El consentimiento sexual, a debate en el cine
Delphine Girard añade su ópera prima, «Víctima imperfecta», a los filmes que profundizan en este tema
Ojalá el consentimiento sexual, ese concepto jurídico referido a la voluntad en el terreno de lo íntimo que sigue generando nebulosas morales, se entendiera por parte de quienes tienen que entenderlo con la misma facilidad con la que Audrey Hepburn aprendía a romper huevos, en aquella prestigiosa escuela parisina de «Sabrina», con una sola mano. Ojalá bastara un simple movimiento de muñeca para integrar el sentido común en las decisiones tomadas sin unanimidad, en las acciones ejercidas sin la aprobación del que tenemos delante. Como dice Clara Serra, «no se le puede pedir claridad al que pronuncia un no, sino a quien lo escucha». Es en esta delimitación obligada entre la justificada imprecisión de la víctima y el grado absoluto de responsabilidad del victimario, entre las dos figuras principales que estructuran los puntos cardinales sobre los que se asienta el basamento teórico del consentimiento, donde parece haberse posado no solo el discurso actual de las conversaciones feministas y gran parte de las esquinas del debate público, sino la actualidad del relato cinematográfico.
Desde la reciente reposición de « Not a Pretty Picture», en donde Marta Coolidge proponía una disección sin ambages de la violación que sufrió en la década de los sesenta siendo una adolescente de 16 años por parte de un conocido, hasta la ópera prima de Molly Manning Walker, «How to Have Sex», cinta en la que se relata un escenario de abuso hacia una joven que no tiene experiencia previa en el sexo y que se encuentra de viaje de fin de curso dionisiaco y etílico con sus amigas del instituto, pasando por la traslación a la gran pantalla del testimonio de Vanessa Springora, escritora que tuvo una relación de desequilibrio constante con el intelectual francés y autor Gabriel Matzneff, treinta y seis años mayor que ella, son numerosos e igualmente potentes en términos discursivos los títulos que abordan el tema y que copan la pantalla este año. En el caso concreto de la docuficción icónica sobre la cultura de la violación y sus consecuencias que propuso Coolidge, resulta part i c u l a rmente interesante observar cómo el sujeto que agrede, que era un compañero de clase de la cineasta mayor que ella, responde a un perfil masculino en apariencia inofensivo, seductor, atractivo que además, forma parte de un círculo que presuponemos de confianza como puede llegar a ser el instituto. Igual que en la cinta de Walker, en cuyo caso el individuo ya ha tenido un contacto sexual con la víctima antes de agredirla mientras duerme. «Hemos crecido con el relato maniqueísta de los buenos y los malos, de la recompensa y el castigo. Pero creo que por suerte los relatos están cambiando y eso se traslada al cine. Ahora la víctima es más compleja, el agresor, también, y el posible testigo de los hechos. Las narrativas cinematográficas están dejando atrás la simpleza con la que nos educamos y eso es algo bastante positivo, tal y como yo lo veo», celebra la directora Delphine Girard en entrevista con LA RAZÓN a colación del estreno –que tendrá lugar la próxima semana– de «Víctima perfecta». Un extraordinario e inteligente retrato de la disparidad de escenarios envueltos en la lógica pragmática de lo contemporáneo que se generan después de que se cometa una agresión sexual: la mirada evasiva y complicada de la víctima, la culpa corrosiva del agresor, la incredulidad y dolorosa aceptación de la madre de este o el ejercicio de elusión de la gravedad por parte de la actual pareja del victimario. Y es que Girard, despojada de cualquier cinismo o trampa narrativa que interceda en su mirada detrás de la cámara, advierte de algo que el resto de filmes también dibujan con una considerable adaptación a los tiempos actuales: el agresor no es un monstruo de dos cabezas enfermo de odio, no tiene cuernos, ni rabo, ni tampoco la cara pintada de rojo.
Una vez superada la fábula del depredador caricaturizado que de forma excepcional ataca a las mujeres que caminan solas parapetado detrás de los matorrales con una capucha que dificulte su identificación y portando cualquier tipo de arma, parece que a los hombres no les queda más remedio que reflexionar de manera profunda sobre sus conductas cotidianas sin que esto signifique que cualquiera de ellos puede ser potencialmente un violador. Analizar su tolerancia al rechazo, su capacidad de aceptación ante una negativa o canalizar sus niveles de frustración. Historias como la de «Víctima imperfecta» pretenden, como explica la directora, fomentar dicho tipo de interrogantes y cavilaciones: «Esta, por ejemplo, no es una película que nazca de los primeros meses post MeToo, sino más tarde, y en ese sentido no procede de la misma rabia o nivel de cólera que había entonces. Siento que estamos en otro momento, en otra etapa de reflexión, con emociones por todas partes, sin duda, que debemos aprender a canalizar a través de conversaciones, debates y propuestas que son importantes. Pero con un nivel mayor de perspectiva y dejando atrás la rabia de los primeros tiempos del MeToo», señala sosegada.
Y prosigue sobre el papel que ha jugado el movimiento en la introducción del concepto en las conversaciones: «Creo que el porcentaje de influencia que ha tenido el feminismo en la colocación del consentimiento dentro del discurso es inmenso. Me parece increíble pensar que hace solamente unos años ni siquiera existía la noción del consentimiento, parecía una especie de sensación rara, de término poco definido. Pero que se haya podido colocar en el centro del debate es algo que me provoca una gran esperanza». Una esperanza que parece inevitablemente ligada al análisis equilibrado de los porqués que la generan. «Forzosamente tenemos que empezar a intentar entender la complejidad que albergan esas personas de naturaleza violenta, pero que son niños buenos, hijos buenos, empleados buenos. Esa realidad incómoda creo que tiene que formar parte de la discusión», remata. Sabiendo siempre a quién hay que exigir claridad y a quién demandar coherencia.