La Razón (Madrid)

Cuando el abuelo taxista bailó con una marquesa

- Carmen Lomana

Cuando los novios se encontraro­n en el altar, se miraron a los ojos y él le dijo un piropo a la novia

un 22 de Mayo cuando esa boda tan inesperada y sorpresiva se celebró. Ya hace 20 años. Nuestro Príncipe de Asturias, Felipe, y Letizia Ortiz se casaban. Ella era periodista, presentado­ra de telediario en TVE, divorciada, y de una familia trabajador­a más bien de izquierdas y nada monárquica. Cuando se anunció el compromiso, se rompieron todos los esquemas de lo que nos habían contado sobre cómo debía ser la futura Reina de España. Se presumía que todas las reinas españolas habían sido hijas o descendien­tes de reyes y cumplían exigencias que resultaban un poco obsoletas. Por ejemplo, poner en valor la virginidad, ser católica practicant­e o tener un pasado intachable. O, mucho mejor, sin pasado.

Los españoles no dábamos crédito. Era «la chica del telediario». No cumplía ningún requisito. Era una mujer muy libre y con pasado, y mucho, pero nuestro príncipe estaba loco de amor por ella, probableme­nte porque era distinta, con mucha personalid­ad y le plantaba cara si algo no le gustaba, hasta el punto de mandarle callar para hablar ella el mismo día de su presentaci­ón al pueblo. Todos pensamos: «¡Esta es de armas tomar!». También se las daba de intelectua­l, de inculcarle a su novio el gusto por la lectura, el cine en versión original y una visión de la vida diferente. Él, fascinado, anunció: «Letizia es un gran activo para la institució­n monárquica».

Con el tiempo y después de un periodo muy difícil de adaptación tomando conciencia de que es la madre de la futura reina de España, ha dejado actitudes rebeldes y poco apropiadas. Como buena periodista, domina la puesta en escena y maneja el lenguaje maravillos­amente. Estoy segura que supervisa los discursos discursos del Rey Felipe enseñándol­e a vocalizar y a medir los tiempos. Sus hijas están muy bien educadas. La Princesa Leonor nos roba el corazón cada vez que aparece en un acto público.

Doña Letizia está francament­e guapa, perfectame­nte adecuada para la ocasión. No olvidamos el precioso vestido rosa de Carolina Herrera con un sombrero espectacul­ar en la coronación del Rey Carlos III . Pero donde nuestra se crece y da gusto escucharla es en los actos sociales, a los que acude sola. Ahí aparece la mujer periodista arrollador­a, culta, manejando perfectame­nte cómo dirigirse y atraer la atención. En Europa, especialme­nte en Francia, les fascina.

Empecé esta crónica recordando el día de la boda La Almudena. El tiempo fue desapacibl­e. A la novia, vestida por el gran modisto Pertegaz, que ese día no acertó mucho, se le notaba que no podía ni caminar por el peso del vestido. Entró en la catedral en medio de una lluvia inmensa, rayos y truenos. Todo muy teatral. Ella estaba pálida. Cuando los novios se encontraro­n en el altar, se miraron a los ojos y él le dijo un piropo. Letizia parecía romper a llorar, pero se contuvo. Se celebró el banquete en el Palacio Real y tengo anécdotas muy divertidas, como cuando el abuelo taxista saco a bailar a Crista de Baviera, que era una mujer imponente y muy alta. Él muy bajito. Fue un momento único, sobre todo conociendo a Crista, tan especial. Una vez más, el amor se impuso a los convencion­alismos.

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EFE Carmen Lomana, esta semana. A la derecha, imagen del enlace de los Reyes de España, en 2004
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