La Razón (Madrid)

El único jardín palaciego en el centro de Madrid

► El palacio de Anglona, del siglo XVI, es un oasis de paz y tranquilid­ad en el corazón de la ciudad

- Ángel Luis de Santos.

Aunque para muchos oír hablar del Príncipe de Anglona sea sinónimo de un conocido restaurant­e, lo cierto es que el edificio en el que dicho local se ubica es el palacio del que toma el nombre, cuyos orígenes se remontan al siglo XVI, cuando solo era una agrupación de casas irregulare­s pertenecie­ntes a la familia de los Vargas, uno de los linajes más prestigios­os de Madrid y con varias posesiones en Madrid por aquel entonces, como la Casa de Iván de Vargas, frente al propio palacio de Anglona.

De hecho, hay constancia de la existencia del edificio en 1530, dentro del segundo recinto amurallado de la ciudad y cuyo acceso era por calle Nueva Grande, actual Segovia, una zona en la que se empezaron a construir numerosos palacetes por parte de las familias nobles de la ciudad, que pronto se convertirí­a en capital de España.

En el siglo XVII pasó a los duques de Benavente y a principios del siglo XIX fue heredado por Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Alonso-Pimentel, Príncipe de Anglona y marqués de Javalquint­o, hijo segundo de la Casa de Osuna.

A finales del XIX fue adquirido por los marqueses de la Romana que lo poseyeron hasta la más reciente fecha de 1983. Entre 1942 y 1978 estuvo ocupado por la sección de Estadístic­a, Empadronam­iento y Alcantaril­lado del Ayuntamien­to.

En cuanto a su autoría, se desconoce, así como la fecha exacta de su construcci­ón, aunque según la web del propio restaurant­e que se aloja en sus bajos, fue construido en 1690. Sí que hay constancia de que a lo largo de su dilatada historia ha sufrido muchas transforma­De transforma­De hecho, ni siquiera conserva intacta su planta original, que no era rectangula­r sino que se abría en forma de peine.

Fue reformado por primera vez en 1776 por Vicente Barcenilla y más tarde, entre 1802 y 1803, por el prolífico arquitecto Antonio López Aguado, que fue quien inició las reformas sustancial­es de la casa, de la mano de su propietari­a, María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel y Téllez-Girón, XV condesa-duquesa de Benavente, la famosa duquesa de Osuna, que inspiró la construcci­ón del palacio de El Capricho.

Gracias a López Aguado pasó de ser un conjunto desordenad­o a convertirs­e en un edificio unitario que ocupa toda la manzana situada entre las calles Segovia, San Andrés, San Pedro y Príncipe de Anglona, en pleno Madrid de los Austrias.

El hijo de la duquesa de Osuna, Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pimentel, príncipe de Anglona y marqués de Javalquint­o, heredará el palacio y de él recibirá el nombre por el que lo conocemos en la actualidad. Permaneció en la familia hasta que en 1872 lo vende al marqués de la Romana, Pedro Caro y Álvarez de Toledo, que lo usa como residencia principal.

Tal y como ha llegado hasta nuestros días, tiene planta rectangula­r distribuid­a en torno a dos patios interiores y jardín en el extremo oeste, según recoge la ficha técnica del Colegio de Arquitecto­s de Madrid. Destaca por sus fachadas planas y carentes de ornamentac­ión. Se hizo una primera rehabilita­ción y consolidac­ión general, que consistió en reforzar las estructura­s, darle una nueva distribuci­ón interior y recuperar las pinturas y el jardín, que había sido proyectado por Javier de Winthuysen en 1920, respetando su volumen. El proyeccion­es. to de Ignacio Blanco fue premio de Rehabilita­ción del primer Concurso de Arquitectu­ra y Urbanismo del Ayuntamien­to de Madrid en 1985.

Y si el palacio llama la atención, más aún si cabe, por su singularid­ad, lo hace el jardín, abierto al público hace unos años y que es uno de los pocos jardines nobiliario­s del XVIII que se conservan. Su diseño, tal y como lo conocemos hoy, fue obra del mencionado Javier de Winthuysen en 1920, pintor y diseñador de importante­s jardines en toda España como los de la Moncloa. La última restauraci­ón es de 2002 y es obra de Lucía Serredi.

Se creó hacia 1750 y, aunque fue reformado a principios del siglo XX, aún conserva la estructura original. Cuenta con unos 800 metros cuadrados y trazado neoclásico, estructura­do a partir de un parterre en crucero dibujado con setos bajos de boj. La fuente en mármol blanco que ocupaba el centro ha sido desplazada y sustituida por otra. El jardín ha mantenido el trazado y el solado original de los caminos realizados en ladrillo colocado a sardinel.

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CONNIE G. SANTOS El palacio destaca por su sobriedad y falta de ornamentac­ión
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