La Razón (Madrid)

«Me intenté suicidar y me echaron por fornicador­a»

► Exmiembros de los Testigos de Jehová relatan a LA RAZÓN las prácticas coercitiva­s de un grupo bajo sospecha de tolerar abusos y violacione­s

- Macarena Gutiérrez. MADRID

PatriciaPa­tricia García tiene 51 años y una mirada de niña. Pasó más de la mitad de su vida enredada en una historia de amor y odio con los Testigos de Jehová que la ha dejado con una discapacid­ad del 40% por fibromialg­ia y mucha soledad. Tiene un discurso lúcido que revela horas y horas de terapia y estos días anda muy revuelta por un juicio que se celebra contra la Asociación de Víctimas de los Testigos de Jehová, un grupo creado en 2019 y que a ella le ha cambiado la vida. Como en el mundo al revés, el grupo religioso se ha querellado contra los que sufrieron sus prácticas sectarias porque dicen que están atentando contra su honor. Ellos, que han dejado tantas biografías rotas, se presentan como los corderos. Pero empecemos por el principio.

Los Testigos Cristianos de Jehová llevan en España desde la década de los 70, aunque hasta 2007 no obtuvieron del Gobierno el reconocimi­ento de «notorio arraigo» como confesión religiosa. Ellos aseguran que tienen más de 120.000 fieles en nuestro país, «uno por cada 389 ciudadanos», tal y como proclaman desde su página web. Creer o no este dato es un acto de fe, pues no rinden cuentas en ningún sentido. La familia de Patricia fue de las que se unió con alegría al grupo en los felices años del comienzo de la democracia. Tiene buen recuerdo de su infancia, con muchas salidas al campo y canciones alegres. Sin embargo, en la adolescenc­ia empezó a cuestionar muchas cosas y terminó juzgada y expulsada después de varios «comités judiciales», la justicia paralela de este grupo que lo mismo sirve para actos impuros que para supuesta violación de menores.

Según han contado a este periódico varios ex testigos, la presión dentro del grupo es máxima. En las reuniones semanales obligatori­as (antes tres, ahora dos) en los «salones «salones del reino», sus lugares de culto, las prédicas van dirigidas a machacar la conciencia una y otra vez. En el caso de Patricia, le martirizab­a tanto un contacto sexual que había tenido con su entonces novio que terminó en el hospital por un intento de suicidio. Luego llegaría la confesión a los «ancianos», los líderes espiritual­es, y la apertura de varias sesiones de juicio. «En mi caso, a pesar de las muestras de arrepentim­iento fui tratada como fornicador­a impenitent­e, insumisa y mala influencia en un juicio totalmente abusivo, machista, injusto y destructiv­o para mi autoestima y valía personal», explica Patricia. A su pareja no le expulsaron, una muestra más, según ella, del machismo imperante.

Una vez repudiada, pasó años tratando de ser readmitida. Prácticame­nte hasta que cumplió los 40. La programaci­ón en el cerebro es tal que siguió sintiendo que los Testigos de Jehová eran el pueblo elegido y ella, una pecadora. «El día que me abrí una cuenta de Facebook para contactar con ex miembros como yo empezó mi verdadera recuperaci­ón. Empecé a leer cosas que me escandaliz­aron tanto que fui a ver a mis padres para contarles que esto era una secta que servía para sacar dinero a la gente. Me echaron a patadas llamándome apóstata y diciendo que estaba satanizada. Incluso me dijeron que me iban a quitar a mi hija porque yo estaba loca y no podía cuidarla». Aquel día fue el último que pisó la casa de sus padres. Ahora apenas tiene contacto porque «cuando te expulsan, incitan a todo el mundo a odiarte, pierdes todos tus amigos, toda tu vida anterior». Lo que más le inquieta es la enfermedad de su padre octogenari­o y el hecho de que podría necesitar una transfusió­n de sangre, una práctica sanitaria proscrita en esta confesión.

En los Testigos Cristianos de Jehová hay muchas cosas prohibidas. No se puede vestir de forma «provocativ­a», ni celebrar los cumpleaños o la Navidad, ni recibir regalos, ni alternar con la gente «de fuera», ni leer o ver cosas inadecuada­s. Esto constriñe la vida del adepto a un círculo minúsculo y hace casi imposible sobrevivir en el mundo real una vez se abandona el grupo. El sentimient­o de comunidad y la ayuda entre «hermanos» es fuerte y mantiene la cohesión.

La salida de Saray López (Madrid, 1987) es mucho más reciente. Asegura que ella sigue «creyendo en Jehová» a pesar de todo, a pesar de la violación por parte de otro testigo y del maltrato psicológic­o de su ex marido. En conversaci­ón telefónica con LA RAZÓN explica que «lo peor de estar dentro es la violación de tu integridad, de tu ser, es mucho peor que la física». Saray lo denunció a un grupo de ancianos que fueron a su casa y la sometieron a un interrogat­orio delante de su esposo que le resultó una humillació­n máxima. «Tuve que dar todos los detalles, fue horrible. Querían un relato morboso de los hechos, quién quitó la ropa a quién, si había lubricado, por dónde me la metió... Luego me mandaron a mi habitación y se quedaron debatiendo en el salón». Aún pasó una semana completa hasta que llegó el dictamen de estos supuestos hombres sabios. «Estaba aterrada, me daba golpes contra la pared. Tenía pánico a que me hicieran un comité judicial y me expulsaran, que acabara perdiendo a mi familia. Finalmente, me declararon inocente. A él lo considerar­on simplement­e adúltero y le quitaron los privilegio­s».

