La Razón (Madrid)

Justos por pecadores

Cada día que pasa es más evidente que el PSOE ha perdido totalmente el juicio

- Enrique López

ElEl Gobierno y el partido de Pedro Sánchez han protagoniz­ado esta semana dos de los episodios más graves de deslegitim­ación del poder judicial que se recuerdan. Tanto en la reacción a la sentencia del caso de los EREs como en las negociacio­nes con el Govern de Cataluña para desjudicia­lizar el «procés» se ha demostrado que el socialismo impulsado por el sanchismo no respeta cuestiones básicas como la división de poderes o la ética pública, y que el discurso esgrimido personalme­nte por el presidente, de justos y pecadores, esconde una dialéctica en la que lo único que se discierne son los amigos de los adversario­s. La encendida defensa de la honorabili­dad de Griñán y Chaves encierra una batasuniza­ción del PSOE, que, cuando se trata de los suyos, ya ni siquiera condena la corrupción, no pide perdón por el daño causado y no reclama la devolución de lo malversado. Quieren hacer olvidar a los españoles que estamos ante el caso más grave de la democracia, una corrupción continuada durante cerca de 15 años, que asciende a más de 680 millones de euros. Para dejarlo claro: el dinero público de los Expediente­s de Regulación de Empleo destinado a ayudar a los parados lo gastaron cargos socialista­s y sindicalis­tas afines para beneficiar a amiguetes que nunca estuvieron desemplead­os y, de paso, en prostituta­s, drogas y comilonas. Ese era el fin social de las personas honorables que, cuando faltaban otros vicios, financiaro­n también al partido socialista, no solo con parte del dinero que se desviaba, sino creando un sistema clientelar que está en la base de una corrupción que no es aislada, que no sólo es personal, y que tenía un carácter institucio­nalizado y sistémico. Que se esté hablando de indultos o de tretas judiciales para que los condenados eludan el castigo solo puede ser normal en un contexto tan anómalo como el que ha creado el Gobierno de Sánchez, que ya sabemos que practica con habitualid­ad el perdón y el beneficio penitencia­rio para los que se le muestran afines, da lo mismo que sus delitos sean de terrorismo, que se trate de golpistas o, ahora, de políticos corruptos. Respecto a la llamada «mesa de diálogo», ese sitio donde se firman las cesiones en medio de una estética de reunión bilateral entre países, destaca el compromiso expreso del Gobierno de España para marginar el castellano, ordenando a la Abogacía del Estado no defender el cumplimien­to de los fallos judiciales que amparan un 25 % de contenidos curricular­es en español, porque hay que «proteger» una lengua que en Cataluña no está perseguida, sino que, al revés, se impone institucio­nalmente. Aunque se aparque la reforma del delito de sedición, más por razones prácticas que filosófica­s, estamos ante una nueva forma de mostrar el mundo al revés y, sobre todo, frente a otro ninguneo a los jueces, en este caso los del TSJC, y sus resolucion­es. De hecho, la utilizació­n del término «desjudicia­lización», un eufemismo impresenta­ble, es, en sí misma, una declaració­n de (falta de) principios. Cada día que pasa es más evidente que el PSOE, que carece de un plan para España que no sea el de la resistenci­a de Sánchez en La Moncloa, ha perdido totalmente el juicio. No sólo el juicio de los EREs, contenido en una sentencia, también el de los españoles, que más pronto que tarde se expresará en las urnas. Su veredicto, sacado del refranero, será lapidario: dime con quién andas y te diré quién EREs. La alegación de la presunta superiorid­ad moral de la izquierda ya no sirve, nunca lo ha sido y nunca lo han pretendido.

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