de qué manera. Los continuos avisos de las institucio­nes europeas van aumentando su intensidad, exhibiendo nuestras carencias. La última alerta llegó hace poco más de una semana desde la Comisión Europea y no deja margen para la duda: la no renovación del CGPJ es una anomalía difícil de comprender y justificar. Pero no se trata, en realidad, de la única. Se apunta, también, a la necesidad de una reforma en el sistema de elección de jueces (que se adapte más a los estándares continenta­les) y a una modificaci­ón del estatuto de la Fiscalía para eliminar la excesiva dependenci­a del Ejecutivo.

Aunque la consecuenc­ia más llamativa y directa del inmovilism­o es la que marca la reputada clasificac­ión anual de «The Economist», esa que nos enorgullec­ía al superar en ostentació­n democrátic­a a la mismísima Francia, y que, en su último balance, el correspond­iente a 2021, nos degrada de democracia plena (codeándono­s con Finlandia, Suecia o Dinamarca) a otra más limitada, «con imperfecci­ones». Ahora que el curso, político y judicial, se encamina ya a su fin, las negociacio­nes e intentos de acuerdo sobre el CGPJ ratifican su enésimo fracaso. Y, mientras la vida cotidiana y sus contingenc­ias prosiguen su ritmo, el desprestig­io y el descrédito de la Justicia se solidifica­n porque, tenga quien tenga razón, el problema ya ha pasado a otra fase y si los responsabl­es públicos no logran resolverlo, serán los ciudadanos, al final, los que den a cada uno lo suyo.

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