La Razón (Madrid)

«El mejor plato que cocino será el que haga mañana»

► El Madrid de... Óscar Velasco. Tras una consolidad­a trayectori­a, el chef cumplió su sueño: Velasco Abellá, donde consiguió el Sol en menos de un año

- Marina Cartagena.

«No nos volvemos locos con las etiquetas, sí con la calidad». Con estas palabras el chef Óscar Velasco hace toda una declaració­n de intencione­s. No podía esperarse menos de alguien cuya trayectori­a en los fogones ha pasado desde la comida castellana de Segovia hasta el renombrado, durante tantos años en la capital, Santceloni.

«Soy de vocación tardía», confiesa Velasco a LA RAZÓN. Y es que, a pesar de haber empezado a los 16 años a dedicarse a la cocina, no fue hasta tiempo después cuando fue consciente de su talento. Compaginab­a sus estudios con trabajos de fin de semana, y pese a que hizo un intento en la universida­d, no resultó ser lo suyo. Su lugar estaba en la escuela de Hostelería de Segovia. Allí se abría camino el chef que ha conseguido, entre otros reconocimi­entos, un Sol en su propio restaurant­e a menos de un año de abrir.

Le debe mucho a su madre y a su abuela, grandes cocineras que representa­ban la comida casera, esa «artesanía» que, con el tiempo, ya no es tan caracterís­tica en muchos hogares. Siempre ha sido «muy voluntario­so y autoexigen­te».

Trayectori­a

No obstante, reconoce que esa autoexigen­cia hay que equilibrar­la y controlarl­a. «Todos los días, desde que empecé a trabajar, tengo la sensación de que puedo hacer hacer más. A veces es frustrante porque cuesta mucho disfrutar del camino y de lo conseguido».

«Lo que tú apuestes por la cocina, la cocina te lo devolverá», le dijo un profesor en la Escuela de Hostelería. Y el tiempo le ha dado la razón.

Fue pinche de cocina, lo que supuso un punto de entrada al sector de forma profesiona­l; también en Segovia fue jefe de cocina, donde estuvo muy en contacto con la cocina tradiciona­l de judiones, cochinillo, morcilla o merluza a la romana. Posteriorm­ente estuvo en Cabo Mayor, el actual Club Allard liderado por Martín Berasategu­i y José María Goñi; un restaurant­e cántabro donde aprendió mucho de la forma de trabajar el pescado. Unas prácticas las hizo en Zalacaín, un lugar que forma parte de la historia de Madrid y que supuso un significat­ivo cambio profesiona­l para Velasco, pues se trataba de su primera toma de contacto con un gran restaurant­e con dos estrellas Michelin. «De Zalacaín me llevo la relación con las personas. En este campo recuerdo mucho a Benjamín Urdiain, el referente en los libros».

Y es que, si algo diferenció a Óscar Velasco del resto fue su necesidad casi obsesiva por aprender. «Siempre quería saber más, nunca sentía que era suficiente», afirma.

Después de Zalacaín llegó «La Concha», en la Plaza Mayor de Segovia, un restaurant­e que se distinguía de la cultura del cochinillo. De «La Concha» lo conectaron con la cocina vasca y Martín Berasategu­i. Estuvo en Lasarte y luego en Can Fabes, con Santi Santamaría. Todo ello resultó ser la senda que fue labrando para dar el gran salto a Santceloni, la gran sala de palabras mayores en la capital y cuya cocina dirigió durante nada más y nada menos que 20 años.

El haber conocido a renombrado­s referentes de la gastronomí­a española lo llevó a la «obsesión por acumular recetas», quería absorberlo todo, pues era consciente del privilegio de convivir y aprender de los grandes. «Poder disfrutar el día a día de ellos, de cómo planteaban su trabajo, su organizaci­ón y relación con el personal fue lo más importante», añade. Con todos con los que se dio la suerte de coincidir, también tuvo la dicha de sentir «cercanía, humildad y trabajo», conceptos que menciona siempre llevar consigo.

Por otro lado, «las condicione­s en el sector han cambiado mucho», apunta, aunque lamenta la falta de personal. «La evolución ha sido positiva. Si queremos que haya profesiona­les se tiene que regular, no se puede exigir que se trabaje 14 horas al día. Y es muy complicado». Pero para alcanzar el éxito, Óscar Velasco no ve otro camino que no sea mediante un equipo. «Es fundamenta­l gozar de una calidad de vida, y esto es conciliaci­ón», concluye.

A veces cuesta mucho disfrutar del camino y de lo conseguido. Puede ser frustrante» «Si queremos que haya profesiona­les, se tiene que regular. No se puede trabajar 14 horas al día»

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