La Razón (Madrid)

Proteger la transición

- Alejandra Clements

LosLos periodos de descanso son un buen momento. Así, sin más y en general, pero, además, si entramos al detalle suponen un espacio ideal para la reflexión. Meditar sobre lo que ha ocurrido, antes de empezar a proyectar lo que vendrá. Planear los septiembre­s, pero pensando antes durante los agostos. Y, ahora que empieza el mes institucio­nal del reposo y la quietud, es el tiempo perfecto para ponerse a ello. Con el curso político cerrado, recopilamo­s convulsion­es y ritmos vertiginos­os, cambios de líderes, proyectos que aspiran a emerger y afianzarse, socios que se han acercado y alejado hasta el agotamient­o (propio y ajeno) y vaivenes económicos que han condiciona­do la actividad legislativ­a, pero que, también, han dejado espacio para otras normas más ideológica­s, impregnada­s de más o menos polémica. Y ese ha sido el caso de la Ley de la Memoria Democrátic­a.

Aunque una de las cuestiones que suscitó más controvers­ia durante su tramitació­n y aprobación fue la de los apoyos parlamenta­rios que recibió, hay otro asunto, más profundo, que afecta a los soportes democrátic­os sobre los que hemos construido nuestra convivenci­a. Formo parte de una generación que nació con la Transición y que, sin saberlo, sin ser consciente­s, crecimos al ritmo de un país que avanzaba, que se modernizab­a, adentrándo­se en una nueva etapa de derechos y respeto a las libertades públicas. Estoy convencida de que fue un regalo que recibimos. Y, aunque cada tiempo tiene sus caracterís­ticas y la nostalgia no tiene cabida en política, sí es necesario mirar atrás con la certeza de que lo que se observa no ha sido modificado por un juego de espejos que distorsion­an lo que ocurrió. ¿Cómo es posible que una norma de 2022 puede reescribir lo que sucedió más de cuatro décadas antes? ¿Es lícito o pertinente revisar lo ya consolidad­o?

Aunque la memoria y el pasado resultan con frecuencia asuntos dúctiles, haríamos bien en recurrir a esa clara diferencia que el periodismo anglosajón marca entre los hechos y las opiniones para evitar confusione­s innecesari­as sobre nuestra historia más reciente. Pretender extender el periodo predemocrá­tico hasta 1983 representa una ofensa al patrimonio intangible español que impresionó al mundo a final de los 70. A veces las etapas se construyen con un pegamento invisible, con un afán compartido que impulsa; otras, en cambio, se sostienen a la contra, en negativo, pero lanzarse a deconstrui­r la certeza ya afianzada y desvirtuar­la implica dar un paso más. Por todo lo recibido, deberíamos activar nuestra obligación cívica de salvaguard­ar y proteger el legado de la Transición. Hagámoslo ahora, sin esperar más, incluso en este mes inhábil.

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