La Razón (Madrid)

Todos los disparos de William S. Burroughs

«Forajido literario» ofrece una completa mirada al particular mundo de uno de los maestros de la Generación Beat

- Víctor FERNÁNDEZ

EnEn 1990, Ted Morgan ya había publicado su primera versión de la biografía que había escrito sobre uno de los íconos literarios de la segunda mitad del siglo pasado: William S. Burroughs. Fue en ese momento cuando Morgan recibió una carta escrita por el escritor Paul Theroux quien no le ocultaba su fascinació­n por el libro. En la misiva , Theroux aseguraba que «la vida de Burroughs es mucho más interesant­e que cualquiera de sus obras. Es como un mutante alienígena disfrazado con traje, sombrero trilby y una camisa Arrow». En la misma nota, el autor de «La costa de los mosquitos» se atrevía a hacer una predicción sobre el final del biografiad­o: «Me atrevería a decir que no tardarás en tener tu escena concluyent­e. Fallecerá en dos fases: primero, un infarto agudo seguido de parálisis; después, un rápido declive, últimas palabras violentas y aforística­s y se acabó lo que se daba».

No se equivocó y Ted Morgan pudo incluir todo ese material final en la versión definitiva de su trabajo, el mismo que acaba de ver la luz en nuestro país de la mano de EsPop. «Forajido literario. Vida y tiempo de William S. Burroughs» es la más completa aproximaci­ón al particular universo del autor de «El almuerzo desnudo».

Sí, todos sabemos quién es Burroughs, entre otras cosas porque en los últimos años de su vida se

convirtió en una suerte de estrella idealizada por fanáticos como David Bowie o Kurt Cobain. Y, en este sentido, podría pensarse que «Forajido literario», al contar con el apoyo del mismo biografiad­o, es una suerte de vida de santo. Pero no lo es porque el empeño del escritor ha sido mostrarnos las luces y las muchas, demasiadas sombras que planearon en uno de los principale­s iconos de la Generación Beat, aunque aquella etiqueta nunca fue de su agrado.

Una muestra del limpio trabajo de Morgan es el hecho de no conformars­e con una sola versión de los hechos. Prefiere recogerlas todas e invita al lector, cosa que se agradece, a que saque sus propias conclusion­es. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, con el episodio que marcó para siempre a Burroughs: la muerte por un disparo de su esposa Joan Vollmer en 1951.Todas las partes están de acuerdo en que aquello fue un accidente que tenía mucho que ver con el exceso de alcohol por las venas de los protagonis­tas. Sin embargo, hay matices y los matices son siempre importante­s.

El escritor aseguraba que todo fue un simple juego en el que se trataba de imitar, aunque con un rifle y saliendo mal, el mito de Guillermo Tell con un vaso sobre la cabeza de Joan. «No sé por qué lo hice, algo se apoderó de mí. Era una absoluta y completa locura. Incluso aunque hubiera conseguido acertarle al vaso, las esquirlas de cristal habrían salido volando con el peligro de darnos a todos. Disparé una sola vez, apuntando al vaso sobre su cabeza».

Otro testigo, aunque escondido bajo seudónimo, Eugene Allerton, cuenta otra versión con un tiro que «salió bajo y Joan recibió un balazo en la sien. Nos quedamos todos en silencio, incrédulos. Pero en cuanto vi aquel reguero rojo, se me pasó la incredulid­ad. Supe lo que había ocurrido. Le había visto levantar el arma y disparar. Creo que fui el primero en moverme».

Todavía hay otra voz presente en el lugar de los hechos. Eddie Woods, un amigo de la infancia de nuestro protagonis­ta, recordó para Morgan que Allerton le había alertado que «Bill anda corto de pasta y quiere reunirse con un tipo que quiere comprar alguna de sus pistolas, pero no quiere hacerlo en su casa, no quiere que el tipo sepa dónde vive». Woods vio cómo Burroughs decía a su esposa «Joanie, deja que le muestre aquí a los muchachos la puntería que tiene el viejo Bill». El resto es historia.

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LA RAZÓN William S. Burroughs junto con su admirador David Bowie

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