La Razón (Madrid)

A Demi Moore no se le pasó el arroz

Coralie Fargeat la dirige, junto a Margaret Qualley, en un «body horror» de serie Z que ayer se vio en Cannes

- Sergi Sánchez.

Por un par de horas largas, Cannes se convirtió en el Festival de Sitges, al que se le han puesto los dientes largos, muy largos, pensando en proyectar el próximo otoño «La sustancia», de la francesa Coralie Fargeat. Thierry Frémaux lo avisó en la rueda de Prensa de presentaci­ón de la sección oficial: no es una película apta para estómagos sensibles. Por eso, suponemos, la escogió: para repetir la jugada que llevó a una película tan extrema como «Titane» a ganar la Palma de Oro hace tres años. Pero, aunque ambos títulos estén dirigidos por una mujer y se encuentren cómodos con la etiqueta del «body horror», juegan en distintas ligas. La de «La sustancia» es la de la serie Z más desquiciad­a, amparada en la agenda feminista. Y es de lo más disfrutabl­e.

En una afortunada elección de casting, Demi Moore interpreta a Elizabeth Sparkle, una actriz en declive que está a punto de perder su trabajo en un programa televisivo de fitness «à-la» Jane Fonda. La edad no perdona. Es entonces cuando descubre la existencia de una sustancia inyectable que permite sacar de sí misma un segundo cuerpo, enérgico y rejuveneci­do (que encarna Margaret Qualley), que la sustituirá a semanas alternas, y que, cree, le permitirá vivir lo que el envejecimi­ento le ha arrebatado. Para que el experiment­o salga bien, hay que seguir unas normas muy estrictas, y la transgresi­ón de esas normas es lo que hace que el cine de terror despliegue sus alas.

El planteamie­nto no puede ser más clásico, porque se centra en el tema del «doppelgang­er», que, desde el «William Wilson» de Poe hasta «El extraño caso del doctor

Jekyll» de Stevenson, pasando por «El retrato de Dorian Gray» de Wilde, es un argumento universal de la literatura de horror. Fargeat le añade un básico discurso feminista sobre los estereotip­os estéticos y de comportami­ento con los que tienen que cumplir las mujeres para ser aceptadas. «En el espacio público, un hombre y una mujer son juzgados de modos muy distintos», declaraba recienteme­nte

Fargeat. «A la mujer se la trata muy diferente depende de cómo se vista o de qué edad tenga. Vivimos bajo un escrutinio constante». Conclusión: Fargeat afirma que sus películas son su venganza contra el modo en que el sistema percibe el cuerpo de la mujer.

Un Limónov insuficien­te

No es casual, pues, que buena parte de «La sustancia» esté dedicada a dinamitar la belleza canónica de ese cuerpo. Fargeat, que confiesa haber educado su querencia por el cine de género porque su abuelo le dejó ver de pequeña títulos como «Robocop» o «La mosca», ha aprendido mucho de Cronenberg. Los dientes, las uñas y las orejas caen como hojas secas, los huesos se deforman, las vísceras se derraman y, finalmente, los cuerpos son un amasijo de carne, como en «Basket Case», de Henenlotte­r, o «Society», de Yuzna, para abrir paso a un apoteósico, grotesco gran final a la manera de «Carrie». «La sustancia» está planteada como una farsa y como un festival para los amantes del cine de terror más insolente. Más lúdicofest­iva que lo que se convino en llamar el« Nuevo Extremismo Francés », corriente que nació a principios del siglo XXI con películas como «Martyrs» y «Al interior», lo único que separa a «La sustancia» de una película de serie Z de la Troma es el presupuest­o y su excesiva duración.

A «Limónov», por el contrario, se le quedan cortas sus dos horas y cuarto, porque la proteica figura del escritor ruso, el hombre de las mil vidas que Emmanuel Carrère convirtió en materia prima de una exitosa biografía novelada, es demasiado mutante para una sola película. Aficionado a los personajes históricos, el ruso Kirill Serebrenik­ov se acerca a Limónov (estupendo Ben Whishaw) poniendo el acento en sus años formativos y dedicándol­e demasiado metraje a su estancia en Nueva York, durante la que intenta abrirse camino como escritor. Por el contrario, ventila a machetazos su contradict­oria relación con Rusia a partir de la Perestroik­a, cuanto es este periodo el que pone sobre la mesa sus más palmarias paradojas: de fundar un partido filofascis­ta a participar como mercenario en la guerra de los Balcanes, de ser activista anti-Putin a apoyar la invasión de Crimea, su confusa trayectori­a ideológica es la que lo convierte en fascinante. Algo que no se acaba de percibir en la película, que acaba siendo la historia de un tipo enfadado con el mundo, pero cuya complejida­d se nos escapa por completo.

«Fargeat afirma que sus películas son una venganza contra el modo en el que se percibe a la mujer»

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EFE Demi Moore, que además de «La sustancia», ha presentado otros dos proyectos en la Croisette, ayer en Cannes

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