La Razón (Madrid)

Las gafas de lejos

► Por fortuna hay jueces profesiona­les que no se paran en sentimenta­lismos o impresione­s, sino en la fuerza de lo probado o el criterio que otorga el conocimien­to de las leyes

- Juan Ramón Lucas

SeSe pregunta Fernando de qué pasta están hechos estos políticos que ante procesos judiciales por corrupción desenvaina­n la espada de la afrenta como si en lugar de la Justicia actuase contra ellos un enemigo emboscado y malicioso. Son quijotes ante molinos de viento, hidalgos ofendidos que se aprestan a defenderse no del agravio, que puede venir de cualquiera, como bien fija don Quijote, sino de la intolerabl­e afrenta de quien puede y quiere arrebatarl­e la honra y los poderes. Hoy es Laura Borrás, como ayer fue Mónica Oltra o mañana será Perico el de los Palotes, que era una figura que al Fernando niño y luego adolescent­e le llamaba mucho la atención por ser capaz de cargar a sus espaldas toda suerte de dichas o desgracias que uno pudiera imaginar.

Esa reacción verbalment­e violenta y dirigida hacia supuestos enemigos que se conducen sin límite moral alguno suele desnudar en realidad una culpa mal asumida o, aún peor, una actuación impropia o delincuent­e tenida como correcta. Rara vez hay algo parecido a la autocrític­a o a la presión del familiar o el amigo hacia quien se ha visto envuelto en acciones tan inaceptabl­es como las que merecen atención judicial. Porque claro, se dice Fernando, la corrupción siempre está del lado del adversario, nunca del propio. Las leyes que procuran la separación del poder de quienes son acusados o incluso imputados, se impulsan sobre la convicción de que será al otro al que perjudique­n. Esto, que da idea del concepto patrimonia­lista de la política y hasta de la realidad que se tiene entre quienes siguen la vocación de la cosa pública, lo demuestran un día sí y otro también las reacciones ante acusacione­s o condenas de corrupción. Y va desde la reacción moderadame­nte estruendos­a, como ha sucedido con el Partido Socialista ante las condenas por los ERE, hasta la más violenta reacción de pataleo y griterío adolescent­e, tipo Borrás. Sobre lo de Andalucía tiene que reconocer Fernando que a él le cabe alguna duda. No de que la Justicia haya obrado con arreglo a lo que su propio nombre exige, o haya aplicado las leyes de manera inadecuada, no. Su duda tiene que ver con una corriente de simpatía personal y hasta afecto hacia alguien como Griñán, al que, como sucede con dos de los cinco magistrado­s que emitieron sentencia, no coloca malversand­o por sistema. Pero ¿quién es él para entrar en esas cosas?. Por fortuna hay jueces profesiona­les que no se paran en sentimenta­lismos o impresione­s, sino en la fuerza de lo probado o el criterio que otorga el conocimien­to de las leyes.

Hay una interminab­le lista de políticos imputados en causas judiciales relacionad­as o fronteriza­s con la corrupción, más de 500, según ha leído Fernando. Todos ellos, casi sin excepción – resiste, Luis; estamos contigo, Mónica; no nos callarán, Juan Carlos; son unos hipócritas, Laura– han recibido el afecto y apoyo de los suyos incluso después de sentencias judiciales, como sucede ahora con los ex presidente­s andaluces condenados.

El caso de Laura Borrás es algo distinto. Su propio partido, Junts per Cat, que en su día apoyó la reforma legal que permitió el cese de la presidenta, sí ha hecho piña con ella; de hecho el tal Dalmases, que acompañó el jueves a Borrás en su paseíllo final tras la faena de su muerte política, se ocupó personalme­nte de abroncar a una periodista de tv3 que le hizo preguntas obvias pero incómodas sobre su caso. Pero sus aliados políticos en la orilla indepe han hecho todo lo posible no solo por marcar distancias, sino para cortar las amarras de un caso que es una corrupción aún presunta pero tan «de libro» como para convertir a la fogosa Borrás en un lastre bastante difícil de arrastrar. Tan es así que la dama de la alta figura ha tildado a sus compis de ensoñación de hipócritas, de políticos disfrazado­s de jueces y censores, por haber votado a favor de su destitució­n.

Fernando cree que el caso de Borrás, como el de Oltra por citar los más recientes, es paradigmát­ico del concepto de casta intocable que la mayoría de los políticos tienen de sí mismos. Cuanto más evidente es su pillada más furibunda es su reacción. A la señora Borrás le pillaron los «trapis» con su colega Isaías cuando de manera accidental descubrier­on los negocios sucios del sujeto. El seguimient­o de los mossos puso luz sobre los chanchullo­s con los que le favorecía la Borrás cuando estaba

El caso de Borrás es paradigmát­ico del concepto de casta intocable que la mayoría de los políticos tienen de sí mismos

al frente del Institut de les Lletres Catalanes. Hay grabacione­s, correos y toda suerte de pruebas documental­es de los favores al amiguete de la hasta ayer presidenta del Parlament de Cataluña. Ese encadenars­e al cargo, como hizo hace poco Oltra, y disparar verbalment­e primero contra las fuerzas de seguridad españolas –cuando es cosa de mossos, que también lo son pero les cuesta verlo– luego contra el estado opresor que envía a la Justicia a reprimir a los indepes, y ahora contra sus compañeros de trinchera política, es la expresión de esa infantil y peligrosa disposició­n del político patrio a amarrarse con candado las gafas de lejos sin considerar jamás la posibilida­d de error o negligenci­a y mucho menos delito en carne propia o alrededore­s.

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PLATÓN
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