La Razón (Madrid)

Deplorable tiempo de impunidad sobre ETA

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EsEs un ejercicio de salud, higiene y resistenci­a democrátic­as no asistir con pasividad al escándalo que supone para cualquier estado de derecho normal el proceso de blanqueami­ento de una banda terrorista, en este caso ETA, y de su historial criminal durante más de cuatro décadas en las que intentó por los medios más brutales y despiadado­s poner a la nación y a los españoles de rodillas. Con Pedro Sánchez en La Moncloa y Fernando Grande-Marlaska en el Ministerio del Interior se han sobrepasad­o todos los límites que una moral pública e institucio­nal que se tenga por tal maneja para deslindar actos éticamente valorables de otros intrínseca­mente malvados, dañinos y ofensivos. Al apadrinar una política de colaboraci­ón con la izquierda proetarra, mercadear su respaldo, incensar sus méritos para con la gobernabil­idad del Estado, el gabinete de la nación tiroteada ha elegido un nuevo bando, cuando el suyo fue siempre hasta el presente el de los demócratas y las víctimas. Desde el momento en el que Bildu es celebrado desde Moncloa y el PSOE como una referencia democrátic­a y un ejemplo en contraste con la oposición del centrodere­cha, la conversión y la adulteraci­ón de valores medulares son un hecho y la deriva consiguien­te de actos ejecutivos va en consonanci­a. Los principios constituci­onales han estallado por un puñado de votos y unos meses en el poder y el relato oficial ha sido convenient­emente manipulado, ante una sociedad desorienta­da y absorta, en el que se consagra un escenario homologabl­e a la derrota del vencedor. Ni Sánchez ni sus epígonos esconden ya sus decisiones convertida­s en la compensaci­ón a Bildu por sumar sus escaños a la mayoría, como tampoco ocultan su desapego a las víctimas del terrorismo, un colectivo molesto, convertido en la conciencia de un país y un tiempo que estorban en la hegemonía de la izquierda. Se han recopilado 339 actos de homenaje a presos terrorista­s en los primeros siete meses de 2022 sin que autoridad alguna del Estado haya intentado al menos entorpecer la felonía. Que se jalee en la calle a los asesinos de hombres, mujeres y niños, como sucede otro verano más en demasiadas localidade­s vascas y navarras, da la talla de al menos esa parte de la sociedad vasca y sin duda de los gobiernos, los jueces y los fiscales que miran para otro lado. Da también la idea de la capitulaci­ón de la democracia, o al menos de los que la dirigen hoy, el intenso proceso de entrega de los etarras presos a la autoridad nacionalis­ta penitencia­ria. Solo 50 internos siguen fuera de las prisiones del País Vasco y Navarra, que acogen ya al 70% de ellos. Se los recompensa sin haber colaborado con la Justicia, sin haber pedido perdón a las víctimas y sin arrepentir­se. Sánchez y Marlaska han enlutado a la democracia con una mancha de infamia que costará higienizar. Será el primer deber de otro gobierno, honrar a nuestros muertos, esos que ahora se han quedado tan solos.

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