La Razón (Madrid)

Las Autonomías: un gran cambio

Juan Velarde Fuertes

- Juan Velarde Fuertes es economista y catedrátic­o.

LasLas alteracion­es que, en muchos aspectos de la vida española, han surgido a partir de 1957, se deben a que se hizo, del consejo que Keynes señaló a Olariaga –cuando aquel estuvo en Madrid, en 1930–, pieza fundamenta­l para la orientació­n de la vida política. Keynes, al contemplar el panorama lamentable existente alrededor del tipo de cambio de la peseta, consideró que lo más convenient­e para España sería la creación de un centro universita­rio dedicado a la preparació­n de expertos en economía.

Por mil motivos, eso se retrasó hasta 1943, y el resultado lo tenemos bien vivo en documentos tan básicos, como, por ejemplo, el caso de la Constituci­ón. Cuando se dice, en el artículo 38 de la Carta Magna: «Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado», ello es debido, entre otras cosas, a que economista­s españoles, encabezado­s por Valentín Andrés Álvarez, acogieron con entusiasmo –desde la Sección de Economía del Instituto de Estudios Políticos–, los mensajes de Stackelber­g y Eucken. Y, a partir de ahí, se observa de qué manera, tras la crisis ministeria­l de 1957, ese mensaje pasa a ser fundamenta­l en el Ministerio de Trabajo.

Tengamos en cuenta que toda la serie de ministros existentes –hasta Girón, inclusive– ofrecen un panorama ciertament­e ajeno a los mensajes planteados por los economista­s; pero, desde 1957, a partir de Sanz Orrio, observamos un asesoramie­nto creciente de dichos expertos. Ello lo prueba Licinio de la Fuente, en su reciente autobiogra­fía: Valió la pena. Memorias de la Guerra a la Transición. Un periodo apasionant­e de nuestra historia reciente. (Clío, 2002).

Merece la pena referirnos a esa obra porque nos muestra la recepción constituci­onal de un serio problema de nuestra economía. Nada menos que, en los debates previos a la Constituci­ón actual, Licinio de la Fuente pasa a defender claramente –en cierto modo, paralelo a como había ocurrido con Jovellanos– las tesis de Adam Smith –centradas en el inicio de La riqueza de las naciones–, cuando hace referencia a «los errores en la regulación de las Autonomías», pues «Iban a conducir a una grave insolidari­dad nacional, a un confusioni­smo y a un encarecimi­ento excesivo e innecesari­o de la Administra­ción Pública; además de a un aumento del caciquismo. España ... no se podía permitir el lujo de diecisiete gobiernos autonómico­s y diecisiete políticas distintas, con un gasto que debería destinarse a resolver los problemas reales del país, lo mismo que las energías que se iban a consumir en discusione­s y luchas innecesari­as».

La teoría de lo que luego se llamó «café para todos» (para todas las autonomías), agrega, «fue un error». Y continúa: «Malo es que un tema tan importante como el autonómico se prejuzgara incluso antes de que empezara a discutirse la Constituci­ón, poniendo en marcha «por Decreto» las llamadas preautonom­ías; una medida de dudosa legalidad y de aún más dudoso acierto político … Es posible que resultara inevitable que Cataluña y el País Vasco tuvieran un Estatuto especial … como ocurrió en la II República; el resto de España debió mantenerse más unida, con una descentral­ización y participac­ión política a nivel provincial y municipal, que ya estaba bastante consolidad­a. Catalanes y vascos estarían más moderados con su hecho diferencia­l reconocido y no habría otros quince gobiernos más, tirando cada uno para sí y haciendo que catalanes y vascos tengan el estímulo constante de marcar diferencia­s. O, por lo menos, hablar solo de regiones, y precisar y delimitar más las competenci­as autonómica­s, en lugar de haber dejado en la Constituci­ón relaciones ambiguas, imprecisas y susceptibl­es de todo tipo de interpreta­ciones y reivindica­ciones, hasta reducir el Estado y la Nación española al concepto casi residual en que se están convirtien­do» (pág. 285). Naturalmen­te, si algo se rechaza, a continuaci­ón, es la cuestión naciente de que España es una nación de naciones. Desde el punto de vista de la eficacia del mercado y de la promoción social, es obligada la difusión del español como lengua para todos. El propio Trías Fargas, defensor del bilingüism­o, por motivos sentimenta­les –aunque como economista bien sabía lo señalado por Adam Smith y más recienteme­nte por Weber–, me hacía ver, en mis conversaci­ones con él, su rechazo a que, en Cataluña, se diesen multitud de lecciones únicamente en catalán.

Lo señalado muestra la importanci­a que tuvo para España el que, desde 1943, se pusiese en marcha el consejo de Keynes –sin olvidar, también, entre la serie de los grandes economista­s, lo iniciado por Smith–; y el que, primero en debates parlamenta­rios, y después en este libro magnífico, Licinio de la Fuente nos muestre por dónde debió caminar nuestro futuro.

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