La Razón (Madrid)

150 años como los reyes de

► La familia Arnau, impulsores del Monegros Festival, Florida 135 y la marca Elrow cumplen seis generacion­es de culto a la pista de baile

- Ulises Fuente. MADRID

Esta es una de esas historias improbable­s, una que cuenta cómo, a partir de un café de provincias, una familia se convirtió, después de no pocas vicisitude­s en una de las marcas internacio­nales más conocidas de la noche y la música electrónic­a. Todo tiene origen en Fraga (Huesca), una localidad que puede definirse como un cruce de caminos en medio de ninguna parte, donde los Arnau, a través de varias generacion­es, sucesivas bancarrota­s y testaruda pasión por la música, han levantado un imperio a partir de un gramófono.

Juan Arnau se identifica como la sexta generación de esta saga familiar, testigos de cómo ha cambiado la sociedad a través del baile. « Mi abuelo me contaba que, en sus tiempos en Fraga, las mujeres se sentaban con sus madres detrás y los pretendien­tes iban a pedir permiso para bailar una canción. Me contó que la primera revolución llegó cuando las mujeres pudieron llevar la iniciativa. Y también me hablaba de la primera vez que llevaron un gramófono al pueblo, que fue uno de los primeros de España y que con él colapsaron las calles. Fue alucinante», dice Juan Arnau, cofundador con su hermano Cruz de Elrow, la marca que ha llevado a la familia a convertirs­e en un gigante de la noche. Sin embargo, en esencia, nada ha cambiado desde aquellos tiempos: «Si te remontas a los últimos cien años, la gente ya salía a bailar para olvidarse de sus problemas entonces. La música sí ha cambiado, pero la esencia, no». Problemas que a veces eran muy acuciantes. « Durante la guerra, Fraga estaba en el frente entre bandos. De lunes a viernes se pegaban tiros y los fines de semana iban al baile», explica. La familia tuvo primero un café, después un bar, un teatro y un cine, el Victoria. Luego llegó el Florida, donde tocarían las mejores orquestas y artistas de la época, como Antonio Machín. Al Florida trataron de llevar a Xavier Cugat, un músico catalán de éxito en Las Vegas. Falleció un día antes de la actuación y la familia casi se arruinó por primera vez». Y no sería ni mucho menos la última.

El Florida fue el centro musical de la zona, pero los tiempos cambian y las orquestas dieron paso a las discotecas. En los 80, se convirtió en parada de la escena, a medio camino entre las movidas madrileña, valenciana y catalana. « Mi padre se subió a la ruta trayendo a todas las bandas y disc jokeys internacio­nales. Estuvimos cuatro años llenando todos los fines de semana y ganamos mucho dinero, pero el público empezó a degenerar, porque la segunda parte de esa escena era muy destructiv­a. Mi padre se llevó a madre a todas las ‘‘raves’’ ilegales de Europa, donde conocieron un sonido nuevo. Fiestas en túneles, bosques, circuitos, cuevas... a todas partes. Y conocieron a Svën (Vath), Francesco (Farfa) y Laurent Garnier cuando aquí nadie sabía quiénes eran. Les mintieron, diciéndole­s que tenían un club en Barcelona. Al volver a Fraga, le pusieron una cinta a mi abuelo con ese nuevo sonido y él dijo que adelante», cuenta Arnau. Sin embargo, cambiar la música radicalmen­te a un sonido nuevo fue una operación comercial desastrosa: « De 4.000 personas pasamos a 700. Eran otros tiempos y la gente no tenía el acceso al conocimien­to que hay ahora. Tuvimos que hacer mucha pedagogía para explicar quién era Jeff Mills. Casi perdimos todo», dice Arnau, que recuenta hasta tres bancarrota­s de su padre y un par más de su abuelo. Sin embargo, el modelo empieza a cuajar.

Bailar en el desierto

Un día de 1993, el padre de Arnau organizó una barbacoa en una finca familiar –una que el retatarabu­elo e iniciador de la saga perdió y recuperó en una partida de cartas– junto a algunos amigos. Eran un centenar en el inmenso secarral. Sin saberlo, estaban dando forma a la primera edición del Monegros Desert, el más alucinante festival de música electrónic­a de

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