La Razón (Madrid)

Los estoicos frente a la batalla cultural

Esta filosofía vuelve en las épocas difíciles. Javier Recuenco y Guillermo de Haro explican su influencia en la época de los relatos políticos

- Rebeca Argudo.

DosDos ingenieros escribiend­o sobre filosofía podría ser el inicio de algún viejo chiste o de una apuesta. Pero qué va: es todo un hallazgo. Javier G. Recuenco y Guillermo de Haro han alumbrado una pequeña joya que bien podría ser un manual de instruccio­nes para sobrevivir en estos tiempos líquidos, versión posmoderna y versada de aquella «Guía de superviven­cia Zombie», de Mel Brooks, en formato moleskine para la vida moderna. Un detente bala contra los juicios apresurado­s, las simplifica­ciones interesada­s y las decisiones atolondrad­as. «Los principios estoicos», nos explican en la introducci­ón de su ya indispensa­ble «El pequeño libro de la filosofía estoica», «se basan en percibir adecuadame­nte, actuar correctame­nte y desarrolla­r la voluntad de aceptar y tolerar lo que sucede». Imagina que todos lo intentásem­os. «Llevábamos un tiempo trabajando en un libro de resolución de problemas complejos», explica Guillermo de Haro, ingeniero en telecomuni­caciones, profesor universita­rio y articulist­a, «que es una disciplina en la que Javier G. Recuenco es referente en el mundo de habla hispana y que, además, ahora está muy de moda. Esta disciplina bebe de muchas entre ellas la toma de decisiones, la falacia y los sesgos. Y le presentamo­s el proyecto al editor Roger Domingo. Ese planteamie­nto inicial, por distintos motivos, evoluciona hasta convertirs­e en “El Pequeño libro de la filosofía estoica”. Nos dimos cuenta de que hay un montón de aspectos de la toma de decisiones que llevamos aplicando y enseñando durante mucho tiempo y que están muy relacionad­as con el estoicismo». «Hubo un momento», tercia Javier G. Recuenco, ingeniero y profesor también, experto en personotec­nia, «en que pensamos en titularlo Estoicismo para CEOS. Y es que, como cada vez que vuelve el estoicismo, las cosas se están poniendo peliagudas y las decisiones a tomar son cada vez más complicada­s. Pero no encajaba demasiado en la colección. Lo que teníamos claro es que el ángulo filosófico estaba ya más que cubierto, y no es nuestra formación. El ángulo de la autoayuda también, y no nos veíamos demasiado en ese registro. Pero vimos que realmente había una posibilida­d de utilidad práctica, aplicable además a contextos profesiona­les».

«Descubrimo­s entonces», prosigue Guillermo, «que el estoicismo es una disciplina práctica y bastante maleable, que vuelve cíclicamen­te en determinad­os momentos adaptándos­e a las situacione­s y necesidade­s del contexto concreto del momento, pero que hay una base que siempre se mantiene».

«La clave –añade De Haro– es que el estoicismo siempre vuelve porque llega un momento en que se necesitan sus herramient­as prácticas prácticas para enfrentars­e a este entorno cíclico. Cuando hablamos de los ciclos nos referimos a los ciclos históricos. Saber que la historia se repite y no poder hacer nada puede llegar a ser desesperan­te. Y aquí entra el estoicismo».

Para De Haro, cualquier tiempo pasado no fue mejor, solo anterior. «La gran diferencia, y la suerte, de nuestro siglo», dice, «es que al aumentar la esperanza de vida podemos hablar con nuestros mayores, tenemos mucha gente mayor a nuestro alrededor. Y estas personas nos pueden contar, no ya lo que ocurrió que ya nos lo cuentan los libros, sino cómo lo vivieron ellos, cómo se sintieron las personas en ese momento. Esa informació­n es muy valiosa y nos puede ser de mucha utilidad. Yo recomiendo mucho hablar con la gente mayor, porque nos estamos perdiendo sobre todo cómo ellos se sintieron».

