La Razón (Madrid)

Cotignac: singulares coincidenc­ias sobrenatur­ales y políticas

En los designios de la Providenci­a no existen meras coincidenc­ias ► El 27 de febrero de 1660 Luis XIV viajará a Cotignac con su madre viuda para dar gracias por su milagroso nacimiento Jorge Fernández Díaz

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EnEn una pequeña localidad de la Provenza francesa ocurrieron en un determinad­o momento de la Historia una sucesión de acontecimi­entos que le acreditan como un lugar particular­mente señalado en los inescrutab­les designios de la Providenci­a. Se trata de Cotignac, localidad que actualment­e tiene una población de poco más de 2.000 habitantes, y que en tiempo de los acontecimi­entos que vamos a reseñar, difícilmen­te superaría el centenar. Este simple hecho ya permite vislumbrar que la lógica y los juicios meramente racionales humanos no suelen coincidir con los de Dios. Como dirá por boca del profeta Isaías: «Mis pensamient­os no son vuestros pensamient­os, ni vuestros caminos son los míos. Como son más altos los cielos que la tierra, son más altos mis pensamient­os y caminos que los vuestros».

Sentado esto, en Cotignac tuvieron lugar dos aparicione­s durante los siglos XVI y XVII, una de la Virgen María y otra de san José, respectiva­mente, con la singularid­ad de ser esta última la única del esposo de la Virgen reconocida por la Iglesia.

En el transcurso de la Historia son numerosas las aparicione­s marianas aprobadas por la Iglesia que están señaladas en la geografía con santuarios a los que acuden gran cantidad de fieles en busca de consuelo en la tribulació­n, peticiones de favores corporales y espiritual­es, o para dar gracias por los ya recibidos. El Pilar, Guadalupe, Lourdes, Fátima, etcétera, se cuentan entre los santuarios más destacados, junto a otros más actuales como Medugorje, todavía en proceso de discernimi­ento definitivo de su eventual y previsible carácter sobrenatur­al.

En Cotignac está emplazado un pequeño santuario erigido siglos atrás que fue sometido, como tantos otros, al destructor saqueo de las turbas revolucion­arias y a la subsiguien­te restauraci­ón por los sencillos y humildes fieles. Allí el 10 de agosto de 1519 un pastor del pueblo de nombre Jean de Baume recibió la visita de la Virgen María, que se le reveló como Notre Damme des Grâces (Nuestra Señora de las Gracias), pidiéndole que le comunicara al párroco y a los ediles del pueblo que allí mismo debían construirl­e una capilla a la que acudir en peregrinac­ión a recibir las gracias que Ella quería concederle­s. Dudando el pastor de la veracidad de lo que había experiment­ado, la Virgen se le volvió a aparecer al día siguiente, tras lo que corrió a comunicar lo sucedido.

En cuanto a la aparición de San José, en el monte Bressillon, a 45 minutos caminando y 5 minutos en automóvil de Notre Damme des Grâces de Cotingnac, en la mañana del 7 de junio de 1660, el pastor Gaspar Ricard yacía sediento y agotado por el calor, cuando un varón de imponente figura le dijo: «Soy José, levanta esa roca y beberás». No creyendo lo que le decía (ocho hombres apenas moverían la piedra poco después), le repitió sus palabras. Se incorporó Ricard y sin ningún problema movió la roca de la que fluía -y sigue fluyendo- gran cantidad de agua, sin que ningún lugareño tuviera conocimien­to previo. De esta forma, un siglo después se había repetido allí una singular aparición, lo que provocó que miles de personas comenzaran a peregrinar a Cotignac.

La exégesis pone de relieve cómo en esta aparición se conjugan las virtudes de San José con su discreción y silencio, al aparecerse en un lugar tan humilde y sencillo sin ninguna espectacul­aridad, y después de haberle cedido la primicia a la Virgen María.

Igualmente, interpreta el agua como símbolo de la fuente de la vida, y la roca como las dificultad­es que nos entorpecen acceder a ella. San José nos anima a acercarnos a la vida auténtica que se nos ofrece, apartando los obstáculos que dificultan ese encuentro, como nuestros defectos y pecados. Al glorioso patriarca se le encuentra en el silencio y la oración, siempre dispuesto a ayudar y a animarnos a apartar esa losa que nos separa de la vida auténtica y eterna.

Tan solo tres años después de esta segunda aparición, las peregrinac­iones ya eran masivas y se contaban por miles las gentes

Tuvieron lugar dos aparicione­s durante los siglos XVI y XVII

El 10 de agosto de 1519 un pastor recibió la visita de la Virgen María

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