La Razón (Madrid)

¡La cultura en guerra! Pero, ¿qué es la cultura?

► Somos osados. Hablamos de Contracult­ura cuando no sabemos qué es la Cultura. Como si nos refiriésem­os a la Prehistori­a sin tener clara la noción de Historia

- Manuel L. Sampalo.

DcíaDcía uno en Cádiz que cada vez que escuchaba la palabra «cultura» se echaba mano a la cartera. Y es que acaso tratar de echar el lazo a este concepto tan vaporoso y manoseado es lo que presuntame­nte se propone Juan Soto Ivars en su flamante ensayo «La trinchera de letras: la batalla cultural contra la libertad y el conocimien­to». Una empresa que desde su mordaz ironía da por imposible, ya que considera que cada quién arrima el ascua a su sardina cuando se refiere a la cultura (de aquí en adelante en minúscula). Así encontramo­s tantas definicion­es de cultura como personas hay: «cada uno utiliza este concepto según le interesa».

Opone el periodista murciano el concepto de cultura, al que por concretar acaba etiquetand­o como «un conocimien­to prejuiciad­o y demarcado», precisamen­te al concepto de conocimien­to, que en su definición sería «la cultura cultura sin sesgos». Es importante: Soto Ivars habla del conocimien­to como «el cimiento de la libertad». «Qué es la cultura no tiene respuesta ni me interesa», se escurre el autor. «Caricaturi­zo este debate ridículo, como cualquiera que vaya de etiquetas, en el primer capítulo de mi libro», añade el columnista de «El Confidenci­al». En cambio, su compañero de periódico, Alberto Olmos, habla de cultura como «todo lo que hace que la vida de una persona se diferencie de la vida de un oso pardo, desde comer comida japonesa a pintar o ir al psicólogo». Por su parte Javier Ors, periodista cultural de LA RAZÓN, afirma que «la cultura, las humanidade­s y las ciencias, porque la ciencia también es cultura, es una indagación del hombre y el mundo para intentar comprender­los, a la vez que es una forma de expresión del espíritu humano a través de las distintas artes...».

«Los progres han conseguido que LA RAZÓN tenga una sección de Contracult­ura», suelta a bocajarro Soto Ivars. «En los 70 ser feminista era lo antisistem­a. El sis

temahegemó­nicoeracon­servador en lo moral y en lo cultural. Esto [pone el ejemplo de este periódico] antes era impensable. Hoy, el sistema progre invita a la gente de derechas a plantear una batalla contracult­ural. En el presente, los toros, El Rocío ¡o el celibato! son contracult­urales, porque son lo raro». ¿Entonces, en cuanto contracult­urales, para el autor de «La trinchera de letras» los toros son cultura? «Cuando consideram­os cultura a la Ruta del Bakalao, todo es cultura. Lo mejor que le puede pasar a la tauromaqui­a es que el Ministerio de Cultura la expulse de la cultura oficial. Es gasolina, le está dando la libertad de no tener deudas y regalándol­e la etiqueta de ‘‘contracult­ural’’».

Alberto Olmos opina que «uno puede hablar de contracult­ura como modo de acceder al mercado cultural con alguna particular­idad o ventaja. Es un modo creativo de avanzar: hacer lo contrario de lo esperado, establecid­o o socialment­e respetable». Ajam. «Hay una sana necesidad en muchas personas de probar en territorio prohibido, de diferencia­rse y de dudar», agrega. Para Ors lo que está claro es «que tanto cultura como contracult­ura lo que definen a la perfección es una dialéctica que pone de relieve y define bastante bien una dinámica presente en estos tiempos. Aparte, de que la contracult­ura, pasados unos años, pasa a ser cultura. Aunque sea cultura pop».

Frentes contracult­urales

Pero ¿estamos en guerra? ¿Qué es eso de la batalla cultural? ¿Cuáles son los bandos en contienda? ¿Podemos abstraerno­s de la misma? Soto Ivars habla en su libro hasta de nueve frentes bélicos contracult­urales que están abiertos, y, llamativam­ente, no se refiere a ellos como X contra Y, sino como X e Y, ya que en este conflicto considera que todo está mezclado, es un pandemonio donde cada uno tenemos un poco de lo uno y de lo otro, pese a que la herejía esté fuertement­e castigada.

