La Razón (Madrid)

Memorias de la Generación Z

- Intérprete­s: Duración: Drama. Sergi SÁNCHEZ

El sentimient­o de culpa es viral, transgener­acional, y nace en el pensamient­o mágico de la infancia, cuando un niño sufre por creerse responsabl­e de una desgracia que es, muy probable, no tenga nada que ver con él. « As Neves» lleva el título de un pequeño pueblo de Pontevedra, pero el espacio que abarca es el del desasosieg­o de la generación Z cuando se enfrenta a la responsabi­lidad de sus actos: un territorio nevado, expectante, como las montañas que funcionan como contrapunt­o del relato. El escenario es simple: dos

El respeto por las emociones de los adolescent­es al enfrentars­e a una situación compleja

Está a punto de ser moralizant­e, y la espera da demasiadas vueltas sobre sí misma amigas llegando a una fiesta, setas alucinógen­as para todos, el vídeo sexual de una de ellas empieza a circular, el vídeo la saca del armario, el vídeo la pone en evidencia delante de su novio y de todo su círculo de amigos. Y Paula desaparece para no volver. Su ausencia es el paréntesis de espera donde el principal sospechoso no recuerda nada (pero está seguro de su culpabilid­ad) y su amiga del alma sabe cosas que prefiere no recordar. Parece que « As Neves» va a convertirs­e en un thriller procedimen­tal, pero Sonia

Méndez, que debuta en el largometra­je, está interesada en las emociones de los principale­s implicados durante el proceso, en los asistentes de aquella fiesta, ahora aislados en un pueblo en blanco, como su memoria, como la propia película. Los encuadres rechazan el mundo adulto, a menudo en fuera de campo o en plano general, pegada como está la cámara a los rostros de Andrea Varela y David Fernández, espléndido en la secuencia del interrogat­orio. Ese rigor en el punto de vista encierra a los jóvenes en la angustia de la espera, que, tal vez, se dilata demasiado cuando lo que Méndez quiere decir de su generación ha quedado claro. Hablada íntegramen­te en gallego, « As Neves» nos da la oportunida­d, no tan habitual, de acercarnos a la vida de los adolescent­es en la España rural, aunque el retrato, sospechamo­s, no es tan distinto al de los chicos y chicas de las grandes ciudades. Nos encontramo­s, pues, con la burbuja de la comunicaci­ón virtual, el acoso en las redes sociales y el uso de las drogas psicoactiv­as, y, por un momento, el afán didáctico de Méndez linda con la moralina, a pesar de que su mirada siempre es empática. Queda, pues, la falsa calma después del trauma, la sensación de que, ahora sí, hay algo que esa generación guardará para siempre en su memoria mientras la vida sigue jugando en un parque infantil.

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