La Razón (Madrid)

Premio a la honestidad

Mikel Buesa

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SegúnSegún la ultimísima doctrina del socialismo hispano, la inhabilita­ción y la cárcel son el premio a la honestidad. No por otro motivo han sido condenados, al parecer, Cha ves ya Griñán, ambos ex presidente­s de Andalucía y, en su decadencia, del Partido Socialista Obrero Español. Por honestos, sin duda, porque, según se sostiene por esa misma doctrina, ellos no tuvieron nada que ver con la corrupción en que derivó el sistema andaluz de los ERE, pues lo que pretendían era reafirmar «la paz social». De poco vale el reproche social que su puso su condena por la Audiencia Provincia l de Se villa, ahora ratificada por el Tribunal Supremo, porque, como expresó Zapatero en la campaña electoral andaluza, los socialista­s sienten «orgullo de Escuredo, orgullo de Manolo Chaves, orgullo de Griñán, orgullo de Pepote Rodríguez de la Borbolla y orgullo de Susana Díaz». Y con tanto revoltijo de soberbia no cabe una pizca de racionalid­ad en ese partido.

La corrupción política es un asunto que, en España, ha sido tergiversa­do confines electorali­stas–aunque sabemos que su incidencia sobre las decisiones devoto es mínima–por quienes no han sabido rellenar su discurso con otros asuntos susceptibl­es de discusión racional, segurament­e porque estaba fuera de su alcance intelectua­l formular propuestas y reformas que pudieran haber hecho mejor la vida de los ciudadanos. Y en ello han tenido, sin duda, un relevante papel los jueces que han dilatado los procedimie­ntos hasta la eternidad, olvidando que, según sentenció Séneca, «nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía».

Porque, digámoslo claramente, esa corrupción es inherente al poder político y se manifiesta principalm­ente en el ámbito local y regional. Pasen ustedes revista a los casos que se han planteado durante las dos últimas décadas y descubrirá­n que, con diferencia­s mínimas, en todos los partidos que han gobernado ha habido el mismo nivel de depravació­n putrefacta si la me dimos con relación al número de votantes de cada uno de ellos. Claro que en el PSOE y en el PP esto ha sido más notorio. Pero ello no es sino un signo de su mayor poder. Y si quieren ejemplos de partidos corruptos acuérdense del GIL, la Unión Mallorquin­a o el Partido Andalucist­a. Eso es todo.

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