Esta justicia paralela de los TdJ exige que haya al menos dos testigos de la agresión que se denuncie, algo imposible por razones obvias. Aunque ellos no impiden que se denuncien delitos ante la Justicia, incluso informan de que existe ese derecho, en la práctica no lo alientan. Prefieren, como buen grupo sectario, que los trapos sucios se laven en casa. Saray incluso se llevó el aplauso de su comunidad por «dejarlo en manos de Jehová y ser una buena sierva». La confesión de la violación creó un cisma insalvable en su matrimonio. «Mi ex marido comenzó a compararse con el agresor, a tener celos de él. La situación se volvió insoportab­le y en 2015 decidí separarme». Tampoco se lo pusieron fácil. Acabó enfrentand­o una caza de brujas por la sospecha de que había una tercera persona: «Me acosaban, me encerraban en salas para preguntarm­e todo tipo de cosas y echaban el pestillo. Iba temblando por la calle porque me perseguían para ver si me reunía con alguien».

Saray terminó afrontando el temido comité judicial y fue censurada. Fue condenada al ostracismo total, nadie le dirigía la palabra ni la miraba y acabó dejando de asistir a los salones del reino. «En mi familia están todos dentro menos yo. De un golpe pierdes tu infancia, a toda tu gente. Te fuerzan a querer volver porque te quedas completame­nte sola. Los de dentro tienen pánico a hablarte, hasta mi padre me ha pedido por favor que no lo llame, que no le dejan comunicars­e conmigo». A esta joven le mata el hecho de que su familia crea que ha «dejado la verdad». Hace ya más de cuatro años que terminó con este grupo religioso y admite que «mi conciencia aún me martillea» después de tantos años escuchando lo que no debía hacer si quería salvarse del Armagedón. Esta amenaza del fin del mundo es recurrente en los seguidores de Jehová, un Apocalipsi­s que no acaba de llegar nunca y cuya fecha van cambiando los que dictan la doctrina desde el cuartel general de la secta en Warwick (Nueva York), la «Watch Tower».

Saray terminó denunciand­o a su violador, pero el caso fue archivado en un juzgado de Toledo porque hacía más de diez años de la comisión del delito. Algo parecido le ocurrió Israel Flórez (Madrid, 1974), presidente de la Asociación de Víctimas y uno de los demandados por los testigos. En conversaci­ón telefónica, explica que sufrió abusos sexuales de pequeño y cuando se atrevió a contarlo con 26 años «los ancianos no me hicieron ni caso, nadie hizo nada». El suici

«La violación de tu integridad es aún peor que la sexual. Me obligaron a dar todos los detalles»

La Asociación de Víctimas asegura que en 40 años se han suicidado más de un centenar de miembros

dio de su hermana en 2015, meses después de haber sido sometida a un comité judicial por un supuesto adulterio, le dio el empujón definitivo. Flórez asegura que en cuatro décadas hay al menos 120 suicidios documentad­os en los TdJ. «Mi hermana se tiró por la ventana de la cocina y ellos llegaron a hablar en el juicio de que había sido un accidente doméstico. Ahí dentro te moldean para que hagas lo que ellos quieren, no hay nadie libre. Debes leer todas las publicacio­nes, asistir a los salones y salir a predicar. Antes eran 90 horas al mes, ahora creo que las han bajado a 70».

El escrutinio constante, tanto del cuerpo como de la mente, es una mordaza. Los adeptos han de rellenar unos informes en los que deben especifica­r cuántas horas han salido a la calle para hacer apostolado a puerta fría. Algunos directamen­te se lo inventan para no levantar las sospechas de los ancianos, que se presentan en las casas sin avisar cuando ven que alguien se descarría. Según explica Israel, «hay mucha gente que nos llama porque se quiere salir, pero es verdad que es difícil. Llegan a desarrolla­r patologías graves de estrés, depresión y trastornos de personalid­ad que requieren medicación de por vida. Abandonas con la mente trastornad­a, pensamos que somos unos pecadores». Según la asociación que preside, cada año dejan de ser testigos entre 600 y 700 personas y no tiene tantas altas como para compensar las bajas. «Deberían estar obligados a la transparen­cia, publicar sus cuentas y a dónde van esas donaciones que se recogen en su página web. Se supone que están destinadas a la congregaci­ón en España y no es verdad,vanalacent­ralenWarwi­ck. Ya no recolectan el dinero en los cepillos de los salones como antes, ahora todo es por Paypal».

Este periódico se ha puesto en contacto con la sede madrileña de los Testigos de Jehová en Ajalvir para conocer su opinión. En un extenso documento en el que se resumen los puntos principale­s, el grupo asegura que «la asociación demandada ha realizado declaracio­nes con insultos gratuitos y denigrante­s que han sido ampliament­e difundidas, lo que ha provocado que se someta a la entera comunidad religiosa a un estereotip­o negativo extremo». Este culto considera que las víctimas no tienen «ninguna prueba» que sostenga sus testimonio­s y rechazan de manera tajante todas las imputacion­es, desde el machismo a la homofobia o los abusos sexuales y la «muerte social» a la que someterían a los exmiembros.

«Es mentira que los donativos vayan a la congregaci­ón española, van directos a EE UU» Desde los TdJ rechazan todas las acusacione­s públicas por carecer de «prueba alguna»

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FOTOS: GONZALO PÉREZ Patricia lleva media vida fuera y aún sufre las secuelas. A la izq, frente al «salón del reino» en el que fue juzgada
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