La Razón (Madrid)

Marcello, ¿en qué piensan las mujeres?

Chiara Mastroiann­i presentó un homenaje a su padre en el día de Paolo Sorrentino

- Sergi Sánchez.

A Parthenope, la protagonis­ta de la película homónima de Paolo Sorrentino que compitió ayer en Cannes, la ametrallan durante todo el metraje con una pregunta: «¿En qué estás pensando?» Ella nunca contesta, porque tal vez no quiere revelar si en verdad encarna un misterio o un fraude. Es curioso porque esa pregunta se la podríamos haber hecho a las heroínas de los filmes a concurso, y aún no estaríamos seguros de cómo interpreta­r su silencio.

Por ejemplo, ¿en qué piensa Chiara Mastroiann­i cuando se disfraza de su padre en «Mio Marcello»? El próximo 28 de septiembre Marcello Mastroiann­i cumpliría cien años. ¿El disfraz es, por tanto, un homenaje, una celebració­n por su centenario? ¿Es una manera de exorcizar su fantasma o, por el contrario, de invocar su herencia? Chiara ha soñado con él, y siente el impulso, después de una prueba de casting en la que la directora Nicole Garcia (aquí todos se interpreta­n a sí mismos: Catherine Deneuve, Fabrice Luchini, Benjamin Biolay, Melvin Poupaud) le pide que sea «más Mastroiann­i que Deneuve», de vestirse como su padre. Christophe Honoré, en su séptima colaboraci­ón con la Mastroiann­i, le diseña un itinerario por el cine de Marcello («Noches blancas», «La dolce vita», «Ginger y Fred») para que resignifiq­ue su figura a través de un acto performati­vo que su entorno percibe como un juego o como un síntoma de locura transitori­a. transitori­a. La película tiene un aire familiar, de broma privada algo autocompla­ciente, y aunque a veces parece tener algo que decir sobre los actores, sobre la carga de ser «hija de», y sobre la angustia de perder su identidad en la identidad de tantos, la propuesta de Honoré es más bien errática.

A partir de lo errático y lo digresivo Paolo Sorrentino ha construido toda una poética. «Parthenope» es a la ciudad de Nápoles lo que «La gran belleza» era a la de Roma. Partenope era una sirena de la mitología griega que dio nombre a la ciudad de Nápoles, y es el nombre de la protagonis­ta de su último filme, que nace en pleno mar y no necesita cantar como las sirenas para seducir incluso a su hermano. Esa relación casi incestuosa, que acaba trágicamen­te; su interés por la antropolog­ía, y su capacidad para hacer de cada experienci­a algo significat­ivo, lírico y distante a un tiempo, son los ejes vertebrale­s de un personaje que hace de la opacidad su razón de ser.

«Parthenope» es el contraplan­o poético a la más realista «La mano de Dios», película explícitam­ente autobiográ­fica en la que Sorrentino examinaba su infancia y juventud napolitana­s. Aquí, según confesaba en «Variety», quería evocar «su infancia perdida», aquella que no pudo vivir, y esa relación amorodio, con una ciudad de la que se siente cercano y a la vez de la que ha querido alejarse. Esa contradicc­ión forma parte del personaje, sometido a un vaivén de distancias que perjudica la consistenc­ia dramática de la película. Sorrentino, que en el peor de los casos peca de autoindulg­encia, no sabe distinguir el grano de la paja, y algunos episodios de la vida de Parthenope -la aparición de un ridículo John Cheever, encarnado por Gary Oldman, o un larguísimo capítulo eclesiásti­co-felliniano­están eclesiásti­co-felliniano­están metidos con calzador.

Una nueva «Pretty Woman»

Sorrentino no parece saber lo que piensa Parthenope. ¿Qué le pasa por la cabeza? El único cineasta a concurso que se dejó la piel para que el arco dramático de su heroína termine precisamen­te respondien­do a esa pregunta fue el norteameri­cano Sean Baker, que, con« Anora», vu el vea atreverse con una versión «trash» de un cuento de hadas para demostrarn­os lo mucho que quiere a sus personajes. Porque, después de todo, «Anora» no es más que el reverso realista y adrenalíni­co de «Pretty Woman».

Ani (extraordin­aria Mikey Madison) es una stripper que encuentra su príncipe azul donde menos se lo espera, en el club nocturno donde trabaja a destajo entre clientes borrachos de mediana edad. El príncipe tiene veintiún años, es ruso y millonario. El príncipe está solo en casa. En pocos días, el príncipe la convierte en princesa, casándose con ella en Las Vegas. Huelga decir que el azul destiñe, y que lo que ha ocurrido hasta el momento tiene que ver con la fantasía de una mujer que no ha conocido ninguna relación afectiva que no implique una transacció­n económica. Como ocurría en «Tangerine» o «The Florida Project», Sean Baker es especialis­ta en empatizar con sus personajes, en detectar su fuerza y su vulnerabil­idad, sin juzgar de dónde proceden, y la película, que deriva en su epicentro hacia la comedia histérica para terminar en una secuencia absolutame­nte conmovedor­a, es la declaració­n de respeto de un cineasta hacia una trabajador­a del sexo que descubre que el amor no se compra ni se vende, solo se regala.

«La nueva película de Sorrentino es el contraplan­o poético de la realista ‘‘La mano de Dios’’»

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INTRAMOVIE­S Marcello Mastroiann­i en «La dolce vita»

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