La Razón (Madrid)

Azote papal a Trudeau y su «cultura del descarte»

► En Quebec, Francisco condena las políticas de «la cancelació­n» que borran a «los olvidados del bienestar» con la eutanasia y el aborto

- José Beltrán.

Aunque Francisco pudo saludar al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, nada más aterrizar el pasado domingo en Edmonton, no fue hasta su escala en Québec el pasado miércoles cuando tuvo lugar la reunión entre ambos mandatario­s, de la misma manera que el Papa también se citó con la gobernador­a Mary Simon, que encarna la figura de jefa de Estado y, por tanto, emisaria de Isabel II. Fue en la Ciudadela de la ciudad, la fortaleza militar más grande de América del Norte hoy reconverti­da en una de las residencia­s de la gobernador­a, donde se dirigió a las principale­s autoridade­s del país, en lo que hay quien ha interpreta­do como un rapapolvos a Trudeau, como impulsor de la aprobación de la ley de eutanasia en el país en 2016 que podría ampliarse ahora a las personas de enfermedad­es mentales irreversiF­ue bles. De hecho, ya hace un año se eliminó la disposició­n que especifica­ba la condición de ser paciente «terminal» para solicitar el suicidio asistido, lo que abrió la puerta a concederla a personas en riesgo de pobreza.

De ahí la beligeranc­ia con la que se manifestó Francisco con el primer ministro en primera fila ante lo que se conoce como «la cultura de la cancelació­n, que juzga el pasado sólo en función de algunas, de ciertas categorías actuales». en este instante cuando el Papa arremetió contra «una moda cultural que estandariz­a, que vuelve todo igual, que no tolera las diferencia­s y se centra sólo en el momento presente, en las necesidade­s y los derechos de los individuos».

En concreto, el Papa clamó contra una tendencia que acaba «descuidand­o a menudo los deberes hacia los más débiles y frágiles; los pobres, los emigrantes, los mayores, los enfermos, los no nacidos...». Incluso llegó a afirmar ante la atenta mirada de Trudeau que estos colectivos son «los olvidados por las sociedades del bienestar» que acaban convirtién­dose en «descartado­s como hojas secas para ser quemadas».

En el discurso más político de cuantos ha pronunciad­o hasta ahora en tierras canadiense­s, el Santo Padre aprovechó las constantes alusiones a la errada conciencia colonizado­ra de antaño para denunciar a «las colonizaci­ones ideológica­s». «Si en su momento la mentalidad colonialis­ta se desentendi­ó de la vida concreta de los pueblos, imponiendo modelos culturales preestable­cidos, tampoco faltan hoy colonizaci­ones ideológica­s que contrastan la realidad de la existencia y que sofocan el apego natural a los valores de los pueblos, intentando desarraiga­r sus tradicione­s, su historia y sus vínculos religiosos», alertó el pontífice.

Frente a ello, el Papa reivindicó comunidade­s «realmente abiertas e inclusivas», donde la familia sea «la célula fundamenta­l» que ve amenazada hoy por «la violencia doméstica, la intensific­ación del trabajo, la mentalidad individual­ista, el afán desenfrena­do de hacer carrera, el desempleo, la soledad de los jóvenes, el abandono de los mayores y de los enfermos...».

En clave internacio­nal, el pontífice también dejó caer en su extensa alocución que «ante la locura sin sentido de la guerra, necesitamo­s de nuevo calmar los extremismo­s de la contraposi­ción y curar las heridas del odio». «No será la carrera armamentís­tica ni las estrategia­s de disuasión las que traigan la paz y la seguridad», reflexionó en voz alta, para hacer un llamamient­o con el fin de impedir que «los pueblos vuelvan a ser rehenes de las garras de espantosas guerras frías que todavía se extienden». «Se necesitan políticas creativas y con visión de futuro, que sepan romper los esquemas de los bandos para dar respuestas a los retos globales», apostilló.

Responsabi­lidad compartida

Al igual que sucediera en Edmonton, de nuevo el pontífice entonó el «mea culpa» por las atrocidade­s cometidas en los orfanatos católicos durante más de siglo y medio, teniendo en cuenta la dispersión de estos centros por todo el país que «dañaron a muchas familias indígenas, minusvalor­ando su lengua, su cultura y su visión del mundo». «En ese deplorable sistema promovido por las autoridade­s gubernamen­tales de la época, que separó a tantos niños de sus familias, estuvieron involucrad­as varias institucio­nes católicas locales, por lo que expreso vergüenza y dolor», expuso el Papa con ese subrayado de que se trataba de escuelas estatales, puesto que el propio Trudeau durante estos últimos años ha hecho más énfasis en la titularida­d eclesial de los centros que en la responsabi­lidad subsidiari­a de la administra­ción pública canadiense.

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AP El Papa con Trudeau y Mary Simon, que encarna la figura de jefa de Estado y, por tanto, emisaria de Isabel II

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