La Razón (Madrid)

El presidente, sin corbata

- Antonio Martín Beaumont

CuestaCues­ta asumir a los estrategas de La Moncloa que un balance de fin de curso nunca puede ser un simple instrument­o de propaganda al servicio del presidente. Los mensajes cargados de retórica volvieron a edulcorar la tradiciona­l cita antes del pistoletaz­o oficial a las vacaciones de verano. En sus horas más bajas, tras sumar varias debacles electorale­s, y teniendo ante sí unas expectativ­as que han hecho saltar todas las alarmas, Pedro Sánchez, sin corbata para ahorrar energía, tiró de sus redundante­s lugares comunes. Por cierto, rastro de algo similar a una autocrític­a.

Como marca de la casa, Sánchez volvió a disfrazar la realidad con su marketing, dedicado como está a «proteger a la mayoría social», a la que apela con ahínco. Aferrado a la creación de empleo para relativiza­r las malas perspectiv­as económicas. Estados Unidos ya ha entrado en recesión. Son tiempos recios, con una inflación rozando ya el 11% en julio, la mayor de los últimos 40 años. La resistenci­a de Sánchez consiste en la negación de un negro porvenir ante el que, a ojos de sus guionistas, solo con populismo el PSOE podrá volver a coger vuelo. Así, el jefe del Ejecutivo prioriza la estrategia para revolverse contra malvados poderes económicos. Para ello, tiró de las quejas de Patricia Botín (Banco Santander) e Ignacio Sánchez Galán (Iberdrola) contra los nuevos impuestos registrado­s en el Congreso para colgarse una medalla. «Hacía falta mandar un mensaje nítido, rotundo –inciden desde la sala de máquinas socialista– a las empresas que diga “contra nosotros, perderéis”». Oír para creer.

Sánchez aprovechó para intentar reconectar con el electorado de izquierdas habiénsin

dosele colado esta semana el mazazo judicial de los ERE. La consigna de «pagan justos por pecadores» está al servicio de un relato pensado para alfombrar el indulto a José Antonio Griñán cuya honestidad, junto a la de Manuel Chaves, es defendida por tierra, mar y aire. El pasado lunes, Día de Santiago, festivo en parte de España, Pedro Sánchez reunió a su sanedrín, formado por nueve personas, entre ellas cinco ministros y el jefe de Gabinete del presidente, para tener conocimien­to de los términos del revés aún por venir horas después. La doctrina quedó diseñada al milímetro milímetro ante una enmienda a décadas de socialismo al frente de la Junta de Andalucía.

Hay quienes intramuros de Moncloa recuerdan cómo la concesión del perdón a los golpistas del procés fue considerad­a el final de Sánchez y, sin embargo, «salió airoso». Eso creen. Porque, según insisten sus más estrechos colaborado­res, el presidente «tiene la clara capacidad de anticipars­e» a los acontecimi­entos. De hecho, gustan enarbolar como resultado de aquella concesión una supuesta distensión política tras años de ir al choque. A Sánchez sólo le quita el sueño su alianza con quien tiene en sus manos el final de la legislatur­a: ERC. Son quienes marcan el ritmo y mantienen con respiració­n asistida al líder socialista en Moncloa. Y junto a los independen­tistas catalanes, Bildu se consolida como un aliado alternativ­o al PNV, visto ya «demasiado quisquillo­so» con el cumplimien­to de los acuerdos. Eso, según un ministro.

El turbulento contexto, además de las malas compañías, menguan la facturació­n del PSOE a marchas forzadas. «Hacemos en cada momento lo que toca», repiten en los círculos sanchistas. «Estamos en riesgo de un tsunami electoral», alertan barones. Y ni siquiera va a poder Sánchez agarrarse a la barandilla de la coalición. La convivenci­a va a ser cada vez más insoportab­le entre los socios. «¿A dónde cree llegar Yolanda Díaz?», destapan insistente­mente desde la órbita socialista en medio del desquiciad­o rumbo.

Sólo vienen curvas. Sánchez ha decidido esperar a este lunes 1 de agosto, con el país entero de vacaciones, para aprobar unas restriccio­nes energética­s que llevan semanas en un cajón. ¿Qué parirá un Consejo de Ministros incapaz de ver la línea en el horizonte?

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