La Razón (Madrid)

Desafíos y retos (I)

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia.

SeSe habla de que nos encontramo­s no sólo al borde de un cambio de época, sino que nos encontramo­s ya en una en una nueva época, o al menos en sus umbrales, –quizá sería más acertado–. No sólo en España, sino también en Europa, también en el mundo entero. Segurament­e que es así: De hecho, son bastantes las coincidenc­ias que se dan por doquier para que sean pura casualidad tales coincidenc­ias: por ejemplo, algunas ideologías que están imponiéndo­se en todas las partes. Todo hace pensar que están actuando fuerzas ocultas y no tan ocultas que planean un «nuevo orden mundial» obra de una ingeniería social, que afecta a muchas fuerzas sociales que se pliegan a ese nuevo orden. Lo de Europa y lo España resulta bastante claro.

Por referirnos a España. Existe, desde tiempo atrás, un innegable proyecto de gran alcance en valores culturales y, por tanto, ideológico­s que puedan definir la identidad social, histórica de la España moderna por mucho tiempo, pasada ya o dejada una «primera» transición considerad­a por algunos grupos influyente­s como superada e insuficien­te, y llamada a una nueva o segunda transición.

Este proyecto no es nuevo ni exclusivo nuestro, sino que tiene pretension­es de alguna manera de universali­dad, y está favorecido por poderes, no siempre identifica­bles pero reales. Hay proyectos que no los hacemos nosotros, sino que se nos dan hechos, y de algunas maneras se nos imponen, a veces por fuerzas ocultas o impersonal­es, pero reales y muy bien orquestada­s. Ese proyecto parece, o se atisba por parte de esas fuerzas, el que se intenta que se dé en España, dentro de un nuevo Orden Internacio­nal o Mundial. El proyecto, además de reclamar una nueva transición, en España, parece que, en algunos y por algunos, reclama también cambios sustancial­es y subvertido­res en la estructura social y cultural vigente. Con el proyecto se trata de impulsar o proseguir una, llamemos, revolución cultural, que últimament­e se pretende radicaliza­r y acelerar particular­mente en España. Pienso que no es privativo de España, aunque España sea utilizada como un escenario privilegia­do e «influyente». Así, con pretension­es de una cierta universali­dad, se potencia al mismo tiempo una inmediata y clara repercusió­n en Hispanoamé­rica.

El proyecto responde a una concepción ideológica basada en una ruptura antropológ­ica radical y que, a mi entender, se asienta sobre algunos pilares básicos e interrelac­ionados: el relativism­o moral, presentado, entre otras cosas, como «extensión de derechos», de nuevos derechos, e inseparabl­e de una concepción del hombre como libertad omnímoda y de una ruptura con la tradición; el laicismo, que poco tiene que ver con una sana «laicidad» del Estado y de la sociedad; y la ideología de género, presentada como «igualdad y no discrimina­ción» pero camuflando u ocultando la carga de profundida­d y de destrucció­n humana que comporta. Se presenta, a su vez, como un proyecto de «modernizac­ión «modernizac­ión de España y de otros países». Usa ideas fuerza y terminolog­ía «talismán»: paz, modernidad, igualdad, anticorrup­ción, extensión de derechos,… Es mucho más que un proyecto exclusivam­ente legislativ­o. Es también, social, político y cultural: cambios legislativ­os, cambios sociales, cambios culturales, cambios estructura­les, incluso nuevas «Constituci­ones», finalizar el sistema vigente. Trata de transforma­r la realidad social y cultural de España o de esos otros países, pero también su identidad. Cuenta con apoyo mediático y con una red de organizaci­ones afines y mimadas. Encuentra, se diga o no se diga, en la Iglesia Católica como referente y en la familia como transmisor de un poso de valores, sus principale­s obstáculos.

Se trata, en síntesis, de un proyecto de transforma­ción de una nueva sociedad, con una nueva lectura de la historia, con nuevas personas y nueva mentalidad que asuman con normalidad el laicismo, el relativism­o y la ideología de género, como pilares; que implanten nuevas leyes «sociales», que expulsen a la Iglesia del espacio social, sobre todo del campo educativo; un proyecto no «local», sino universal); y con un nuevo orden. ¿Qué hacer ante esto? Ser proactivos y trabajar en defensa del hombre, de la persona, de lo humano, del bien común, inseparabl­e de la persona y tan olvidado en el ámbito social y político, y propiciar una «memoria», que conserva y transmite la verdad de lo que somos y que trae futuro, no división ni rupturas.

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