El presidente, sin corbata
CuestaCuesta asumir a los estrategas de La Moncloa que un balance de fin de curso nunca puede ser un simple instrumento de propaganda al servicio del presidente. Los mensajes cargados de retórica volvieron a edulcorar la tradicional cita antes del pistoletazo oficial a las vacaciones de verano. En sus horas más bajas, tras sumar varias debacles electorales, y teniendo ante sí unas expectativas que han hecho saltar todas las alarmas, Pedro Sánchez, sin corbata para ahorrar energía, tiró de sus redundantes lugares comunes. Por cierto, rastro de algo similar a una autocrítica.
Como marca de la casa, Sánchez volvió a disfrazar la realidad con su marketing, dedicado como está a «proteger a la mayoría social», a la que apela con ahínco. Aferrado a la creación de empleo para relativizar las malas perspectivas económicas. Estados Unidos ya ha entrado en recesión. Son tiempos recios, con una inflación rozando ya el 11% en julio, la mayor de los últimos 40 años. La resistencia de Sánchez consiste en la negación de un negro porvenir ante el que, a ojos de sus guionistas, solo con populismo el PSOE podrá volver a coger vuelo. Así, el jefe del Ejecutivo prioriza la estrategia para revolverse contra malvados poderes económicos. Para ello, tiró de las quejas de Patricia Botín (Banco Santander) e Ignacio Sánchez Galán (Iberdrola) contra los nuevos impuestos registrados en el Congreso para colgarse una medalla. «Hacía falta mandar un mensaje nítido, rotundo –inciden desde la sala de máquinas socialista– a las empresas que diga “contra nosotros, perderéis”». Oír para creer.
Sánchez aprovechó para intentar reconectar con el electorado de izquierdas habiénsin
dosele colado esta semana el mazazo judicial de los ERE. La consigna de «pagan justos por pecadores» está al servicio de un relato pensado para alfombrar el indulto a José Antonio Griñán cuya honestidad, junto a la de Manuel Chaves, es defendida por tierra, mar y aire. El pasado lunes, Día de Santiago, festivo en parte de España, Pedro Sánchez reunió a su sanedrín, formado por nueve personas, entre ellas cinco ministros y el jefe de Gabinete del presidente, para tener conocimiento de los términos del revés aún por venir horas después. La doctrina quedó diseñada al milímetro milímetro ante una enmienda a décadas de socialismo al frente de la Junta de Andalucía.
Hay quienes intramuros de Moncloa recuerdan cómo la concesión del perdón a los golpistas del procés fue considerada el final de Sánchez y, sin embargo, «salió airoso». Eso creen. Porque, según insisten sus más estrechos colaboradores, el presidente «tiene la clara capacidad de anticiparse» a los acontecimientos. De hecho, gustan enarbolar como resultado de aquella concesión una supuesta distensión política tras años de ir al choque. A Sánchez sólo le quita el sueño su alianza con quien tiene en sus manos el final de la legislatura: ERC. Son quienes marcan el ritmo y mantienen con respiración asistida al líder socialista en Moncloa. Y junto a los independentistas catalanes, Bildu se consolida como un aliado alternativo al PNV, visto ya «demasiado quisquilloso» con el cumplimiento de los acuerdos. Eso, según un ministro.
El turbulento contexto, además de las malas compañías, menguan la facturación del PSOE a marchas forzadas. «Hacemos en cada momento lo que toca», repiten en los círculos sanchistas. «Estamos en riesgo de un tsunami electoral», alertan barones. Y ni siquiera va a poder Sánchez agarrarse a la barandilla de la coalición. La convivencia va a ser cada vez más insoportable entre los socios. «¿A dónde cree llegar Yolanda Díaz?», destapan insistentemente desde la órbita socialista en medio del desquiciado rumbo.
Sólo vienen curvas. Sánchez ha decidido esperar a este lunes 1 de agosto, con el país entero de vacaciones, para aprobar unas restricciones energéticas que llevan semanas en un cajón. ¿Qué parirá un Consejo de Ministros incapaz de ver la línea en el horizonte?