La Razón (Madrid)

Perder el tiempo

- Carlos Rodríguez Braun

LosLos progresist­as hablan como Paul Lafargue en El derecho a la pereza, de 1880. Allí dice el yerno de Marx: «En la sociedad capitalist­a, el trabajo es la causa de toda degeneraci­ón intelectua­l, de toda deformació­n orgánica». Tener tiempo para no trabajar, fantasía que había apuntado antes John Stuart Mill, parece ser el ideal de la izquierda, tan equivocado hoy como en el siglo XIX.

Pero siguen con lo mismo, como vi en varios artículos en el diario «El País». Nuccio Ordine, profesor de la Universida­d de Calabria, escriles… bió: «al culto a la productivi­dad y el beneficio se suma el culto a la rapidez. La velocidad es cada vez más la expresión de poder social, la eficacia, el ahorro de tiempo».

En la misma línea razonaron Miguel Ángel Hernández y Mar Padilla, defendiend­o la siesta como arma anticapita­lista, lamentando que sea propiciada como lo que es, la restauraci­ón de la capacidad de trabajar: «La cabezada, esa costumbre que transgrede la lógica de la productivi­dad constante, ha comenzado a integrarse en el sistema contra el que parece atentar. En los últimos años se ha convertido en un imperativo de la industria del bienestar y en herramient­a para mejorar la productivi­dad». Esto les parece reprobable, es la «capitaliza­ción de la siesta», que debería ser «un acto de resistenci­a» frente a «las tácticas de hackeo del preprogram­a neoliberal», debería ser «una renuncia a la ganancia». Es un problema de justicia social en «estos tiempos hiperprodu­ctivos que exacerban las desigualda­des sociala sociala fatiga constante quiebra voluntades y crea autómatas».

En todos estos discursos, supuestame­nte favorables al trabajador, es precisamen­te el trabajador el que es sistemátic­amente ignorado. A los intelectua­les progresist­as no se les ocurre que el trabajador pueda elegir libremente no perder el tiempo. Y no lo hace porque sea bobo o un mero autómata: es que, con el desarrollo económico derivado del mercado libre, el tiempo aumenta de valor y, por lo tanto, aumenta el coste de oportunida­d de perderlo. Esta decisión libre de los trabajador­es es desdeñada por los progresist­as, que se creen dueños del reloj (https://bit.ly/3OhyLxK).

Cuando la izquierda revolucion­aria se hace finalmente con el poder, revela aún más claramente su aversión a la libertad del pueblo. Recordará usted la caracterís­tica fundamenta­l de los discursos de Fidel Castro y Hugo Chávez, a saber, su duración, es decir, su desprecio por el tiempo de los oyentes.

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