¡Qué suerte tenemos!
AesteAeste caminante le picó de niño lo de la cosa social, pero moderadamente. En los últimos días he viajado, a escote, con un grupo de personas que me han mostrado lo dura que es la vida fuera del deseado estado de bienestar. La pobreza lo invade todo. Pero cuando sumas pobreza y discapacidad el cóctel es explosivo para las conciencias.
He visto en Nepal niños almacenados, abandonados en un orfanato en el que el hijo del cocinero (encargado del «centro» y único empleado) estaba guapo y lustroso y los discapacitados y huérfanos delgados como la caña de azúcar. Ahora en Centroamérica he visto niños y mayores, pero especialmente niños, con parálisis cerebral recogidos por familiares y monjas sin apenas medios y con poco dinero para dar más dignidad a estos niños. Lo suplen con su cariño y una palabra llamada amor.
¿Pero oiga si usted escribe de Madrid? Escribo de Madrid y le digo que, gracias a Alberto Ruiz-Gallardón, al que luego le siguieron el resto de las comunidades autónomas y el Estado, nuestros niños discapacitados están muy bien cuidados de forma igual tengan dinero o no. Ese gobierno, y los que siguieron, elevó los derechos de las personas marginadas por ser diferentes. Y gracias a los impuestos que pagamos y las decisiones políticas, podemos darles el apoyo que necesitan.
Y al ver lo que he visto en Centroamérica, en Nepal y en África, doy gracias a Dios, y a los que introdujeron los derechos de los discapacitados, por hacer bien su trabajo. Y gracias a Mensajeros de la Paz, a Bomberos sin fronteras, a San Juan de Dios, a la Once, y a los miles de seglares, monjas y sacerdotes que lo han dejado todo por los demás a cambio de nada.