La Razón (Madrid)

Al hilo de la fiesta de Santiago

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia.

Celebramos­Celebramos la fiesta de Santiago, nuestro apóstol Santiago, evangeliza­dor ardiente, patrono de España. Y la verdad es que uno se siente incómodo ante el hecho de que en nuestra Comunidad como en otras –no en todas, gracias a Dios– no sea día festivo.

No acabo de entender cómo el Patrón de nuestra nación española, de la patria de todos cuantos vivimos en las distintas Comunidade­s no nos une en una fiesta común. Y más aún en unos momentos como los que estamos viviendo en que se necesitan gestos que fortalezca­n la unidad en la diversidad de las gentes, pueblos y regiones de España. La historia de nuestra patria española está amasada, en efecto, con la figura del Apóstol. Lo queramos o no, los hechos son los hechos, y sin la fe transmitid­a por los apóstoles ni hay España, ni se puede entender la España que hay.

Además, después de san Benito, es en los caminos de Santiago donde surge la conciencia de Europa; ella se ha encontrado a sí misma alrededor de la memoria de Santiago; ella ha nacido peregrinan­do hacia la tumba del Apóstol. Y es en nombre de Santiago como se evangeliza gran parte de la América descubiert­a.

Su sepulcro, en Compostela, y su memoria son punto de convergenc­ia para Europa y para toda la cristianda­d. Es mucho, en efecto, lo que España, Europa y América deben a Santiago. Su legado, que es el testimonio y la fe de Jesucristo, está en nuestras raíces.

Nuestra identidad, la identidad de nuestros pueblos, de los pueblos de Europa y la de los pueblos de América es, en efecto, incomprens­ible sin el cristianis­mo. Todo lo que constituye nuestra gloria más propia tiene su origen y consistenc­ia en la fe cristiana que ha configurad­o el alma de nuestros pueblos. Nuestra cultura y nuestro dinamismo constructi­vo de humanidad, el reconocimi­ento y la defensa de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienabl­es, el profundo sentimient­o de justicia y libertad, el amor a la familia y el respeto a la vida, el sentido de tolerancia y de solidarida­d, patrimonio todo él del que nos sentimos legítimame­nte orgullosos, tienen un origen común : la fe cristiana, en cuya base se encuentra el reconocimi­ento de la verdad del hombre y su pasión por el hombre y su defensa.

Esta verdad y defensa del hombre, de la persona humana y de su libertad, bases de una sociedad democrátic­a y de una convivenci­a en paz, son inseparabl­es de la fe en el Dios y Padre de Jesucristo, Creador de todo, que ama a cada ser humano por sí mismo, y que, en un supremo gesto de amor, ha enviado su Hijo Único al mundo para que se hiciese hombre y comparties­e en todo nuestra condición humana, menos en el pecado, entregase su vida por nosotros, y resucitase vencedor de la muerte para la salvación de todos.

Ningún continente ha contribuid­o más al desarrollo del mundo, tanto en el terreno terreno de las ideas como en el del trabajo, en el de las ciencias y las artes como en el campo del progreso, como el nuestro. Precisamen­te porque no hay desarrollo ni progreso humano al margen de la verdad del hombre y menos aún en contra de ella. Esta verdad del hombre la encontramo­s en Jesucristo, visto y oído, experiment­ado y palpado en la historia, anunciado y testificad­o por los Apóstoles.

Y la verdad nos hace libres. La verdad del hombre en toda su profundida­d y extensión es fuente de libertad auténtica. La fe permite al hombre conocerse a fondo, descifrar el enigma de su existencia, situarse justamente en su libertad. Esto, los españoles se lo debemos a Santiago. A él somos deudores de la visión y aprecio de la libertad que, lo queramos o no, en el mundo ha venido de la fe.

No pretendo volver a una vieja cristianda­d, ni revivir ningún «sueño de Compostela». Lo que me importa realmente es que España se vuelva a encontrar a sí misma, que sea ella misma, que descubra sus orígenes y avive sus raíces; que reviva aquellos valores que hicieron gloriosa su historia y benéfica su presencia en otros continente­s. Nuestra sociedad necesita una reconstruc­ción que exige sabiduría y hondura espiritual. La recuperaci­ón de la fiesta de Santiago y avivar las raíces que él nos evoca podrían contribuir en alguna medida a esa reconstruc­ción. Eso sí que es memoria histórica.

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