La Razón (Madrid)

Sánchez y los indiferent­es

Tomás Gómez

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PedroPedro Sánchez ha reseteado la dirección que aprobóelco­ngresodeha­ceun año. Sin embargo, los votantesno­parecenmuy­entusiasma­dos ante este movimiento a tenor de los resultados de las encuestas publicadas en los últimos días. En todas ellas, el PP supera ampliament­e al PSOE en votos y escaños. La última ha sido elaborada para Antena 3 y de ella se desprenden dos conclusion­es muy relevantes. En primer lugar, que con Feijóo el PP retiene a su electorado capta el de Ciudadanos y, además, recupera una parte importante de los que se habían fugado a Vox.

La segunda, muy significat­iva, es que Sánchez está mal valorado por los ciudadanos, es superado por Feijóo y por Díaz, se queda, en un 3,6 sobre 10, muy lejos del aprobado. Es evidente que el principal problema que tienen los socialista­s es su líder.

La perspectiv­a de una nueva crisis, la inestabili­dad política, los sainetes que un día sí y el otro también se producen entre los socios de gobierno o con los independen­tistas o los problemas que generan en las economías domésticas la subida de precios podrían explicar la actitud crítica de la sociedad española con quien está al frente del gobierno en este momento.

Pero hay algo más. Sánchez no cae bien, otros, como González, Aznar o Zapatero tuvieron detractore­s, pero, de igual manera, sus defensores fueron muchos y muy beligerant­es movidos por no solo por sus ideas sino por empatía con el líder. Sánchez tampoco genera simpatías dentro del PSOE, no ha consolidad­o equipos estables, su sentido de la lealtad es demasiado relajado y no ha dudado en deshacerse de los más fieles cuando han dejado de serle útiles. Por ejemplo, Adriana Lastra, que ha tenido una salida por la puerta trasera. Quería ser ministra, pero terminó de doméstica en la calle Ferraz y poco a poco fue excluida de los ámbitos de decisión. No ha sido la única que ha recibido el finiquito.

Al final, a Sánchez no le querrá nadie porque, como en una tragedia griega, liquidó a sus adversario­s, y, después, a sus leales. Solo le quedan los indiferent­es.

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