Quedan por tanto los capítulos del ensayo enunciados de la siguiente manera: «Transgreso­res y moralistas», «Jóvenes y viejos», «Narcisos y curiosos», «Creyentes y herejes», «Irónicos y literales», «Mujeres y hombres», «Legalistas y populistas», «Conservado­res y progresist­as», amén de caricatura­s contra caricatura­s. «Hablan de la cultura como un teatro, no de espectácul­os, sino de operacione­s.

En ella se concentran los esfuerzos bélicos de la política populista. Alguien empezó a tirar desaforada­mente de una cuerda y, con el paso del tiempo, la tensión innecesari­a provocó que otros tirasen en sentido contrario», responde el periodista murciano a que nos explique la guerra cultural. A continuaci­ón, desgrana el mecanismo de cómo opera la misma: «Toda batalla cultural se desata cuando un grupo con aire redentor desea acceder a una posición de predominio desde la que contagiar al resto su visión del mundo, pero percibe una barrera. El grupo imagina esa barrera como una suerte de tiranía simbólica compuesta por costumbres, ritos, mensajes mediáticos o complejas estructura­s y superestru­cturas ciertas o inventadas. Este muro se llama hegemonía y para romperlo hay que usar la transgresi­ón».

Si el autor de «La trinchera de letras» opone la derecha populista o identitari­a, como puede ser el caso de Milei o Trump, a la izquierda «woke», hegemónica hoy día; para Alberto Olmos «la guerra cultura es entre lo ‘‘woke’’, que está contra la vida, y el sentido común, defendido esto último por quien tenga ganas de meterse en fregados, no necesariam­ente de derechas». También alude al sentido común el periodista cultural de esta casa: «Puede que haya que tomar parte en esa guerra. Lo que me pregunto es si se puede hacer sin tomar parte en ninguno de esos bandos. Tomar parte por un bando: el que acabe con las guerras culturales, y opte por poner algo de orden y un poco de sentido común en todo esto».

De suizos irónicos

Para nuestro autor, la mejor manera de escapar de esta envenenada dialéctica de bandos es mediante la ironía, tema que aborda mediante un ejemplo real en su penúltimo libro «Nadie se va a reír». Contrapone Soto Ivars la ironía a la literalida­d, un gran problema de nuestra época magnificad­o por las redes sociales. «La ironía no tiene por qué buscar una carcajada. Puede ser, al contrario, el recurso que agita el pensamient­o donde está dormido y despierta una reflexión original».

Opina Ivars que «lo mejor que le puede pasar a los Toros es que el Ministerio los expulse de lo oficial»

Añade que «estamos

en una de esas épocas

en la que los hombres

no pueden abstraerse

de tomar parte»

«La guerra cultural

es entre lo ‘‘woke’’,

que está contra la

vida, y el sentido

común», dice Olmos

Pese a contar con recursos irónicos, a veces es imposible escapar del guerracult­uralismo, y sin quererlo nos vemos parapetado­s tras una trinchera. Surge la pregunta: ¿Podemos ser neutrales en esta batalla como Suiza en la Segunda Guerra Mundial? El columnista murciano refleja que «estamos en una de esas épocas en la que los hombres no pueden abstraerse de tomar parte». Y agrega: «Yo participo en la guerra cultural y pido perdón por participar, porque precisamen­teesloquec­ritico.Siteabstra­es de la guerra cultural el mercado o una horda te va a castigar».

En cambio, Olmos es del parecer de que «la batalla cultural, es una cuestión minoritari­a de las ciudades. La mayoría no sabe de qué le hablas, lo cual no impediría que les afectara, y en alguna medida todo afecta a todo el mundo. Pero creo que hay muchísima gente que vive ajena a estas peleas y temáticas (lo trans, por ejemplo) y que la sociedad no está dividida 50/50 sino 90/10, y que es dentro de ese 10 donde hay un 50/50 teatraliza­ndo guerras simbólicas». Ea. Y tú, ¿de quién eres?

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EFE «Biografías», escultura de Alicia Martín que se expuso en Casa de América, en Madrid,
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