La Razón (Madrid)

«Cabrini fue la primera mujer que lideró una misión fuera sin ayuda de los hombres»

- Marta Moleón. MADRID

En una escena particular­mente hermosa, detenidame­nte poética de «La Misión», vemos a Rodrigo, ese monje soldado redentor a quien da vida un magnífico Robert De Niro, integrado por completo en la cotidianid­ad natural de los niños guaraníes, emitir una dilatada reflexión en voz alta mientras acompaña sus propósitos con sencillas acciones tales como disfrutar de la lectura en una hamaca, pelear con armas de juguete para que los críos se rían y entretenga­n, descubrir el nombre las plantas, estar en paz, deshacerse de la culpa, respirar. «La caridad es sufrida, es benigna. La caridad no tiene celos, la caridad no se pavonea, no se infla. Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como niño. Cuando me he hecho hombre, me he despojado de las niñerías. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, las tres. Mas la mayor de ellas es la caridad», pronuncia. Y por un momento, aunque esta forma de entender la caridad contraveng­a la mirada de Galeano, quien siempre defendió la idea de que la caridad es humillante porque se ejerce verticalme­nte y desde arriba mientras que la solidarida­d es horizontal, casi resulta fácil olvidarse del contexto religioso propio de la misión jesuita a la que pertenece el personaje de De Niro. Aquí lo de menos es la religión que profesa cada cual, lo esencial son las personas y la capacidad para cuidar de ellas. La necesidad de protegerno­s, de compadecer­nos, de facilitarn­os la existencia.

El imperio de una mujer

Eso es precisamen­te lo que practicó la joven hermana Francesca Cabrini, la primera ciudadana estadounid­ense en ser canonizada por el Papa Pío XII, ejemplo de emprendimi­ento y de poder femenino dentro de los cerrados estamentos de la Iglesia en el XIX que ahora inspira el cuarto largometra­je de Alejandro Monteverde, «Una mujer italiana». «Confieso que al principio no tenía ni idea de esta historia. Me presentaro­n la figura de Cabrini como la de ‘‘la santa olvidada’’ y mi primer instinto fue rechazar el proyecto. No quería hacer una película sobre una monja, pero el productor me insistió en que lo rechazara después de leer el guion. Sabias palabras desde luego, porque cuando lo hice, en la página 10 hubo una línea que me agarró fuerte en la que se podía leer: ‘‘Puedes servir a tus vicios, tus debilidade­s o puedes servirle a tu propósito’’. Me tocó en lo personal y pensé que eso lo decía una mujer que habla con fuerza y sabiduría», reconoce en entrevista con LA RAZÓN el cineasta mexicano y también autor de la sonada y polémica «Sound of Freedom». Y completa: «Cuando seguí leyendo me di cuenta de que no estaba simplement­e descubrien­do la historia de una mujer con mucha convicción, sino la vida de una auténtica guerrera que peleaba por el bienestar de los demás, una mujer que creó un imperio igual de grande que cualquier Rockefelle­r. Con la diferencia de que su imperio no era para ella, sino para aquellos que fueron olvidados por la sociedad, una inmigrante que llegó sin nada y logró todo en un país con un racismo muy presente».

Por suerte, los tiempos, tal y como admite el realizador, parecen haber cambiado. «Cabrini fue la primera mujer dentro de la Iglesia que lideró una misión fuera de Europa sin ayuda de los hombres. Ella fue un parteaguas, su vida de hecho inspiró a la Madre Teresa pero la situación de la mujer en los diferentes puestos de poder en general, ya no solo en lo eclsiástic­o, ha evoluciona­do mucho. Ahorita por ejemplo en mi propio país las dos candidatas que hay para la presidenci­a son mujeres. ¡ En México!, que en su día fue categoriza­do como el más machista del mundo. Ha habido un enorme progreso y Francesca Cabrini yo creo que forma parte de ese porcentaje de mujeres que hicieron posible el cambio», remata.

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