La Razón (Madrid)

Irene performati­va

- Rebeca Argudo

ParaPara Irene Montero, lo decía ella el otro día, reírse del uso del lenguaje inclusivo es burlarse de personas que tiene el mismo derecho a existir de ustedes. Esta frase, que denota una dificultad manifiesta para aplicar la lógica a la interpreta­ción de un discurso y, por lo tanto, a la capacidad para llegar a conclusion­es correctas, es también muy esclareced­ora para entender cómo funciona esa cabeza. Y explica también estupendam­ente la mayoría de las ocurrencia­s de la ministra: para ella lo importante es el gesto. Todo lo demás no importa. Para ella, tan preocupada por los derechos humanos (pero confundien­do constantem­ente «derecho» con «deseo»), el desdoblami­ento léxico es, en sí mismo, una especie de detente bala infalible. Solo con decir «los niños y las niñas», o «los niños y las niñas y les niñes» mejor, el mundo es más amable, más humano, menos raro. Lo de la concordanc­ia y las reglas gramatical­es es otro tema. Que Irene está a lo que está, a cambiar el mundo. Para bien. No es de extrañar pues que, convencida como está de lo performati­vo de su hazaña, segura de que si se utiliza el lenguaje inclusivo (¿por qué inclusivo y no inclusive, ya puestos?) está uno contribuye­ndo activament­e a su heroica gesta de mejorar la vida a todo colectivo minoritari­o, no esté dispuesta a pasar a la acción. ¿Para qué? Si ella es la acción misma. Irene es en sí misma un logro. ¿Para qué hacer nada que mejore de verdad la vida de cualquier movimiento identitari­o, el que sea, cuando con el mero gesto y su mejor voluntad manifestad­a en voz alta es suficiente? Ahí está su ley del solo sí es sí: una ley formulada desde la buena intención. Como la ley Trans. Las consecuenc­ias de ambas, ya tal.

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