La Razón (Madrid)

«Infinito», el arte de resucitar a un genio

El público que llenó el sábado el Teatro Real para asistir a una clase magistral de música y baile en homenaje a Paco de Lucía

- Javier Menéndez Flores.

NoNo es ninguna novedad que un teatro, cualquier teatro, desde el más modesto al más insigne, es una fábrica de magia. Pero lo que sí roza la categoría de insólito es que en uno de ellos tenga lugar una resurrecci­ón. Ocurrió el pasado sábado, en Madrid, en el Teatro Real. El espectácul­o «Infinito», con el que se rendía un esperadísi­mo homenaje a Paco de Lucía ocho años y medio después de su muerte, congregó a 24 monstruos que lograron poner en pie al más grande guitarrist­a de flamenco de todos los tiempos, maestro de muchos de ellos y el compadre inolvidabl­e de otros tantos.

Ese homenaje, que cerró los conciertos del Universal Music Festival y fue auspiciado por la fundación Paco de Lucía, tuvo, sí, la virtud de contar, de principio a fin, con la imposible presencia del homenajead­o. Primero, por las imágenes documental­es que se emitieron, en las que se alternaban el Paco de Lucía joven y el maduro –los mismos pero otros–, y que sirvieron de introducci­ón a las distintas actuacione­s. Y, después, por la ubicuidad de su arte, que cobró cuerpo y alma a través de la explosión de talento de quienes tantísimo aprendiero­n de él.

El público que llenó el Real asistió, de esta manera, a una clase magistral de canto, música y baile. Pero lo que se vivió allí, insisto, fue una epifanía: la de sentir que el guitarrist­a flamenco que más arriesgó, que más sufrió y que les abrió el camino a todos los que llegaron después, volvía a colmar con su presencia un escenario. Entre las paredes del teatro en el que De Lucía ya había actuado en el lejano 1975 y cuyo concierto se inmortaliz­ó en disco, fue fácil comprobar que la belleza puede adoptar múltiples formas, pero que su presencia no admite duda. La ves y dices: ya, ahí está. Y tu mirada se engancha a ella en un intento de retenerla el mayor tiempo posible.

Un arte a sangre viva

Belleza fue ver a la portuguesa Mariza cantando un fado hondísimo acompañada a la guitarra de Josemi Carmona. Belleza fue ver bailar a Farru, Farruquito y Sara Baras con el demonio de la excelencia bien dentro. Belleza fue sentir en las entrañas la voz de Miguel Poveda –esa voz– como un arpón de placer. Belleza Belleza fue ver a Al Di Meola y John Mclaughlin –con los que De Lucía grabó un disco revolucion­ario y millonario en ventas, «Friday Night In San Francisco»– llevar a cabo, junto al guitarrist­a Antonio Sánchez, una exhibición de técnica y virtuosism­o. Belleza fue descubrir sobre el escenario a Jorge Pardo, Carles Benavent, Rubem Dantas y Pepe de Lucía, con los que hace más de 40 años Paco formó un grupo que hoy sigue sonando moderno. Belleza fue ver a Joaquín Grilo bailar «María de la O» con una lectura personalís­ima, y belleza fue, en fin, disfrutar de la interpreta­ción que una elegantísi­ma Niña Pastori hizo de la copla «Te he de querer mientras viva», popular en la voz de Marifé de Triana.

El flamenco es una herida siempre abierta, puesto que se trata de un arte que se ejecuta en sangre viva. Incluso en los momentos de pura alegría, de fiesta, de delirio grupal (tribal), esa herida sigue vaciándose, derramándo­se, doComo liéndose. Pero los ideólogos del homenaje no quisieron que el espectácul­o concluyera empapado de tristeza, sino como un canto rotundo a la vida. Por ello, el cierre lo pusieron diez magníficos que interpreta­ron «Entre dos aguas», esa pieza que Paco de Lucía improvisó en un disco y que lo convirtió en una estrella. Cinco hombres a cada lado y en el centro, sobre una silla, una guitarra que simbolizab­a al homenajead­o, que aunque no estuvo, no dejó de estar ni un solo segundo. En las gargantas, en los movimiento­s y en el toque de las figuras que se juntaron para celebrarlo superlativ­amente. Y tras ese tema empezaron a sumarse casi todos los artistas de la noche, algunos ya con la ropa de calle, y regalaron un fin de fiesta que alegró los corazones.

El público, al levantarse y dirigirse hacia la salida, se veía más liviano, más etéreo, más sabio que tres horas y media antes, que fue lo que duró aquel festín de arte. Los rostros, de todas las edades, mostraban felicidad. Porque habían desalojado de sí todo lo superfluo para que les cupiera el chorro de talento y belleza de unos extraterre­stres empeñados en hacerles disfrutar de un espectácul­o que debería convertirs­e en gira y estudiarse, por lo mucho que enseña de la capacidad del ser humano para conmover a sus congéneres. Qué cosas. Hay veces en las que te sientes tan pleno, tan bien tratado, tan en paz, que lo único que te apetece es llorar mientras sonríes. El sábado en el Real, por ejemplo.

 ?? EUROPA PRESS ?? La increíble voz de Miguel Poveda formó parte el pasado sábado del homenaje que se rindió en el Teatro Real a Paco de Lucía
EUROPA PRESS La increíble voz de Miguel Poveda formó parte el pasado sábado del homenaje que se rindió en el Teatro Real a Paco de Lucía

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