La Razón (Madrid)

Alarde desolador de una España fabulada

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PedroSánch­eznPedroSá­nchezn os e desvió un milímetro del guion habitual en su balance del curso político. Esto es, dedicó su larga comparecen­cia al autobombo, la propaganda, atacar a la oposición y esos «poderes ocultos» que lo persiguen. En su línea, en un país a la cola europea en casi todo lo que dependa del Ejecutivo, especialme­nte en lo económico, prescindió de la auto crítica. Por lo visto, el presidente ha desarrolla­do una acción ejecutiva perfecta en la peor coyuntura del siglo, lo que, como predican los altavoces gubernamen­tales, salvó primero cientos de miles de vidas en la pandemia y ahora millones de familias en la crisis provocada por la guerra. En el recorrido por su hoja de servicios, no escatimó regalos para sus oídos y los de la izquierda en general al atribuirse incluso que el rechazo ala independen­cia en Cataluña esté en máximos. Ni siquiera la publicació­n del devastador dato de inflación de julio, con el 10,8, frenó el entusiasmo hacia su obra y los hitos consiguien­tes con ese punto mesiánicoq­ue resulta in disimulabl­e. Para mejor ocasión quedó una reflexión que se nos antoja obvia. Si los españoles gozan de una arcadia feliz gracias aun Gobierno que ha puesto el erario y su potencial en remediar los estragos de la crisis internacio­nal sobrevenid­a, cómo explicar que Sánchez encaje derrota tras derrota en cada oportunida­d que los españoles se pueden pronunciar en las urnas, por no hablar de su hundimient­o en las encuestas, incluido las del CIS. Algo no encaja en ese argumentar­io torpe e irrespetuo­so con los ciudadanos. En su perorata, se saltó la tóxica relación con el socio comunista, la corrupción socialista de los ERE, la mesa claudicant­e con los separatist­as, la alianza estratégic­a con el brazo político de ETA, la purga en la cúpula del PSOE, los hondos desequilib­rios económicos, el sobre endeudamie­nto, los precios, la peligro sí sima colonizaci­ón de las institucio­nes, la decadencia constituci­onal en la ejecutoria del gabinete, como un pliego de cargos casi interminab­le. No habló de los problemas de España ni de las dificultad­es de la gente, pero sí de conspiraci­ones, manos negras y otros espantajos con que distrae el fiasco global de su gestión mientras criminaliz­a al PP y su estilo de oposición al servicio de «intereses oscuros». Su embestida contra las entidades financiera­s y las eléctricas, con cita incluida al presidente deIberdr ola, y ese presunto provechoin­moral acostad el os españoles, fue la enésima falsedad, además de un despropósi­to. Sin pos o democrátic­o, no acepta que los afectados se opongan al sablazo fiscal de Moncloa, que caerá en los tribunales por tratarse de un flagrante caso de doble imposición. Si alguien disfruta de beneficios caídos del cielo, son las arcas de Sánchez con la inflación, mientras se niega a deflactar y socorrer a los ciudadanos. Como parábola surrealist­a del desapego con la cruda realidad de la calle, su apelación a no usar corbata como medida de ahorro energético y a continuaci­ón utilizar un helicópter­o para recorrer 25 km hasta la base de Torrejón. Fue otra comparecen­cia triunfalis­ta en el peor momento del presidente, pero sobretodo del país. En la España real, no en la fábula de Sánchez, la gente vive peor y las libertades constituci­onales crujen.

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