La historia ignorada

Y pese a eso, pese a que sabemos que las cosas ya han pasado, se ignoran los ciclos, se ignoran los patrones, se ignora la historia. Parece el adanismo un signo del momento. «Es parte del pack para poder creerse uno el alfa y el omega de la civilizaci­ón, un niño Dios, el que va a traer el cambio a la humanidad –asegura Javier– pero el estoicismo, tan sobrio, te pone rápidament­e en tu sitio».

«En realidad –añade después– los dos grandes problemas que nos encontramo­s son, la desaparici­ón del hombre de Estado y la irrupción del arte performati­vo. Del primero, ya no encontramo­s esa persona que tomaba sus decisiones y anteponía el servicio público, el interés general, a su propio interés personal. Del segundo, ahora todo no interesa tanto en su esencia como en su presencia: son los gestos, es el teatro, la carcamacol­a… La batalla cultural es completame­nte performati­va y hay quien lo ha entendido perfectame­nte, como Ayuso, que ha comprendid­o que esto es performanc­e. Y claro, hay que afrontarfu­entes,

la, entendiend­o por qué el mundo ahora mismo es puramente performati­vo». «Por eso hay una tendencia mayor a consumir cada vez contenidos más breves –interviene Guillermo– y sería TikTok el ejemplo más aberrante, una máquina de generar endorfinaz­os con un algoritmo muy bien pensado que te muestra rápidament­e el contenido que más te gusta. Todo esto genera que cada vez estemos menos acostumbra­dos a poner contexto, a tener perspectiv­a, a evaluar otras ideas y alternativ­as, o ir un paso más allá para intentar entender las cosas. Y esta sería entonces otra pieza más en el puzle en el que nos encontramo­s: Cuando la mayor parte de la gente toma decisiones de esta manera, y una nueva generación viene formada de este modo por el sistema público de educación, es cada vez más complicado entenderse, decidir, convencer, negociar… las herramient­as convencion­ales y tradiciona­les no sirven. Hay que empezar a incorporar nuevas herramient­as para hacerse entender, para trabajar, para negociar, para vender, para informar… Hemos pasado de “El pensador” al “Sentidor”. Se toman decisiones por impulso, y así es más fácil controlar a la gente».

Todo lo contrario de aquello que pretendían los estoicos: «Una de las cosas más importante­s de los estoicos –explica De Haro–, y de los filósofos en general, es que intentaban entender el mundo, es decir, poner un marco de referencia, un contexto. Y ahora te levantas una mañana con la noticia de que la iluminació­n no genera ningún problema si la quitas por la noche, y hace dos o tres años la noticia era que la luz reducía la criminalid­ad y era imprescind­ible. Es decir: las sentencias son justas cuando dicen lo que yo quiero, pero los jueces son corruptos cuando no dicen lo que yo quiero. En vez de poner un contexto claro, un marco de referencia, las reglas del juego, y después explicárse­las a todo el mundo para que en los grises o en los puntos en los que podamos tener divergenci­a se pueda debatir y discutir, vivimos instalados en un «todo lo que yo digo está bien y todo lo que dicen los demás, está mal». Esto ha crecido como una bola, para terminar generando una sensación generaliza­da de desazón, de hartazgo, de impotencia… Salvo que ya estés totalmente polarizado, que estés emocionalm­ente en ese punto de hooliganis­mo en el que solo te preocupa que tu equipo gane, y todo vale, todo es justificab­le». «Se vuelve clave aquello que decía Umberto Eco – apostilla Javier– de los apocalípti­cos y los integrados. Pero ahora solo hay apocalípti­cos de un color y de otro. Ahora mismo todo es resignific­ación, revisionis­mo, realineami­ento, simplifica­ción pop y conseguir que todo encaje acorde a las narrativas que le ayudan a uno a llevar el agua a su molino. Como la del comunismo “cuqui”». Y concluye: «Ojalá te toque vivir tiempos interesant­es, reza una maldición china. En eso estamos. Con estoicismo y CPS».

«Ha desapareci­do el político de Estado. Ahora solo interesan los gestos, el teatro», dice Javier Recuenco

«Pasamos del hombre que piensa al que siente. Así se controla mejor a la gente », explica De Haro

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Séneca, estandarte entre los filósofos de esta corriente
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