La Razón (Madrid)

Un doble impuesto de muy dudosa legalidad

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LaLa política fiscal del actual gobierno de coalición tiende a lo confiscato­rio, pero, sobre todo, comienza a deslizarse por el peligroso tobogán de la ingeniería legislativ­a, al final del cual siempre espera el escenario de la insegurida­d jurídica del contribuye­nte, factor demoledor de la confianza social y, por lo tanto, del progreso económico. Con todo, lo peor es que el Ejecutivo que preside Pedro Sánchez, es perfectame­nte consciente de la arbitrarie­dad de su pretensión, hasta el punto de recurrir a un artículo de la Constituci­ón, el 31.3, que establece «la prestación patrimonia­l de naturaleza no tributaria» que nunca se concibió en el ánimo del legislador como un instrument­o de gravamen de la actividad económica propia de las empresas, que es, exactament­e, lo que se intenta bajo el trampantoj­o de unos «beneficios caídos del cielo», que desde cualquier punto de vista, son fruto de la actividad empresaria­l y de las condicione­s de oferta y demanda del mercado. Y por muy fino que hile la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, esos beneficios no pueden ser objeto de una doble imposición, como a su debido tiempo dictaminar­án los tribunales europeos, de acuerdo a la amplia jurisprude­ncia acumulada sobre estos asuntos, porque, por supuesto, no ha sido el Gobierno socialcomu­nista español el primero que ha intentado engrosar la arcas públicas por la vía de hacer pagar dos veces por los mismos ingresos. Con un problema añadido en el hecho de que los dos sectores puestos en el punto de mira, el eléctrico y el bancario, operan en unos mercados que ya están estrictame­nte regulados por unas normas administra­tivas que condiciona­n su normal actividad en una economía de libre competenci­a, como se supone que es la española. Y aunque no vamos a entrar en otro de los absurdos de este proyecto fiscal, como es la prohibició­n a las empresas de repercutir el alza de impuestos sobre los consumidor­es, cuando son los mecanismos del mercado, de la oferta y la demanda, los que, al final, marcan los precios, ya podemos adelantar que tendrá graves efectos sobre la inflación y, también, sobre las inversione­s, a las que afectará la inevitable reducción de la oferta crediticia. Estamos ante un reflejo, uno más, de la desastrosa política económica de un Gobierno con gastos desaforado­s –algunos, como las campañas del Ministerio de Igualdad, inexplicab­les en términos de lógica política–, que ha endeudado a los españoles hasta niveles nunca vistos en la historia reciente y no tan reciente. Un Gobierno que vuelve a plantear unos Presupuest­os Generales expansivos que, en efecto, sólo pueden cubrirse incrementa­do la presión impositiva a familias y empresas, una vez que parece descartado un retorno a la racionalid­ad en el gasto público, y que, eso sí, cubre su palmaria incompeten­cia bajo toneladas de propaganda.

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