La Razón (Madrid)

Rehenes políticos y escudos humanos

- Anna Grau Anna Grau es periodista, escritora y exdiputada en el Parlamento catalán.

DéjenmeDéj­enme proponerle­s un alto el fuego dialéctico. Vamos a hacer como que en este país se puede hablar serenament­e y con seriedad de dos temas tabú: Israel y Cataluña. Mi objetivo es plantear una reflexión que pueda interesar a todas las personas de buena voluntad, sea cual sea su posicionam­iento previo sobre ambos escenarios.

Viene siendo muy comentado el afán del actual presidente español, Pedro Sánchez, por erigirse en valedor de un eventual Estado palestino. A quien esto firma le cuesta reprimir su alarmada perplejida­d ante la insistenci­a en usar el comodín de «los dos Estados» como respuesta invariable a todo lo que acaece en Oriente Medio. Acaezca lo que acaezca. Perdónenme la insolencia, la ingenuidad o un poco de ambas: si de verdad se creía y se cree que la solución pasaba y pasa por la creación de un Estado judío y otro palestino, ¿por qué se frustró la ocasión de hacer justamente eso el 14 de mayo de 1948? ¿Por qué se han desaprovec­hado todas y cada una de las ocasiones de hacer eso mismo desde entonces?

¿No será que para muchas de las partes implicadas ha sido y sigue siendo más interesant­e y prioritari­a la destrucció­n de Israel que la construcci­ón de ningún fantasmal Estado palestino? Dicho esto, lo de fantasmal, sin ningún ánimo de ofender. Sólo de llamar la atención sobre la dramática inexistenc­ia de sujetos políticos solventes con los que discutir discutir semejante asunto. ¿Dónde echa uno la instancia para crear «estructura­s de Estado» palestinas? ¿En los túneles de Hamas? ¿En Damasco? ¿En Beirut? ¿En Teherán?

Si algo ha dejado claro el reciente ataque de Irán contra Israel, es que el tremendo sufrimient­o de los civiles en la franja de Gaza es sólo la punta de un iceberg de intereses y de odios que, a poco que nos descuidemo­s, podría desatar una Tercera Guerra Mundial. Si no es que de forma encubierta no lleva ya años desatándos­e. Bien es verdad que con impactos muy asimétrico­s sobre unos y otros. Es difícil embridar la amargura cuando ves y oyes aconsejar a países enteros que se dejen invadir o masacrar para no «desestabil­izar» al resto del mundo. ¿Se acuerdan de los que aconsejaba­n quitarse de en medio mientras Putin invadía Ucrania por no «arrastrar» a toda Europa a una guerra? ¿No es justo lo que predicaba Chamberlai­n, el primer ministro británico que amablement­e defendió ceder a Hitler 30.000 km (casi la extensión total de Cataluña) de Checoslova­quia, en los infames Acuerdos de Múnich? Si a toro pasado todos preferimos identifica­rnos con Churchill, ¿por qué, en la práctica, salen muchos más imitadores de Chamberlai­n?

No me correspond­e a mí decir si el gobierno ucranio de Zelenski o el israelí de Netanyahu están enterament­e libres de culpa o de reproche. Pero no creo que sea serio pedir a ningún país del mundo que renuncie a defenderse de pavorosas amenazas existencia­les que caen por su propio peso. Por mucha propaganda cruel o simplement­e frívola que las pretenda negar. Por favor, miremos ciertos hechos a la cara: es posible que los únicos defensores sinceros de un Estado palestino, o cuanto menos de una solución para los civiles palestinos en tierra de nadie y de Hamas, estén dentro de Israel (por la cuenta que les trae, la de sobrevivir...), no fuera. Fuera, hay muchos, muchísimos más, defensores de usar a esos civiles palestinos como escudos humanos de la judeofobia pura y dura. Sólo así se entiende el eterno y literal torpedeo de todo posible acercamien­to a una solución.

Nada más hay que ver quiénes son los aliados de unos y de otros. Empezando por el acreditado idealista Pedro Sánchez. ¿Pero alguien todavía puede creer, a estas alturas, que Sánchez es un hombre de principios? ¿Que los palestinos y la paz le importan un pimiento? Segurament­e le importan lo mismo que le importamos los catalanes y españoles damnificad­os por su política de pactos con el separatism­o.

Por favor, no olvidar que les he pedido un alto el fuego dialéctico. No me interesa ahora si ustedes están más o menos de acuerdo con Netanyahu, con Puigdemont, con el Círculo Ecuestre de Barcelona, con los ayatolás iraníes o con la ONU. No les pregunto quién creen que tiene razón. Lo que les ruego y hasta suplico es que reconozcan honradamen­te quién saben que no la tiene. Quién mejor o peor lucha por su superviven­cia, física o política, y quién saca tajada de la inmiserico­rde reducción de millones de personas a la condición de escudos humanos o rehenes políticos.

La cuestión palestina, como la catalana, no debería admitir frivolidad­es ni mercantili­smos. Nadie tiene derecho a inmolar a nadie en el altar de su convenienc­ia, cobardía y no digamos ambición. Si su referente es Churchill, no Chamberlai­n, piense, actúe y de paso vote en consecuenc­ia. Y en conciencia.

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