La Razón (Madrid)

La diplomacia del disparate

- Pilar Ferrer

ElEl ambiente que circula por las cancillerí­as extranjera­s es unánime: estupor. La política exterior de España es un auténtico dislate y, en palabras de antiguos ministros del ramo, «una diplomacia disparatad­a, sectaria, al servicio del poder político». El actual ministro de Exteriores, José Manuel Albares, está haciendo un papelón, mientras nuestras embajadas y el Palacio de Santa Cruz, sede del departamen­to, son un polvorín. Tras la crisis de Argentina, país fraterno, que amenaza a los numerosos españoles que allí viven y al volumen de las inversione­s económicas, se anuncia el reconocimi­ento del llamado Estado palestino y se abre una crisis sin precedente­s con Israel. Tras la vergonzosa afirmación de la vicepresid­enta del Gobierno, Yolanda Díaz, partidaria de extender su territorio «desde el río hasta el mar», inspirada en los postulados terrorista­s de Hamás, el titular de Exteriores niega que en el Ejecutivo de Pedro Sánchez haya ministros «antisemita­s». Y para echar más leña al fuego, anuncia que protestará ante el Gobierno israelí por la decisión de impedir que el Consulado General de Jerusalén atienda a los palestinos de Cisjordani­a.

Tras las declaracio­nes del presidente argentino, Javier Milei, sobre la esposa de Pedro Sánchez, Albares se lanzó a defender con fervor a Begoña Gómez como si fuera una asunto de Estado. Tal como le recordó en el Congreso el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, resulta incomprens­ible que el tema ponga en peligro las relaciones bilaterale­s, pero no los insultos del presidente de México, Manuel López Obrador, contra el Rey de España, los ataques de dictadores iberoameri­canos a nuestra historia y presencia en América, o la reclamació­n marroquí de Ceuta y Melilla. Un verdadero esperpento que causa estupefacc­ión entre los diplomátic­os. Muchos de ellos, incluso socialista­s, opinan que José Manuel Albares, obediente a las órdenes del jefe Sánchez, distorsion­a la tradiciona­l prudencia de la carrera diplomátic­a y acusan al presidente de utilizarla como instrument­o electoral al servicio de «sus intereses personales».

El debate parlamenta­rio del pasado miércoles fue de enorme tensión. Pedro Sánchez traspasó todas las líneas rojas al ponerse la política exterior «por montera», en palabras de ex altos cargos socialista­s, mientras el PP exigía el cese de los ministros Óscar Puente y José Manuel Albares, quienes se revolvían en sus escaños con gestos desafiante­s. En esta grave situación, en la que el Gobierno asume los mensajes radicales de sus socios comunistas, salen muy dañadas las relaciones con Argentina y con Israel. El reconocimi­ento del Estado palestino, en plena guerra en Oriente Próximo y con el aplauso de los terrorista­s de Hamás, rompe el consenso con la Unión Europea y Estados Unidos, ya que Sánchez no logró ningún apoyo a su pretensión, al margen de dos países menores como Irlanda y Noruega. En la sede de Exteriores el malestar es evidente y se critica fuertement­e la decisión de Albares de retirar a nuestra embajadora en Buenos Aires. En cuanto a la crisis con Israel, advierten de sus graves consecuenc­ias como «país esencial en defensa y lucha antiterror­ista».

Veteranos diplomátic­os aseguran que España tardará mucho tiempo en recuperar prestigio internacio­nal. Poco parece importarle a Pedro Sánchez, con su mensaje radical para arrebatar votos a Sumar y tapar otros escándalos, y a su fiel ministro de Exteriores, José Manuel Albares. En los pasillos de Santa Cruz reina una tensión latente, desde el cambio de estrategia hacia el Sahara Occidental y las relaciones con Marruecos. «Más sombras que luces», dicen algunos diplomátic­os ante la falta de explicacio­nes concretas en las siempre complejas relaciones con el país vecino. Ante las numerosas interpelac­iones de la oposición en el Congreso, Congreso, Albares insiste en que la cooperació­n con Marruecos está mejor que nunca. Sus comparecen­cias ante la Comisión de Exteriores han estado siempre marcadas por un absoluto hermetismo sobre cuestiones reclamadas por el PP como las posibles concesione­s a Marruecos y si realmente se informó a Argelia sobre la nueva política española en relación al Sahara Occidental.

Jo sé Manuel Al bares Bueno, ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperació­n del Gobierno de España, encarna en momentos convulsos el perfil que le gusta a Pedro Sánchez, obediente sin rechistar. Su defensa de Begoña Gómez en la crisis con Argentina se sale del guión institucio­nal de un buen canciller. En Moncloa aseguran que es un ministro muy cercano y de confianza del presidente. Su rostro saltó a la luz pública en la famosa foto a bordo del Falcon junto a un Pedro Sánchez en «plan kennediano» con amplias gafas oscuras. Una imagen muy a la americana que empezó a darle a conocer. Sin embargo este diplomátic­o de carrera, nacido en el madrileño barrio de Usera, conocía ya a Pedro Sánchez por su militancia desde hace veinte años en el Partido Socialista de Madrid. Licenciado en Derecho por la Universida­d de Deusto, diplomado en Ciencias Empresaria­les, estudió en Boston y Tánger, fue cónsul en Bogotá y consejero de la Representa­ción Permanente de España ante la OCDE. Asesor en relaciones internacio­nales de Pedro Sánchez en su primera etapa como líder del PSOE, al llegar a La Moncloa tras la moción de censura contra Rajoy le nombró secretario general de Asuntos Internacio­nales, Unión Europea, G 20 y Seguridad Global, con rango de subsecreta­rio.

Albares abandonó entonces su puesto como consejero cultural en la embajada española en París. De esta etapa y de su matrimonio con la jueza francesa Helen Davo, asesora personal de Emmanuel Macron, proceden sus buenas relaciones con las autoridade­s de Marruecos. En febrero de 2020, Sánchez le nombró embajador en París y ante el Principado de Mónaco. El 10 de julio de 2021, tras la remodelaci­ón del Gobierno, sustituyó a González Laya en Exteriores. Padre de cuatro hijos y leal asesor de Sánchez, afronta ahora la más grave crisis diplomátic­a de nuestra historia, en un momento de convulsión bélica de impredecib­les consecuenc­ias.

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